Por Gabriel Fernández / REVISTA MUJICA
Estados Unidos. Esto que pasa
Lo que está ocurriendo en los Estados Unidos solo tiene una relación epidérmica con la dualidad democracia-autoritarismo. En realidad la democracia en ese gran país está muy deteriorada: hace décadas que cae la participación política y que se impone la censura a través de los mismos propietarios de los medios de comunicación. Es probable que con el correr de las horas, disturbios mediante, los manifestantes terminen dispersándose. Lo que no se dispersará es el problema de fondo, del cual pocos hablan.
La caída del Producto Bruto Interno norteamericano y, de modo simultáneo, su regresión distributiva, ha generado un país oscuro. Unas cuantas vidrieras restallantes, varios edificios gigantescos, una bolsa muy activa y millones de personas viviendo en trailers, sin trabajo, salud ni educación. Sin futuro. Ante esa situación, cuya formidable extensión puede medirse entre las gestiones de Ronald Reagan y Barack Obama, una parte muy numerosa del pueblo norteamericano fue tanteando opciones de rasgos productivos.
Muchos confiaron en Bernie Sanders, desde los demócratas, pero esa interna con Hillary Clinton dejó mucho que desear –precisamente, en el terreno democrático- y la ilusión se deshizo. Otros visualizaron en Donald Trump a un empresario pragmático que necesitaba generar empleo para contentar una base de sustentación blanca empobrecida. Durante los cuatro años de gestión trumpista, el país del Norte volvió a crecer y dejó de canalizar energías en invasiones y grandes conflictos bélicos para volcarlas al interior.
Esta movilización denota el malestar social ante la acelerada perspectiva de un retorno a las políticas de ajuste y transferencia de recursos hacia los sectores financieros. Las recetas propuestas para los países dependientes fueron aplicadas en el centro mismo, evidenciando la escasa sensación patriótica del capital. Los resultados fueron parecidos a los que conocemos aquí, y una gran región del pueblo norteño percibe, con desesperación, que ante el retorno de Joseph Biden al gobierno la perspectiva de conseguir aunque más no fuera un mal conchabo, se disuelve.
Cuando Trump doblegó a la Reserva Federal y morigeró las tasas para impulsar la inversión productiva, el suprapoder con eje en las finanzas dijo basta y lanzó toda su artillería, especialmente comunicacional, para evitar un nuevo ciclo del rubicundo. Esto no convierte a Trump en un líder revolucionario, sino en un empresario que sacó cuentas razonables y resolvió avanzar en la dirección que convenía al estado norteamericano, no al poder que lo envuelve. Mucha gente, que poco sabe de tasas e indicadores, observa que los mismos dirigentes que hegemonizaron el gobierno más de un lustro atrás, volverán a realizar lo que ya hicieron.
El conflicto social norteamericano es indetenible y renacerá después de esta desprolija movilización. Creer, como cree la Internacional Progresista de los Últimos Días, que “el problema es Trump” es evaluar que se puede aguardar soluciones del espacio financiero concentrado, con sus medios, sus armas y sus narcos. Es posible analizar lo que está sucediendo en base al razonar fundado o forzar la creencia al punto de sostener que acá lo que está en juego es “la democracia” en abstracto, por fuera de los intereses concretos.
Como suele suceder cuando las naciones ingresan a una encerrona, sin soluciones, los problemas persistirán.
Aunque Mike Pence diga “ya está, vamos a casa”.
*Gabriel Fernández. Director La Señal Medios / Área Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal.
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