Aldea Global

Por Fernanda Vallejos y Alejandro Romero/ BAE /

Agua y neoliberalismo: la incompatibilidad entre la vida humana y los negocios corporativos

El agua comenzó a cotizar en Wall Street dentro del mercado de futuros de materias primas, cuando hay 1.700 millones de personas que no consiguen acceder al bien

/ Por Fernanda Vallejos () y Alejandro Romero()

Cada tanto, algo saca a la luz los principios y fines del orden imperante. La noticia de que el agua dulce cotiza en los mercados a futuro lo hizo. El agua es un bien fundamental y escaso. Hoy, 2.300 millones de personas padecen "presión hídrica" (apenas satisfacen sus necesidades). Y 1.700 millones sufren "penuria hídrica" (no lo logran). Para el 2025, ambas cifras habrán crecido un 50%. Como remedio, las corporaciones quieren privatizar el recurso. El CEO de Nestlé, Peter Brabeck, sostuvo que debería ser manejado "por los hombres de negocios" (sic). Como un bien mercantil más, su consumo sería regulado por el precio, siempre creciente. Ello reduciría el desperdicio, y "la haríamos llegar a todos".

La falacia es clara: ya hoy en los países ricos, de América del Norte y Europa, se consume cuatro veces más agua per cápita y por año que en los de desarrollo intermedio, como Argentina; dos veces más que en Asia y seis veces más que en África. La mitad de lo que se extrae, para colmo, se pierde. En cuanto a su destino, en Europa y América del Norte, el 40% del consumo va a parar a la industria, el 45% es agrícola-ganadero y el 15% es de uso doméstico. En América del Sur, el 60% es agrícola-ganadero, mientras que en África cerca del 80% va al sector rural.

Más desarrollo, más agua

A medida que aumentan el desarrollo y la riqueza, aumenta el consumo per cápita de agua potable y en mayor proporción va a parar a una industria ambientalmente destructiva, dedicada en gran medida a bienes suntuarios y armamentos, que privilegia la ganancia y practica la obsolescencia planificada. Es lo que pasa con los otros recursos de origen natural, apropiados y consumidos en un 75% por los países "ricos": el 25% de la humanidad. Y, en su seno, ante todo por las élites: 5% de la población.

En cuanto al orden mercantil-financiero que llamamos neoliberalismo, hegemónico desde hace cuatro décadas, orientado a la exclusiva acumulación de ganancia privada y que avanzó en la privatización de energía, alimentos, salud y educación, se conocen sus consecuencias en términos de concentración exponencial de la riqueza y de pauperización y exclusión de crecientes mayorías.

Hoy el 1% de la población mundial goza del 90% de la riqueza, con la brutal acumulación de poder económico e influencia política que ello trae aparejado. Así, pues, la privatización del agua agravará la carencia y excluirá de su acceso a porciones crecientes de la población mundial, haciendo la fortuna de las corporaciones.

Carencia y apropiación del agua

Porque ese estado de carencia mayoritaria y apropiación concentrada forma parte de los objetivos estratégicos de los sectores que promueven la globalización neoliberal desde mediados de 1970. Y cumple diversas funciones. El neoliberalismo, teorizado en los 30 y 40 por los economistas austríacos Friederick Hayek y Ludwig von Mises, luego retomado y desarrollado por la escuela de Chicago, liderada por Milton Friedman, es por principio una escuela de pensamiento contraria al concepto de bien común.

La competencia por la apropiación y concentración de recursos vitales, así como la desigualdad y aun la miseria resultantes para las mayorías, son el reflejo, según sus defensores, de una desigualdad humana fundamental, entre quienes traen consigo virtudes innatas de agresividad, inteligencia y proactividad y quienes no las tienen. Los primeros dominan. A los segundos les toca someterse, y aun perecer.

Es la "meritocracia", el "neodarwinismo social". No hay pues, en el orden neoliberal, o entre sus promotores y beneficiarios de cualquier sector, preocupación por el bien común. La atención a las necesidades colectivas y el considerar que constituyen derechos inalienables, como lo establecen la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales firmado veinte años después, son considerados rémoras inútiles. Perversiones.

No hay pues lugar para ilusiones. El neoliberalismo, hoy programa e ideología de las grandes corporaciones, es un proyecto de dominación vía concentración sistemática de la riqueza. Gesta una humanidad dual: minorías dominantes capaces de apropiarse de todos los recursos planetarios y mayorías privadas de lo elemental, en lo posible, resignadas. Si no, reprimidas y acosadas.

El programa es lúcido en un punto central: los avances de la democratización y de los derechos humanos, especialmente los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA), ponen en cuestión el privilegio del derecho de propiedad y el principio de acumulación constante de las tasas de ganancia, obligando a los sectores y naciones dominantes a entrar en un régimen de negociación que implicaría ceder parte de sus privilegios, tanto en términos de riqueza como de poder de dominación, de arbitrariedad discrecional. Los obligaría a integrarse como "un sector más" en el juego democrático y a asumir una parte creciente de los esfuerzos por garantizar un bienestar general compartido.

Los commodities, la Bolsa y la especulación Por eso, el neoliberalismo instrumenta la carencia como un arma. Los carenciados, al límite de la sobrevivencia, terminarán sometiéndose con tal de sobrevivir. La inclusión del agua como un commodity más en el juego de especulación financiera global es un paso decisivo en ese proyecto. No cabe esperar que los beneficiarios del neoliberalismo (grandes empresas, círculos profesionales, socios políticos), "entren en razón" y participen de buena fe en la construcción de un orden orientado a la satisfacción de derechos y a la construcción de un bienestar colectivo.

Una economía capaz de satisfacer las necesidades de todas y todos, garantizando la satisfacción de los DESCA, encontrará en ellos no a un rival civilizado sino a un enemigo dispuesto a todo. Es imperativo para quienes participan de la vida pública y política comprender que, si en democracia no hay más que rivales, existen enemigos: de la democracia, de la igualdad y de la solidaridad. Esos enemigos tienen su programa, y lo llevan a cabo.

Construir un futuro que enmarque la vida en una auténtica democracia, capaz de garantizar derechos y bienestar a todos los seres humanos, exige una acción decidida de los Estados que ponga límite a la voracidad corporativa, atendiendo el clamor popular de las amplias mayorías que merecen gozar de una vida digna en un planeta sano.

  • Fernanda Vallejos es economista y diputada nacional

  • Alejandro Romero es filósofo

fuente : BAE negocios

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