Cultura, Arte y Eventos

Por Patricia Chaina

#IndioEnOlavarría: “Me voy a comer tu dolor”

Cultura, contracultura, industria y odio entorno al pogo más grande del mundo. Crónica de una noche iluminada por una luna redonda, en la que el estigma de la tragedia no pudo atravesar el corazón de la misa ritual.

(Por Patricia Chaina. (Especial para Motor Económico)) Camino por la calle Pellegrini. El sol seca en el cuerpo la lluvia de la tarde. En Avellaneda doblamos y se ve muy claro, ya somos muchos los monos. Vamos de risa, animados. Coreamos los estribillos que suenan desde los altoparlantes improvisados por los ambulantes de cerveza y remeras del Indio. Cantamos las letras que rezamos, de memoria claro, en cada misa. Y Olavarría no podía ser diferente.

Al cruzar las vías, a mi lado, una enorme risa negra hace vibrar el aire al ritmo de: ¡“Me voy a comer tu dolor”! Y resuena como una epifanía. El momento de la anunciada comunión está por llegar. Lo sabemos. Vamos por eso. Porque el Indio canta lo que nuestras vidas en llamas no pueden gritar. Sin embargo el infierno esa noche, no sería encantador. No. Esa noche no.

Una compleja red de sinsentidos, maquiavélicamente diseñada nos tenía preparado un final infeliz, aunque no trágico, como quisieron. Desde que las tribus comenzaron a salir del campo y se encontraron con que solo una salida estaba habilitada. Para 300 mil personas: solo una salida de 50 metros de ancho, y un largo y oscuro recorrido por calles angostas y valladas. Una trampa que no fue fatal porque estamos entrenados, por años de prédica y de práctica sobre lo que significa un ámbito de libertad. Conocemos sus riesgos. No caemos en la provocación. No somos suicidas. Quedar atrapados; por momentos en un amontonamiento; es siempre un riesgo en un evento masivo. Pero quedar atrapado por una, dos, tres horas, en la búsqueda de la puerta de salida, del aire la avenida la calle que te lleva al cole de vuelta, ya pasada la medianoche, eso no estaba en el plan de los peregrinos. Así, en lo que bien podría llamarse una saliderade almas humanas, la marea de feligreses comenzó a zozobrar. Saltaron las vallas, rompieron los tabiques de fenólico, se escapaban por los techos de las casas, en esos barrios oscuros, en los suburbios de Olavarría.

Algunos, encaramados a los árboles, oficiaban de guías para la multitud asfixiada: “¡Por allá, por ahí!”. Ni una señal que indique nada, ni un altoparlante, ni una luz. Ni puestos sanitarios, ni baños, ni bomberos, ni defensa civil. Durante dos kilómetros, hasta llegar a lugares más abiertos. La comunión del artista y sus fieles se había engualichado. Con tanto alcohol con que regaron la tarde previa al show. Con la amenaza de tragedia que sobrevoló el ánimo durante el concierto. Con esos pocos pero tajantes chiflidos de repudio a las palabras con las que el Indio defendió la búsqueda de Abuelas de Plaza de Mayo al invitar a los jóvenes que dudan de su identidad a hacer el análisis de ADN. Ó cuando se pronunció contra la baja en la edad de imputabilidad. Porque es muy pequeño el índice de delito en esa franja etarea, explicó. Se tomo el trabajo y explicó. Se tomo el tiempo y paró varias veces el show para que no fuera una tragedia. No hubo “pogo asesino”. Nosotros los monos no somos caníbales.

La negligencia, la desinteligencia, la responsabilidad

En Olavarría lo más denso fue constatar la negligencia con la que se pensó semejante acontecimiento. La intendencia, en la figura del joven PRO Ezequiel Galli, no estableció planes de contingencia para recibir a 300 mil personas cuando sabía que ya se habían vendido 200 mil entradas. Y seguían especulando con que la cifra sería de “a lo sumo, de 170 mil visitantes”.

El negligente intendente Galli incentivó la venta de alcohol: “Inviertan en bebidas que van a vender todo. Ustedes no se preocupen, estoquéense, porque esta gente viene a consumir y ustedes van a vender todo” aconsejó a los vecinos. Promovió que se utilice las ventanas de las casas como kioscos. Y que en medio de las calles por donde hacíamos el ingreso al predio hubiera ambulantes y ni un solo agente municipal que libere el circuito. Hasta el colmo de permitir que en las boleterías se despachara alcohol. Una falta de seriedad total. O un plan muy serio para dejar a la ciudad alfombrada de latas de cerveza vacías. Y obnubilar las mentes de nosotros los monos, que habíamos ido a bailar.

Negligencia extendida a los mandos de la provincia de Buenos Aires y a las instancias nacionales de seguridad, ya que la marea humana se trasladó a las rutas el día después del show. Eso era ‘tierra de nadie’ y no había personal de tránsito para ayudar a descongestionar.

Negligencia hecha evidencia cuando suben a los jóvenes varados a camiones volcadores cuando no camiones para el traslado de ganado en pie, ya que muchos; al demorarse la salida del predio; perdieron sus bondis en los que habían dejado mochilas, billeteras y teléfonos.

Desinteligencia de la productora En Vivo S.A. -ex Chacal-, por no hacer respetar el pacto firmado por la ciudad. No se tomaron el trabajo de comprobar que efectivamente la desconcentración pudiera hacerse de manera armoniosa, tal como ocurrió hace un año en Tandil: 200 mil personas y ni un rasguño. Y no abastecieron el predio de baños ni de puestos sanitarios para tal cantidad de gente, ellos que sí sabían cuantos íbamos a entrar, con tickets o sin. Con cacheos y banderas. Con amor y emoción ricotera.

La responsabilidad del artista, hoy tan en boca de lobos, hienas babeantes de hiel, amordazados en su inexistente amor al prójimo; es parte del mito negro que pretenden adosar al corazón de nuestra luna redonda. Mas la luna solo puede comulgar con el amor.

“Me voy a comer tu dolor”. Eso hace Solari, el artista. Mastica dolor y lo traduce a una poética solo legible para quienes comparten esos relampagueos de eternidad, esos fragmentos del inconsciente suburbano, del alma peregrina. Por allí se filtra la poesía y la luz de la luna en las noches sin encanto. Y por eso es tan potente su cantar. Ellos, los que odian, no pueden explicarlo.

Epilogo

Una luna redonda nos alumbra el camino a casa, a la casa del alma. Ni sobrevivientes ni desaparecidos, los peregrinos de la misa India somos capaces de transformar en épica, una noche negra, con los muertos al hombro. Y eso haremos. Una vez más.

*Periodista. Colaboradora de Motor Económico

Foto: Martín Bonetto

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