
Por Ariel Prat
“El desfile de las inclemencias”
(Por Ariel Prat (Especial para Motor Económico) Bajo el alero de una marquesina en una esquina cualquiera, el hombre joven duerme desparramado rodeado de mugre y soledad de miradas impotentes. Que un corazón apenado aquí, que un corazón alarmado allá, que una mueca de perplejidad allí, que una mirada esquiva sin evitar el impacto u incluso un asco exterminador acá…a la mañana siguiente, pocos sabían que debajo suyo, el hombre joven resguardaba a un bebé. Aferrado a su ropa de operario gastada, lo veo alejarse al niño con quien seguramente es su padre. La elección de la esquina es anecdótica. El motivo de la inclemencia miserable, no. Situación de calle le dicen, deploro en este momento lo elogioso que tuviera para los bien pertrechados, aquello de hacer virtud el patearla como legado de hombría o sabiduría popular…
Me gusta quedarme de pie en el subte B, apoyado en la extremidad de un vagón cabina. A falta de aire acondicionado, el viento arrecia y se viaja más cómodo. A veces, los buscas que venden, se detienen allí a contar lo recaudado. Toma oxígeno la ciega o se cruzan haciendo comentarios unos con otros. Los músicos abundan en versatilidad, cubanos truchos que suplantan a los brasucas inventados de otrora, un insufrible rapero con esguince de verso y ese que empezaba a olvidar desde una canción que adoraba mi abuela y que hoy menos mal no está obligada a participar del crimen memorioso musical. Pero la mayoría la rompe, como el pianista, la violinista, el chispeante rasta o ese papi obligado a salir con su pibe a remontar el milagro al revés en una breve pero contundente sesión percusiva que parte el alma en su hambriento tam tam…
El micro rumbo a un corso en un sábado de carnaval, se detiene en Once. Sube la madre con sus hijas. Una de ellas es integrante de la murga en curso. Antes de cambiarse en el fondo del micro, hace cuentas con su madre, luego de lo que fue un día más de venta en alguna de las calles de Balvanera. Más tarde, bailará como una ninfula infernal y tanto madre como hermana la seguirán de cerca con orgullo. El calor agobiante no pudo apagar la frescura del arte callejero y ese teatro de los humildes que sigue siendo nuestra Murga sigue alumbrando…
Son días de poca clemencia para el pobre. A quienes les tendría que interesar, solo promueven castigo y apertura de sitios en donde no tendrían que estar una cantidad en aumento de personas que ojalá pudiera creerse allí en una pesadilla y al despertar, abrazarse con alivio. Las vidrieras del desfile, se llenan de liquidación solidas de carne humana.
“Con mis propios ojos llorosos y abiertos…” escribió Celedonio, esta canción de invierno en pleno verano…el patio no está en orden…
- Compositor. Murguista. Poeta. Colaborador de Motor Económico.
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