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#MotorDomingo El archivo de Motor/ Nota a "Pichuco", revista Crisis 1975

Aníbal Troilo, "Pichuco", cuenta su vida, sus amores y una confesión

Esta entrevista publicada en la revista argentina Crisis, de 1975, habla Aníbal Troilo, Pichuco, (1914-1975), quien es considerado el primer bandoneón de Buenos Aires: Empezó a tocar tangos a los 11 años en el Mercado de Abasto. El día de su nacimiento, el 11 de julio, fue designado como el Día del Bandoneón en Argentina. En el invierno de 1974, ya enfermo, había dejado de conceder entrevistas. Sin embargo, María Ester Gilio consiguió que la recibiera y acá despliega todo su decir.

(Por María Ester Gilio ) Tenía una bata azul sobre el piyama blanco. "Estoy enfermo", dijo. E hizo un gesto vago señalando algún lugar del cuerpo. "Me duele".

Junto a la ventana, Zita, su esposa, jugaba con su hermana a los dados.

-Pero ayer trabajó-, le dije.

-Sí, toda la semana. Hoy no trabajo porque es domingo. Le voy a alcanzar un detalle. Ayer me hice 55 minutos en la primera vuelta.

Después me mandé dos whiscachos y me hice la segunda.

-¿Por qué va?

-¿Cómo?

-Si dice que está enfermo, quiero saber si va porque es responsable o por qué.

-La gente me quiere. No se puede describir.

-Va por eso...

-La gente que camina como yo, siempre quiere a los que le hacen bien.

-¿Cómo camina?

-Así, un poco al bardo.

-No sé qué quiere decir.

-Sin ton ni son. Es gente que quiere al tango y por eso me quiere. Hace unos días terminé de tocar y las señoras se acercaron. Me besaban.

-¿Cómo se siente en esos momentos?

Hizo un gesto impreciso con las manos, le pidió un whisky a Zita, cerró los ojos por un segundo. -Y, qué querés...-, dijo finalmente.

-¿Todo eso le importa mucho?

-¿A vos qué te parece?

-Que sí.

Volvió a cerrar los ojos y confirmó con la cabeza. Le pregunté entonces cuál había sido su mejor cantor. El respondió con otra pregunta.

-¿En el aspecto personal?

-Es fantástico. Le pregunto a un hombre que tiene una orquesta cuál fue su mejor cantor y él dice: "¿En el aspecto personal?". Sí, en el aspecto personal.

-Fiore. [Fiorentino]. Era un hombre... Se merecía todo el cariño del mundo.

-¿Qué estilo de tipo era?

-Como yo. No, mejor que yo.

-¿Y cómo es usted?

Desvió la mirada, y dijo lentamente, casi en secreto: "Creo que soy un hombre bueno".

-Zita, escuchame, ¿es bueno este hombre?

-Sí, es buenísimo, pero muy revirado. Te lo presto unos días y vas a ver. Hay que cuidarlo. Es un niño. Hoy, domingo, mi único día libre, a las doce del mediodía se le ocurrió comer pasta. Me tuve que levantar a cocinar.

-¿Vos trabajás?

-¡Pero qué me preguntás! Todos los días, menos domingos y lunes, tocamos. -dijo Zita sin dejar de agitar los dados.

-Voy a contarle una cosa que nunca conté. El día que conocí a mi mujer se acabó el planeta.

-¿Cómo era eso?

-Yo estaba en los bailes, ella caía y yo desaparecía. Me le iba atrás. Cuando Fiore la veía, le decía: "Carucha, perdoname una, no te lo llevés".

-¿Qué le gustaba de ella?

-Ella -dijo, y le echó una mirada cortita-. Por ella yo volteé toda la estantería.

Zita dejó de jugar y me miró. "Fiore veía mi mano que aparecía entre las cortinas y temblaba."

-Yo tocaba en el Florida y ésta sacaba la mano así -dijo Pichuco moviendo la mano-. Tenía un anillo.

-De aguamarina -dijo Zita, mostrando el anular desnudo.

-Yo veía el anillo y me rajaba atrás. Dejaba todo.

Pero si un día cualquiera / irremediablemente / el bacán por tus sueños presentido / no soy / batímelo así nomás / con un beso en la frente.

"Mirá gordo, me aburro".

-¿Oíste, Zita?

-Sí, yo se lo dije, pero no se va.

-¿Puedo hablar? Mirá, cuando chamuyo de mi jermu, no me alcanzan los petates. Hace treinta y cinco pirulos que me aguanta. Le voy a contar una cosa. Montevideo... me hacían un homenaje en el Estadio Centenario, porque yo cumplía treinta años de actuación. Estaba el finado Eichelbaum, que había ido para oírme. El espíquer decía: "Aníbal Ptsstroilo", la gente aplaudía. Yo no podía salir, no podía caminar, tenía una emoción tremenda, me caía, tenían que sostenerme. Y de pronto me veo aparecer a Puchulita.

-Sí...

-Estaba enferma que se moría. Pero se levantó y fue. No se pudo aguantar. Así es mi mujer.

-Soy una mina de "Horizontes Perdidos".

-Contale qué hiciste hoy de comer, Puchulita.

Pulpetas y macarrones. Comió como si fuera la última vez.

-¿Quién hubo antes de Zita?

-Nadie, nadie.

Zita: -No te dejes engrupir. De botón a comisario...

-Sí, yo soy falso, pero veía a Puchulita y ...

-¿Qué lo atraía tanto en Puchulita?

-Su ternura. Zita: -A la gente se la conquista con ternura.

-Descríbamela tal como la recuerda de ese tiempo.

-Chiquita... ¡un cuerpo!

Zita: -Así es, andá a ver a mi cuadro, allá en el living.

Allá, en el living, estaba, en un gran óleo, Zita, la de antes, con el pelo rubio muy rizado y un traje de gasa celeste. En la pared de enfrente, la cara de Pichuco, con sus ojos de potrillo, negros y tiernos, el pelo a la gomina.

Cuando volví:

-Y bueno. ¿qué te parezco?

-Bonita, no tan distinta de ahora.

-¿No te dije que soy una mina de "Horizontes Perdidos"? ¿Cómo te sentís, Chiquito?

  • Bien, bien.

-Pero te duele.

-Sí, me duele-, dijo Pichuco, poniéndose de pie. Tenemos que llamar al chino otra vez.

-¿Qué chino?

-Un chino que viene, me enchufa la aguja, me manda la electricidad y chau.

Con sus pasos muy-lentos-y cortitos se alejó, y cuando volvió:

-Recolectaron 200 firmas para que Fiore volviera a la orquesta. Pero ya no se podía. Cuando se termina una cosa, se termina: Se termina su vida como un pucho de tabaco Virginia, se termina -dijo sentándose- “Ya no tiene tabaco para mucho. Ya está al lao del final la pobre mina".

-¿Carlos de la Púa?

-Sí, yo me hice al lado de él.

-Cuénteme.

-Él estaba en Crítica. Era un rantifuso (descuidado). Cuando iba a un cabaret, siempre llevaba un lápiz.

-¿Para qué?

-¿No sabés?

-No.

-Para firmar... El otro día Puchulita se puso a buscar una foto de mi primitiva orquesta. Y cuando empezó a revolver, entramos a ver los muertos: Fiore, Lomuto, Canaro, Enrique, Mafia, Láurenz. Fiore fue la cosa más sentida. Un día fuimos con Fiore a las seis de la tarde a tocar en un baile. Cuando llegamos todavía había sol. Vamos a subir y... Eramos todos pibes. ¡Para qué te voy a contar, unas pintas...!

-¿Qué edad?

-Veinte. Escúchame. Llega el momento de subir y Fiore me agarra un brazo. "¡Un momento, Kolynos!", me dice. Pobrecito... De repente, uno se olvida de un montón de cosas; hay cosas que uno se olvida.

-¿Cómo empezó a cantar en su orquesta?

-Fiore trabajaba en el Tabarís. Yo le propuse -éramos amigos de mucho tiempo-, le propuse que se viniera conmigo. Debutamos en el Marabú con un tango que se llama Sobre el pucho de Piana y Castillo. Estaban todos los milongueros. No gente, ¿entendés? Los milongueros. Después de muchos años, un día terminamos. Fiore ya no estaba. El día en que se despidió de la orquesta, hicimos Adiós, Pampa mía. Pobrecito...

-¿Qué lo decide por determinado tango? Quiero decir, si es la letra o la música en primer término.

-Son las dos cosas. Hay algunos letristas a los que estoy aferrado. Cátulo, Hornero Manzi, Expósito, Camilioni; ahora empiezo con Ferrer. Ferrer va escribir mi vida. Yo le digo: "Bueno, Horacio, empezá. Pero nada de introitos". Introitos yo no quiero.

-¿Cómo conoció a Ferrer?

-Yo voy a trabajar a Montevideo. Después íbamos afuera. Y Horacio venía. Yo le contaba de Carlos de la Púa, del Negro Flores, de Cadícamo... El captaba una enormidad. Tendría dieciséis años. No paraba nunca de preguntarme cómo eran éste y aquél otro. Era un pibe bárbaro. Después, quiero que me pregunte de mi viaje.

-Le pregunto ya. Cuénteme.

-Cabrera y Anchorena, 1914.

-¿Mil novecientos catorce es una fecha?

-Sí.

-¿Tengo que adivinar?

-Voy a cumplir sesenta años.

-Y nació en Cabrera en 1914.

  • Sí. Le voy a contar. Mi viejo murió cuando yo tenía diez años.

-¿Y entonces, su vieja?

-¿Qué te parece? Muchos sacrificios. Era una mujer muy bonita, pero solamente nos miró a nosotros. Cumplo sesenta años. Hace cincuenta años que trabajo con el bandoneón. El más grande disgusto fue cuando supo que había dejado la escuela y entraba a tocar. Murió en los brazos de Zita.

-Sí, murió en mis brazos.

-Acercá la botella, Puchi. ¿Usted sabe una cosa? Cuando Puchulita me conoció, no me daba bola.

-¿Por qué, Zita? ¿No te gustaba?

-No sé...

-Sería que yo era gordito.

-No, a mí me gustaban los hombres mayores. Este era un pibe.

-¿Nunca hizo una canción para vos?

-Sí. Hizo para mi Toda mi vida y María.

-Había un tango que se llamaba Claudíne y Otro Francoise y otro ¡yo qué sé! Le dije a Cátulo: "Hacé un tango que se llame María". Y ahora, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Cómo te gustaría llamarte? ¡Qué gran nombre, María! ... La vieja se llamaba Felisa...

-¿Por qué creés que hay tantas madres en el tango?

-¿Y dónde querés que estén las madres?

-En el tango están bien. Tomá hielo, Chiquito-, dijo Zita, poniéndole un trozo en el vaso.

-Esta siempre me manejó. Antes, con el anillo. Yo veía el anillo y ya no sabía más lo que hacía. Estaba en pleno tralalalá, pero igual me tomaba el raje.

-Sí-, dijo Zita con aire satisfecho, volviendo a sus datos. Es verdad.

Debías poner a tu vieja en algún tango, japonés.

-¿De cuántas maneras lo lIamás?

-¡Uuuh! Japonés. Tortita Quemada, Buda, Gordo, Puchulito, y de mil modos más.

-Sabés a quién no llegué a agarrar?

-¿A quién?

-A mi viejo. Murió cuando yo era muy pibe. Ya te conté. Yo hablo poco de mi viejo. Pero mirá, un día viene el Nene...

-¿Qué Nene?

-Bonardo. Me agarró para un programa en televisión. Yo estaba afónico, no podía hablar. El Nene me hizo toda una preparación. Después se puso de espaldas a la cámara y me dijo: "Hablá", "No sé, me hipnotizó y yo entré a hablar del viejo, de cuando le regaló la guitarra a Gardel. Hablé sin acordarme de la gente que me estaba escuchando.

-¿Cuándo le regaló una guitarra a Gardel?

-Yo no había nacido. Mi vieja vivía en Córdoba y Pueyrredón y mi viejo era el novio. Pero nada más, ¿entendés? Como se usaba en esa época.

Entre él, Betinotti y mi tío le regalaron la guitarra.

-¿Vos lo conociste?

-Sí, en el año 1932, cuando yo tocaba con De Caro. Mirá qué me pasó. El día que voy a ver Melodía de arrabal estoy parado en la puerta del cine, esperando para entrar, en medio de un montón de gente. Una señora abre la puerta del auto y ¡paf! me deja dormido en el suelo. Me tuvieron que llevar a la Asistencia Pública Después, en el Festival del '32, Barquina en el Chantecler, va y me presenta a Gardel. "Mirá, Carlitos, este pibe tiene locura con vos", le dice. "¿Sabe una cosa? -le dije yo- casi me amasijan por "usted". "¿Qué te pareció la película, qué te pareció?", me dijo. Porque hablaba capicúa. Ese día había estrenado Si se salva el pibe.

-¿Gardel? Yo creía que ese tango era muy posterior. Que lo había estrenado Florentino.

-¡No! Estábamos Barquina y yo. ¡Qué lástima, no conociste a Barquina!

-¿Quién era Barquina?

-Si había alguno preso, Barquina lo sacaba-, dijo Zita.

- ¿Y qué más? ¿Qué hacía?

-¿Sabés lo que hacía? Querer a la gente. Una vez había una fiesta y unas putas ahí.

-Para vos ¿qué es ser puta?

-Mirá, tirarse al agua por cualquier cosa.

-¿Mucha plata no es cualquier cosa?

-Es lo mismo.

-¿Qué es lo mismo?

-Es baratearse. Bueno, te cuento. Era una fiesta y había una mina que se me tiraba arriba. "¿Qué hago?", le dije a Barquina. "Isa", me dijo Barqui. Barqui fue el amigo más dilecto.

-¿Y Manzi?

-Es otra cosa. No seas desordenada. No mezclés.

-Bueno. Dale con Barqui.

-Barqui se murió y me dejó solo. ¿Querés que te cuente?

-Sí.

-No lo pongas.

-No.

Habló largo rato de Barquina. Luego de Discépolo, y de la locura que tenía por Tania.

Finalmente:

-Una noche, Tania estaba en Chile. Enrique me dice: "Vení". Fuimos, cuando terminamos de comer, me lleva atrás de la casa y me dice: "¿Cómo estás?". Yo lo miré. No entendía qué quería preguntarme. "Bien", le digo. "¿Qué vas a hacer?" "No sé", le digo y me quedo esperando. No sabía a dónde quería ir.

"¿Sabés lo que tenés que hacer? Nada."

-¿Qué quería decirle?

-Que ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Que ahora me quedara quieto. ¿Querés escribir una cosa?

Sobre el mármol helado / migas de media luna / y una mujer absurda que come en un rincón / Tu musa está sangrando y ella se desayuna /El alba no perdona, no tiene corazón.

-Vos sabés "las historia de tango tienen vieja memoria". Hay tantas cosas... Cuando pienso en Paquito, que me llevó treinta años el bandoneón. Pero ahora se murió.

-¿Piensa a veces en la muerte, en su muerte?

-Sí. Y no me gusta, pero no por mí. Quiero todavía arrimar un millón de cosas a la gente que me quiere. Toda esa gente... ¿Te conté que el otro día bajé y las señoras me besaban?

-Sí. ¿Te gusta escucharte?

-Me escucho mal.

-¿Por qué?

-Porque para escucharse bien, hay que sentirse bien. Y yo, últimamente, ando mal.

-¿Cómo dijiste que te gustaría llamarte?

  • No te dije.

-Yo le puse El Gato a Piazzolla y el Polaco a Goyeneche. ¿Sabías que a Piazzolla le gusta el jazz? Siempre le gustó el jazz. Me gustaría ponerte un nombre.

-Esta es Gelsomina. Clavado, Gelsomina -dijo Zita. Y luego: Mirá, Gelso, a veces llegaba Piazzolla con la partitura y el Gordo entraba a tacharle los firuletes. ¡Qué tierno, Piazzolla!...

-La primera instrumentación que me hizo... estábamos comiendo en lo de mi vieja y me dijo: "Me gustaría hacerle una instrumentación". Fue 'Chiqué'.

-Sería idiota preguntarte si existe una cosa en el mundo que te cause más placer que gatillar.

-Te voy a contar. Por el 58’, en el Odeón se hizo una revista de tango. Tenía como veinte cuadros y yo trabajaba en diez y nueve. Al final nos reuníamos todos. Salgán al piano, Ciriaco y yo en el fuelle, Grela en la guitarra y Rivera. Y mirá que veníamos de zapar los diez y nueve anteriores. Pero nos entendíamos tan bien que al menor amague de aplauso seguíamos y seguíamos. De a ratos nos mirábamos con Salgán y decíamos: "¡Pensar que además nos pagan!". Es casi de mañana. ¿Sabés que ya ni sé lo que digo? Estoy cansado.

-Bueno.

-Pero antes querría decir una cosa. Tenés que tirar la casa por la ventana y decir una cosa-, dijo, tirándome de un brazo hacia él, y bajando mucho la voz. -Que tengo unas ganas de morirme que no puedo más. No te gustó, ¿no?

-No lo esperaba. ¿Tenés miedo a envejecer?

-Yo no tengo miedo a envejecer. Yo estoy loco de viejo. ¿Qué pasa, Puchulita?

···