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El Paraná se marchita y con él, se seca un pilar económico de Sudamérica
El segundo río más grande de la región se está quedando sin agua en medio de la mayor sequía de los últimos 70 años, lo que pone en peligro a los ecosistemas, el comercio y los medios de subsistencia.
Por Daniel PolitiPhotographs by Sebastián López Brach
ROSARIO, Argentina — El pescador se levantó temprano una mañana reciente, golpeó los contenedores de combustible de su pequeña embarcación para asegurarse de que tenía suficiente para el día, y salió al río Paraná, red en mano.
La expedición fue una pérdida de tiempo. El río, una de las principales fuentes de ingresos de Sudamérica, se ha reducido considerablemente a causa de una grave sequía, y los efectos están dañando las vidas y los medios de subsistencia a lo largo de sus riberas y mucho más allá.
El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. “En todo el día no agarré un pescado”, dijo Juan Carlos Garate, el pescador de 68 años señalando los parches de hierba que brotan donde antes había agua. “Todo está seco”.
La reducción del caudal del Paraná, que se halla en su nivel más bajo desde la década de 1940, ha trastornado los delicados ecosistemas de la vasta zona que atraviesa Brasil, Argentina y Paraguay y ha dejado a decenas de comunidades con dificultades para acceder a agua dulce.
En una región que depende en gran medida de los ríos para generar energía y transportar los productos agrícolas que son pilar de las economías nacionales, el retroceso del segundo río más grande del continente también perjudica a las empresas, al aumentar los costos de la producción de energía y del transporte marítimo.
Los expertos afirman que la deforestación en la Amazonía, junto con los patrones de lluvia alterados por el calentamiento del planeta, contribuyen a la sequía. Gran parte de la humedad que se convierte en la lluvia que alimenta los afluentes del Paraná se origina en la selva amazónica, donde los árboles liberan vapor de agua en un proceso que los científicos llaman “ríos voladores”.
La deforestación desenfrenada ha interrumpido este flujo de humedad, al debilitar los arroyos que abastecen los ríos más grandes de la cuenca, y transformar el paisaje.
“Esto es mucho más que un problema hidrológico”, dijo Lucas Micheloud, un miembro de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas que vive en Rosario. Los frecuentes incendios, dijo, están convirtiendo los bosques tropicales, ricos en recursos, en sabanas.
Aunque el nivel del agua varía en diferentes lugares, el Paraná está ahora en promedio tres metros por debajo de su caudal normal, según Juan Borús, un experto del Instituto Nacional del Agua de Argentina que lleva más de tres décadas estudiando el río.
Es probable que la situación empeore al menos hasta principios de noviembre, cuando comienza la temporada de lluvias en la región, pero la sequía podría durar más tiempo. Los expertos afirman que el cambio climático ha dificultado la formulación de predicciones precisas.
Los fenómenos extremos como la sequía que afecta a gran parte de América del Sur son cada vez “más frecuentes y más intensos”, dijo Lincoln Alves, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil que trabajó en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
A finales de julio, Argentina declaró una emergencia de seis meses en la región del río Paraná, calificando la crisis como la peor de los últimos 77 años. Los funcionarios del gobierno dicen que los tomó por sorpresa.
Y en el centro de Rosario, Guillermo Wade, el gerente de la Cámara de Actividades Portuarias y Marítimas, hace cálculos febriles cada mañana para calcular cuánto se puede embarcar en los buques de carga sin correr el riesgo de que se queden atascados en los tramos menos profundos del río.
Los barcos han estado transportando un 26 por ciento menos de la carga normal. Wade teme que esa cifra pueda llegar hasta el 65 por ciento a finales de este año si se materializan los pronósticos más pesimistas.
“Estamos perdiendo una bestialidad de carga”, dijo Wade.
Los dueños de barcos también están aumentando los costos para compensar el riesgo de quedar atrapados en las aguas poco profundas.
El precio promedio de un viaje marítimo se ha duplicado con creces desde mayo, pasando de 15.000 dólares diarios a 35.000, según Gustavo Idígoras, presidente de Ciara-Cec, la cámara que representa a las empresas exportadoras de cereales.
La bajante del río Paraná elevó a 315 millones de dólares el costo de la exportación de productos agrícolas procedentes de Argentina en el período comprendido entre marzo y agosto, según un cálculo de la Bolsa de Comercio de Rosario. Más del 80 por ciento de las exportaciones agrícolas del país, incluida la casi totalidad de la soya, el principal cultivo comercial argentino, pasan por el río de camino al océano Atlántico.
Para Luciano Fabián Carrizo, un chico de 15 años que vive en El Espinillo, la misma comunidad isleña en que vive Garate, el pescador, la repentina desaparición del agua significa que ahora tiene que caminar dos horas para llegar a la escuela. Antes, el trayecto le llevaba 15 minutos en bote.
Al otro lado del río, en Terminal Puerto Rosario, uno de los puertos de la ciudad, los funcionarios tuvieron que extender los brazos de las grúas más de dos metros para poder llegar a los barcos, dijo Gustavo Nardelli, uno de los directores portuarios.
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