Por Marcos Doño
BEETHOVEN ES DE TODOS
Este es el recuerdo de un día maravilloso, cuando la pandemia sólo era una realidad posible en los films de catástrofe.
( Por Marcos Doño ) Me aprestaba a subir al subterráneo de la línea B, en dirección del centro de la ciudad en una hora cercana a la pico. Apenas entré al vagón me encontré con un pianista que interpretaba de manera excelsa la sonata para piano Nº 14 en Do sostenido menor de Beethoven, más conocida como “Claro de Luna”.
Si bien uno está acostumbrado a escuchar de todo en el transporte público, tanto por la variedad como por la calidad, en este caso quien estaba sentado al teclado era alguien con talento y estudio, quien en un momento, antes de pasar al siguiente movimiento, nos aclaró que lo que escuchábamos era una síntesis de la obra del compositor alemán.
Bueno, lo cierto es que yo prestaba atención al intérprete y a la gente que escuchaba en silencio extasiada. Parados y en los asientos, se veían los típicos trajeados de oficina, algunos overoles, señoras rellenitas en calzas y zapatillas, mujeres elegantemente vestidas, chicos, todo un mundo en el vagón. Al llegar a mi estación no pude bajarme, lo que hice recién cuatro estacionas más adelante, cuando había terminado su interpretación. Pero ese final de la obra fue el comienzo de un aplauso cerrado de todos los pasajeros que, mientras el pianista pasaba la gorra, aplaudían con fervor aquel mini recital. El aplauso era de todos, sí, de todos; los que vestían overoles, las señoras humildes, y los trajeados de primera. Y cuando los aplausos aún sonaban, de las billeteras más finas y de los monederitos más humildes comenzaron a salir los billetes, casi no hubo monedas, como pago, no limosna, en agradecimiento por lo que habían vivido brevemente. Sin duda, la música de Beethoven y la interpretación de ese pianista nos habían elevado espiritualmente.
Al bajar del subte me di cuenta, como otras tantas veces lo había pensado, que es mentira aquel concepto marketinero de que a la gente se le da lo que pide, y que por esa verdad de mercado un Tinelli tiene tanto éxito con sus culos, o que por la misma razón ese engendro llamado bachata o reguetón, entre otros engendros similares inventados por las discográficas, se llenan los boliches.
Más allá en el tiempo y en la geografía, está el caso del gran pianista argentino Omar Estrella, quien solía ir a dar conciertos de Mozart, Beethoven, Brahms, “enteritos”, a los barrios más carenciados de la Argentina, demostrándonos que “esa gente” a la que las gerencias de programación de la mayoría de los canales de televisión de aire y cable considera de segunda, ésa gente puede entender y disfrutar en su espíritu y su razón de lo más maravilloso, sublime y complejo de la creación humana. Y lo puede hacer de la misma manera como había ocurrido con los pasajeros del subte esa tarde. También me dije al bajarque a la gente sólo hay que darles la oportunidad de aprender a ver otros paisajes.Pero para eso debería haber gente con valentía Intelectual y empresarial que se anime a ofrecerles lo mejor de la creación.
Si esto no fuera una verdad, como seguramente están convencidos los señores de las comunicaciones, no se entendería entonces cómo en los años 1600, cuando el analfabetismo era lo común, la gente entendía y disfrutaba de las obras de William Shakespeare cuando asistía al teatro público. O como el caso de Miguel de Cervantes Saavedra, el autor del Quijote, quien tenía la costumbre de leerle sus páginas a la gente de la cocina de su residencia, buscando en ellas la aprobación o la crítica a su pluma. Lo otro, lo chabacano, lo degradante por lo raso, por lo carente de buen gusto, es parte de la gran comodidad de sostener una mentira gigantesca que, en definitiva, se sostiene adormeciendo y replicando la falta de sensibilidad y de conocimiento que flota en las mentes de estos "gerentitos" de los medios de comunicación. Sólo su estrechez de mente, que sólo sirve para se recrear la paradoja de la profecía autocumplida, les justifica arrodillarse como esclavos de ese gran amo llamado rating.
Es desde esta mirada que nos venden como verdades de mercado lo que, en definitiva, son mentiras de mercado. Es el disfraz de un poder que confunde éxtasis con diversión, acicateando a diario, minuto a minuto, a millones de personas con esto de que la mierda es comestible. O, lo que es peor aún, que la mentira y la verdad son una misma cosa, según lo que marca el rating.
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