Cultura, Arte y Eventos

Por Ariel Prat

Pelotas, abrazos y banderas

(Por Ariel Prat) No soy de los que confunden pelotas con banderas, pero tampoco estoy exento de enredarme en unas cuando las otras entran al imaginario de lo reivindicativo. No festejo manos de dios, no porque no avale yo picardías repentistas, sino porque no creo en dios y en todo caso creo y mucho, en lo que lleva a esa mano a marcar un gol ante los viejos enemigos y es ahí en donde las banderas se transforman en pelotas y a veces el héroe del estadio es el héroe de la Nación como batiera el legendario Dante Panzeri.

No tengo motivos para juntarme con la mayoría de quienes van a ver un partido de la selección a la cancha y menos a Rusia. Sus camperas, sus pintaditas de cara, sus cotillones de plástico que saben a globos amarillos, me recuerdan la grieta, pero cuando los gritos, los cantitos se desparraman en las calles de Moscú como en riadas mandatarias de soviets o un incunable baile de Isadora Duncan, casi como si esas calles fueran Corrientes y Callao; cuando el ingenio y el asombro que uno comprueba en los relatores españoles que hablan más de eso que del fútbol desplegado, no puedo abstraerme y dejar que me pinte un orgullo inmenso y entonces me asaltan los abrazos de cancha; porque para mí son abrazos de cancha más que abrazos de gol ¿y saben por qué?, porque el abrazo está en un penal errado a favor o en contra, en la pitada final del árbitro que da por ganado el partido y claro, en el gol también, pero para mi cuenta ese abrazo de cancha con quien no te viste en tu vida y no volverás a ver jamás o con tu viejo, aquel abrazo, como el que nos dimos con mi hija de siete años siguiendo la trama sanguínea frente a un plasma en Zaragoza mientras me caían las lágrimas y fue en el único momento en el que la emoción de mi parte no fue intentada sellar por la mirada desafiante e implorante de ella, esas lágrimas no le dolieron y mirando la tele viendo los llantos de otrxs en las imágenes, que le hicieran comprobar que este vehículo de sentimientos que es el fútbol, justificó la rienda suelta de lágrimas y pucheros como palomas de una paz en medio de las esquirlas de un mundo más hostil que un resultado pendiente de Croacia con Islandia.

No pude explicarle que también esa misma mañana, por cosas que ocurren en su media tierra, se me derramaron otras cuando me enteré de que varios de mis amigos entrañables estaban a punto de perder su trabajo allá en Buenos Aires en la agencia Télam. En eso, la pantalla no es solo del plasma, ya es otra cosa y en ella las pelotas se confunden con banderas impensadamente, la pantalla puede ser la mirada de la cobra y de todos modos también el dolor necesita antídotos y entonces pienso en ese compañero que no podía explicarle a su pibe que festejaba el gol de Rojo, lo que un telegrama le anunciaba con su rojo de exclusión y me planteo todo de nuevo. Como aquellos compañeros chupados que desde la Esma y aun en medio de las torturas de los genocidas, intentaban saber los resultados y no podían quitarse el hincha así como las cadenas del verdugo quien también festejaba.

Allá por el 79, yo hacía la colimba luego de la instrucción y antes de que me dieran la baja por “episodios esquizofrénicos”, en el comando del I cuerpo, ahí en Palermo. Muchas veces pensé en desertar. No aguantaba a los milicos por ideología temprana de mi parte primero y por reacción en ese momento directa a sus órdenes y maltratos después. Me tenían castigado. Solo me dejaban salir para rasquetear con una brigada de castigados las rejas del cuartel para preparar la pintada que deberíamos hacer nosotros por supuesto. Allí estaba yo, soldado al fin, meta rasquetear un domingo y hacía semanas que no salía a la calle. Pasaban ya algunos 29 y 15 de camino al Monumental con trapos de River, que recordaban un partido importante frente a Vélez ese diecinueve de agosto. Y yo con la impaciencia de un león enjaulado me debatía entre saltar la verja y jugarme la vida o…o justo fue que se acercó un tipo a darle un faso a uno de mis compañeros y me ofrecía desde afuera a mí otro con amabilidad. Tuve ese repentismo de hincha, el mismo que usé para fabricar cantitos durante años en el seno de esa tribuna que horas más tarde habitaría como siempre pero esa tarde con pilcha de salida de colimba. Porqué hilando el convite del hombre, que al ser captado por uno de la guardia e invitado a retirarse inmediatamente de la verja, yo supe utilizar su presencia y le dije al cabo “Perdone mi cabo, es un familiar que se acercó a avisarme que se muere mi padrino que está internado en terapia aquí en el Fernández sabe, solo eso, perdóneme, es mi culpa…”

El cabo era joven y atendió mi disculpa preguntándome sobre la situación familiar: “Es mi padrino, mi tío y quien me ha criado prácticamente…” Ahí rompí en llanto. “Perdone mi cabo, pero ¿podría solicitar que me dejen salir para una visita que puede ser la última vez que lo vea con vida?” El milico, por esas cosas del destino y la credibilidad de mi histrionismo, me permitió ir al despacho del jefe de guardia. Era un Mayor llamado Barrionuevo. Lo puse en conocimiento del tema. Me dijo serio y levantándose hacia mi amenazante: “Mire soldado, vamos a llamar al hospital y si es verdad, le voy a autorizar la salida transitoria, ahora si no es cierto, usted no sale más de este cuartel, va a ser una piedra más del edificio de por vida” Le ordenó al detal que llame al hospital con la guía en la mano, previa pregunta del nombre de mi tío y la habitación (a lo que accedí presto porque era verdad que mi tío llevaba semanas ahí y unos días después, por desgracia se nos iría para siempre con un cuadro de cirrosis y afines. La historia de mi tío-padrino es para otra crónica). En efecto. Allí estaba el hombre internado y respondieron que efectivamente, yo era su sobrino y ahijado.

Tuve licencia hasta las 24. Agradecido y genuflexo, me retiré a cambiar de salida. Salí para el lado de Pacífico y el primer 29 que pasó me lo tomé a la cancha. Sentí que le hacía un gol a la dictadura. Me sentí libre a pesar de todo y luego en la cancha festejé la goleada y el campeonato en caravana con mi pilcha de soldadito. Nunca llegué al Fernández y no volví a ver con vida a mi querido Tío padrino.

Creo que fue un modo de combinar audacia, ingenio, pelotas y banderas y nunca me sentí derrotado, por eso creo que se dieron las cosas. En todo está el ejemplo. En cada cosa puede estar la clave y más allá del fútbol, hay vida, pero no puedo negar que sin fútbol, en esta metáfora de vida intensa que llevo, no hubiera sido lo mismo. Estos elementos nos pertenecen. A ellos, jamás ni siquiera viajando tres veces a Rusia. Solo tienen cuentas en Panamá y otras cuevas afines. El abrazo de cancha te la debo.

  • Murguista. Poeta. Juglar. Colaborador de Motor Económico

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