Por TavoCibreiro
Cuando la verdad es la mentira perfecta
( Por TavoCibreiro ) El periodismo jamás fue sinónimo de verdad. Ni hoy, ni ayer. Nunca. Es una creencia arraigada dentro de la sociedad, cobijada por los medios masivos y fomentada por el imaginario cultural a lo largo de los años. No obstante, paradójicamente, en esa errada idea habita la trampa hegemónica, a partir de la cual, todo se vuelve potencial. La independencia y la objetividad son los señuelos necesarios para esconder el truco. Claro, aunque quieran apropiársela, la verdad es relativa siempre. Su carácter alusivo, la transforma en algo único e irrepetible pero, al mismo tiempo, en un territorio de conquista simbólica y, aún más importante, de constante construcción de sentido.
Para Nietzche, la verdad es la mentira más eficiente. Por esa razón, cuando la visión del mundo está juego, la focalización de la acción manipuladora intenta romper con la simbiosis popular, desacreditando sus creencias y fomentando la división. A fin de cuentas, es el poder quien determina cual de todas las verdades es LA VERDAD. Y las empresas periodísticas lo saben a la perfección.
De un tiempo a esta parte, el monopolio de la información ha cambiado de manos. La explosión de las plataformas digitales puso en jaque a los medios de comunicación tradicionales. Los nuevos soportes periodísticos resetearon el viejo esquema de trabajo editorial y crearon modernos hábitos de consumo y distribución.
“Los medios están obligados a buscar nuevas vías para interactuar con los usuarios fuera de sus sitios comunes. Ya no pueden esperar que los usurarios los encuentren, sino que se ven obligados a ir a buscarlos… (…)…Si, durante la primera década del siglo XXI, los medios aún se planteaban la posibilidad de convertirse en plataformas tecnológicas, el estratosférico despegue de las redes sociales, han puesto en evidencia las dificultades para ser competitivos en este terreno”, asegura Pepe Cerezo en su libro “Los medios líquidos”.
Por otro lado, mientras tanto y luego de la intervención a la empresa Vicentín por parte del Estado nacional, el poder volvió a procesar su verdad para convertirla en la única posible. De sus usinas, digitales y analógicas, comenzaron a trabajar sobre dos premisas fundamentales. Por un lado, las fuentes laborales que se perderán a partir de la decisión del ejecutivo nacional y, por el otro, sobre la familia dueña de la empresa cerealera. ¡Se está expropiando una empresa familiar! ¿Cómo puede ser posible? En este caso, para el relato, el más débil es Vicentín o, mejor dicho, la familia. Como lo fue, alguna vez, Clarín para Lanata. En esa construcción de sentido, la prensa hegemónica habla de los abuelos, tíos y nietos del linaje y, además, del esfuerzo realizado para desarrollar no sólo la empresa, sino también, la zona, la región en general y la provincia de Santa Fé en particular. Por supuesto, nada aparece sobre los aportes de campaña a Mauricio Macri, la deuda millonaria con el Banco Nación y, entre otros organismos gubernamentales, la Afip y, mucho menos, sobre la empresas offshore, por lo menos dos, que se abrieron para fugar divisas antes de declararse en sensación de pagos. Tampoco, se menciona a los pequeños y medianos productores que le vendieron su cosecha y no cobraron un centavo.
La “única verdad”, como mencioné antes, no existe pero la mentira si, y puede ser muy consistente. La desinformación es una manera de silenciar, de negar parte del mundo. En síntesis, la puja desigual sobre el acceso a la información conspira contra la democracia y reduce todo a una mueca desdibujada sin sentido. Hablar de un sociedad libre pero negarle información es una farsa. Lamentablemente, los medios encontraron en su mutación empresarial, y no en su práctica profesional, el modo de profundizar su mensaje. En efecto, el poder invade los sentidos, multiplicando las sensaciones y perturbando los saberes. LA VERDAD, entonces, quizás sea sólo una sensación y no mucho más.
(*) Comunicador popular. Periodista. Integrante de Ucaya y colaborador en Motor Económico.
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