Cultura, Arte y Eventos

Por Ana María Ramb

2º Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura: Mil voces y una sola voz, la misma canción

(Por Ana María Ramb (Especial para Motor Económico)) Se cumplieron ocho décadas del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que primero tuvo su sede en Valencia –durante once meses, capital de la España republicana–; también en Madrid, ciudad casi sitiada, y Barcelona. Sesionó entre el 4 y el 11 de julio de 1937, bajo la presidencia del doctor Juan Negrín en el gobierno, y reunió a casi todo el plantel de escritores demócratas y de izquierda del mundo, para deliberar sobre la lucha contra el fascismo y en defensa del compromiso del intelectual con el pueblo. Un año antes, en 1936, había escrito Neruda:

«Recibo cada día solicitudes y cartas amistosas que me dicen: ‘Deponga usted su actitud, no hable de España, no contribuya a exasperar los ánimos, no se embarque usted en partidismos, usted tiene una alta misión de poeta que cumplir’, etc., etc. (…) El asesinato y el incendio presiden el programa del militarismo fascista español, inspirado en el pavoroso régimen alemán. (…) Yo estoy con ese espíritu indestructible, con el corazón épico y valeroso de España irreductible, con el mismo corazón del pueblo que hizo brotar los primeros torrentes de poesía, ahora bases pétreas de nuestro idioma. Estoy y estaré con el pueblo español masacrado por el bandidaje y el celestinaje internacional. Y a todos mis múltiples amigos de América Latina quiero decir: no me sentiría digno de vivir si así no fuera». (De la nota publicada en la revista porteña Claridad, fines de agosto de 1936).

Al cerrar Neruda su nota, humeaba todavía la hoguera donde, en la plaza principal de Granada, habían quemado miles de ejemplares del Romancero Gitano y todos los papeles inéditos del poeta y dramaturgo Federico García Lorca. Su asesinato, perpetrado el día 19 del mismo mes, casi horas después de perpetrarse el golpe de Estado que, entre el 17 y el 18 de julio del 36, dio origen a la Guerra Civil Española, conmovió a la comunidad internacional de ese tiempo. No es casual que la guerra de España estallara en medio del apogeo del intelectual comprometido. De inmediato, el 30 de julio, se formó la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, con sede en Madrid y luego en Valencia, como sección española de la Asociación Internacional.

Un antecedente de la Alianza: en 1935, había sesionado en París el Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, al que concurrieron 230 delegados de 38 países; entre otros, Romain Rolland, Bertolt Brecht, André Gide, Henri Barbusse, André Malraux, Richard Bloch, Herbert Read, García Lorca, Ramón Sender, Raúl González Tuñón, César Vallejo, Neruda. En vista de la grave coyuntura política en España, se ofreció la presidencia a Ramón del Valle-Inclán quien, ya bastante enfermo, fue reemplazado por Julio Álvarez del Vayo. Era esta la primera respuesta al “ensañamiento de los Estados fascistas en perseguir a las letras y a las ciencias”. Al calor de los debates, se constituyó la Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura (AIEDC). En aquel cónclave de 1935, dijo Brecht en un memorable discurso:

«Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada, si los hombres se salvan. No nos debemos arrastrar hasta el punto de afirmar que los hombres existen para la cultura y ¡no la cultura para los hombres! Haría pensar demasiado en la práctica de los grandes mercados, donde los hombres acuden para las reses, ¡no las reses para los hombres!»

Este Primer Congreso de 35 fue una gran manifestación antifascista de la intelectualidad mundial y obtuvo una relevante resonancia internacional. La prensa progresista y de izquierda reprodujo varias de las ponencias, con importante repercusión en la joven intelectualidad española; también en un sector de los veteranos. En el contexto de la crisis civilizatoria capitalista de los años 30, en España los intelectuales ganaban un protagonismo público que, más allá de obras ya consagradas, concretaban su compromiso con el pueblo, con las izquierdas y, particularmente, con el campo comunista. Surgen entonces obras polémicas, manifiestos de corte revolucionario, congresos, compromisos organizativos. Una praxis que iba a llegar hasta el frente de guerra, donde murieron no pocos escritores, luchadores voluntarios en las filas republicanas, como el inglés Christopher Caudwell, o Pablo de la Torriente Grau, uno de los 1400 brigadistas enviados por Cuba, su país (la Argentina participó con más de 500; entre ellos, Fanny y Bernardo Edelman).

El contexto era ya calamitoso: la crisis económica capitalista de 1929, con sus secuelas de desocupación y miseria; el ascenso de Adolf Hitler, con la consecuente derrota del movimiento obrero alemán, el más vigoroso de Europa; la caída de la democracia y la socialdemocracia en Austria; el incendio del Reichstag; la invasión italiana de Etiopía por parte del gobierno de Mussolini. Como contrapartida alentadora, sorprendía el ascenso de los movimientos obreros en Francia y en la España republicana –que muy pronto los Estados fascistas elegirían como campo para dar sus primeras batallas internacionales–, la radicalización de las izquierdas en los EEUU y Gran Bretaña, y el viraje político hacia los movimientos populares. Todo esto, en paralelo con el giro a la izquierda que, ya desde la Revolución de1917 en Rusia, se desarrollaba sin pausa en la intelectualidad española, para alcanzar su apogeo hacia 1934, con la creciente radicalización de personalidades como Lorca, Machado e, incluso, el muy católico José Bergamín. Se multiplica entonces la publicación de libros de avanzada, mientras un éxito sin precedentes acompaña a obras teatrales y filmes donde el compromiso político y social se amalgama con la calidad artística. Algunos hablan de la “revolución cultural” de los años 30, donde la clase trabajadora española es la principal consumidora de cultura: es su momento de mayor esplendor, cuando las vanguardias se abrazan con el pueblo.

En el 36, ante el golpe de la Falange y el avance de la barbarie –Francisco Franco, líder de los sublevados, contó con la rápida y efectiva colaboración de la Alemania nazi y la Italia fascista–, el secretariado de la Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura (AIEDC), reunido en Londres, convocó al Segundo Congreso de Escritores Antifascistas, a realizarse en julio de 1937. Ricardo Baeza y José Bergamín pidieron que Madrid fuera su sede. Entre los miembros del capítulo español de AIEDC se encontraban, además de su secretario, Bergamín: María Zambrano, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Rosa Chacel, Luis Buñuel, Luis Cernuda, Juan Chabás, Rodolfo Halffter, Ramón Sender, Manuel Altolaguirre, Max Aub, Arturo Serrano Plaja, entre muchos. Año 1937. En el Segundo Congreso, habrían de participar más de un centenar de escritores antifascistas de todo el mundo y, otra vez, de alto prestigio intelectual, como Jean-Richard Bloch, Julien Benda, Ilya Eherenburg, Alex Tolstoi, Anna Seghers, W. H. Auden, María Teresa León, Antonio Machado, Miguel Hernández, León Felipe. Compartían una suerte de presidencia honorífica, intelectuales de la talla de Romain Rolland, Louis Aragon, Thomas Mann, G. B. Shaw, E. M. Foster, Mijhail Solokhov, Selma Lagerlöff. En el Buró Internacional constaban también: Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Aldous Huxley, Virginia Woolf, Aníbal Ponce, Jorge Icaza y un largo etcétera, que puede ser ampliado con las adhesiones de Rabindranath Tagore, Bertrand Russell, Albert Einstein y otros notables.

Pablo Neruda había redactado la «Apelación desde Madrid a los escritores hispanoamericanos», firmada en conjunto por los delegados argentinos Raúl González Tuñón, Cayetano Córdova Iturburu, Pablo Rojas Paz; los chilenos Vicente Huidobro, Alberto Romero, el mismo Neruda; Vicente Sáenz, costarricense; los cubanos Juan Marinello, Alejo Carpentier, Félix Pita Rodríguez, Nicolás Guillén, Fernández Sánchez; los mexicanos José Mancisidor, Octavio Paz, Juan Pellicer y el peruano César Vallejo, en el entendimiento de que, al compartir la misma lengua y buena parte de tradición histórica y cultural, la victoria republicana era de gran significación para el destino de América Latina.

Según La Hora de España de agosto del 37, durante este Segundo Congreso, los hombres y mujeres de letras salieron a la plaza pública, y allí cantaron también, cada uno con su letra, «…en diferentes lenguas es la misma canción». Mil voces y una sola voz, un abrazo y mil abrazos unieron al mundo letrado y al pueblo en buena parte analfabeto. En su actividad, además de la propiamente cultural, se hicieron manifiestos, charlas y llamamientos contra el ascenso del fascismo que representaba el Ejército sublevado de Franco.

El manifiesto del Congreso del 37, redactado por Malraux, declaraba:

«Se ha producido en toda España una explosión de barbarie... Este levantamiento criminal de militarismo, clericalismo y aristocratismo de contra la República democrática, contra el pueblo, representado por su Gobierno del Frente Popular, ha encontrado en los procedimientos fascistas la novedad de fortalecer todos aquellos elementos mortales de nuestra historia... Contra este monstruoso estallido del fascismo... nosotros, escritores, artistas, investigadores científicos, hombres de actividad intelectual... declaramos nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular... »

Defender la cultura era y es, al mismo tiempo, defender un nuevo humanismo revolucionario. Un humanismo socialista que bregue por la dignidad humana, la libertad de los pueblos y el reconocimiento de las identidades culturales.

Es ineludible poner en valor actual la decisión compartida por las personalidades reunidas en el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura de 1937. Hoy, cuando parece haberse perdido la medida de todas las cosas –mucho más si esta medida es el ser humano– la igualdad, la libertad, la justicia, la paz y el respeto a los derechos adquiridos por los pueblos son valores y objetivos en riesgo, ante la salvaje oleada de autoritarismo neoliberal que tiene en Nuestra América uno de sus blancos preferenciales.

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En ese sentido, la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad recogió ese legado, y, en palabras de la luchadora colombiana Piedad Córdoba, “es el resultado del compromiso en la búsqueda de un mundo posible donde la cultura, el arte y el pensamiento crítico juegan un papel muy importante para lograr y consolidar estos escenarios de transformación, cambio y propuestas éticas para un mundo mejor”.

En julio de 2017, la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad condenó…

“la renovada injerencia del Gobierno de los Estados Unidos, presidido por Donald Trump, quien amenaza a la República Bolivariana de Venezuela, en una actitud que revela su prepotencia y agresividad sin límites, incompatibles con la legislación internacional que norma los vínculos entre los Estados y rechaza con firmeza la intromisión en los asuntos internos de otros países”.

  • Periodista. Editora. Escritora

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