Por Ariel Prat
Caderas y cadencias
( Por Ariel Prat/ Especial Motor Económico) Ahora que estamos en la previa de un día tan especial para ciertos millones de corazones, luego de haber participado ya de algunas impresiones por videos o audios para eventos varios alusivos, me detengo en un momento de mi vida infantil, preciso y nítido. A pesar de los años, la escena regresa y al compás de la memoria intensa transcribo lo acontecido un mediodía en el comedor de la escuela pública a la que iba en un año de creciente rumor político social que no me era ajeno a pesar de la edad.
No recuerdo la razón por la cual me levanté en medio de la comida y levantando los brazos saludé a no se quien o a quienes como lo hacía EL general. EL Pocho como lo llamaba mi abuela materna en tono familiar, lejos de como le llamaba mi otra abuela en tono despectivo. La cosa fue que me vio la directora y sin dejarme acabar la comida hizo levantarme con un gesto de autoridad para señalar con enojo a la dirección. Algo de mi imaginación perceptiva me decía cual era el motivo, la misma tipa fue quien en la previa a un acto escolar celebratorio un par de meses antes, apareció en el ensayo de un número musical que yo iba a participar cantando el tango "El Choclo" y ordenó sin más que la profe de música le cambie la letra en la parte de "luna en los charcos cayengue en las caderas" para que se cante "luna en los charcos cayengue en las cadencias".
El problema era la palabra "cadera". Ya esperando en la dirección supuse en tensos instantes que la palabra prohibida esta vez tendría que ver también con el movimiento...si, verbigracia Peronismo y por ende Perón. No me equivoqué. Hizo preguntas de injerencia personal y familiar. Sentí quizás por primera vez el agujero de la tierra en el que a una supuesta grieta, nos quisieron en realidad meter desde mucho antes que un octubre de 1945. Esa mujer con su enojo, su pesquisa, su interrogatorio policial, me estaba poniendo de súbito en el lugar exacto en el que yo tenía que estar. Hasta ahí yo no sabía mucho de Perón y de Evita. Eran puro murmullo, elocuencias, paredes pintadas, conversaciones de cocina o de finales de asado, interrupciones de fiestas a los postres.
Fue mi vieja citada al cole unos días después. Me defendió como debía hacerlo. Unas semanas después iba a escuchar con mi abuela materna a la marchita por primera vez enterita cantada por su amado Huguito y yo me la aprendería. Ahí empecé a sentirme adentro mismo de lo que hoy nada ni nadie podrá alejarme y es este ritmo de la vida, el movimiento mismo de un sentir orgulloso, sin el cual nos hubieran detenido abandonados y hasta aniquilados para siempre como intentó en vano esa directora conmigo, en el rumbo de la historia de esta tierra Argentina. Llevo esa maravillosa música en la cadera y en el corazón su cadencia hecho un grito con rabia y ternura. El Ser Peronista. Ariel Prat
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