Por Javier Tolcachier
La libertad de unos y otros
La indignación aflora, ¡y con justa razón!, cuando en nombre de la libertad, se invaden o anexan territorios, se fomentan guerras, se atacan países, se someten culturas. Podrá argumentarse que este rasgo argumental ha estado presente en las ideologías de todos los imperios pasados, a través de las cuales los conquistadores sosegaban sus atribuladas conciencias afirmando que traían liberación y civilización a los pueblos atrasados o sojuzgados.
Aún cuando se reconozca el antecedente, comprobando que muchas poblaciones creyeron en el infundio o adhirieron voluntariamente a las dominaciones imperialistas pensando que éstas al menos desatarían las cadenas de satrapías establecidas, la indignación no cede. Con justa razón.
No hay derecho humano alguno en conspirar contra la autodeterminación de un pueblo, bloquear o sancionar naciones, ni valentía alguna en desatar la guerra, el desplazamiento forzado, no hay justicia alguna en la miseria o la desigualdad. ¿En nombre de qué libertad, de qué civilización se mata, se roba, o se manda a matar y a robar? ¿En nombre de qué libertad se concentran desmedidas riquezas, condenando a la mayoría de la humanidad a la pobreza y el hambre?
La libertad de los (h)unos
Una parte de la derecha rancia de los Estados Unidos de América, hoy en posiciones de poder, configuró en 2009 el movimiento Tea Party. En un clima de crispación por el rescate federal a gigantes usureros que arrastró al sistema global, los autodenominados “libertarians” pusieron el grito en el cielo protestando contra una política fiscal que consideraban invasiva.
La denominación de este nucleamiento, en el que militaron (¿militan?) entre otros activamente el ex jefe de la CIA y actualmente secretario de Estado Mike Pompeo, la ex gobernadora de Alaska y candidata a la vicepresidencia Sarah Palin, Marco Rubio, Rand Paul, hoy en el senado por Florida y Kentucky respectivamente o Michele Bachman, en la Cámara de Representantes por Minnesota, remite efectivamente a una gesta anticolonial.
El nombre escogido alude a aquel episodio de la historia fundacional de los EEUU, el 16 de Diciembre de 1773, en el que colonos arrojaron un cargamento de té en el puerto de Boston en protesta por una disposición fiscal de la Corona Británica que favorecía a la Compañía de Indias Orientales, en detrimento del contrabando local y de la autonomía económica.
Claro que este movimiento no fue tan sólo una junta de afiebrados activistas nostálgicos. En 1984, los billonarios David y Charles Koch, dueños del conglomerado de Industrias Koch, fundaron “Ciudadanos por una Economía Sana”, un grupo que abogó para ensanchar los privilegios corporativos a través del recorte de impuestos. Ya en 2002 el CSE (Citizens for a Sound Economy) diseñó un sitio web cuyo dominio rezaba “usteaparty.com”. El grupo se dividió al poco tiempo en FreedomWork y Americans for Prosperity, esta última agrupación capitaneada por el propio David Koch, quien fue uno de los principales donantes a la campaña de Trump y falleció en 2019.
También la cadena televisiva Fox fue decisiva, alentando en 2009 a los ciudadanos a marchar en el “Tax Day” en más de 750 ciudades del país, incluida la capital, contra la política fiscal de Obama. El tax day (habitualmente 15 de Abril) es el día en que los ciudadanos estadounidenses realizan su declaración fiscal anual al gobierno federal y estatal.
De esta manera, la “afrenta” impositiva, en conjunto con la memoria histórica de la vieja persecución eclesial contrareformista de la Inglaterra de fines del siglo XVI contra los que serían los “padres peregrinos” (Pilgrim Fathers, llegados en 1620 al “Nuevo Mundo”), engarza doscientos años más tarde perfectamente con la aversión al poder central, ligando nuevamente la libertad a un espíritu contrario a toda injerencia estatal distorsiva de la sacrosanta apropiación individual.
Esta sorda rebelión contra el poder central catapultó a muchos militantes del movimiento del té a lomos del partido republicano a las cámaras legislativas y finalmente, al delegado excéntrico de una parte de las grandes corporaciones, Donald Trump, a la presidencia del país.
La libertad de los otros
Sin embargo, el pregón de libertad de los unos, consume casi por completo la libertad de los otros. Y los otros son los que no piensan como los (h)unos o participan en el establecimiento de reglas de juego diferentes, más proclives a la distribución equitativa y a la afirmación de lo colectivo y lo común.
Los otros son entonces ajusticiados mediáticamente por los servidores de los unos, sin posibilidad de defenderse del escarnio en igualdad de condiciones. Son, en política, el blanco preferido de los unos, dirigentes como Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Fernández o Nicolás Maduro y muchos otros copartícipes en la fundamental tarea de hacer de estas tierras naciones más independientes y más justas. En esa misma línea, los “otros” son también los presos políticos a los que gobiernos o jueces adláteres de los “unos” mantienen detenidos, con o sin condena. Es la ley de los sin ley, la guerra judicial o lawfare en su notación en inglés.
Los otros son los que a diario los unos han convertido en objeto de espionaje y de escucha, son los periodistas agredidos, despedidos o asesinados por buscar (y encontrar) verdades incómodas.
Son las lideresas y líderes campesinos condenados a muerte por oponerse a la expansión ilimitada de negocios de grandes corporaciones o de terratenientes locales con licencia oficial – de los unos - para matar.
La libertad que no tienen los otros, es la libertad de migrar desde donde quieran adonde quieran, dejando atrás los desastres que provocó el colonialismo y continúa provocando el neocolonialismo de la dependencia y la servidumbre al poder occidental.
Las otras son las mujeres, acompañadas de principio al fin de sus vidas por el temor a ser violadas, golpeadas, asesinadas, condenadas a prohijar sin libertad para optar, al vilipendio por romper normas establecidas por el patriarcado dominante en el poder moral, político y religioso de todo el planeta.
Son las y los negros, cuyas vidas poco importan desde hace centurias, cuando encadenados en las bodegas de barcos negreros fueron secuestrados para gloria y fortuna de los hacendados coloniales en las Américas y las testas coronadas en Europa. La formal libertad de aquella servidumbre cruel no ha impedido que los afrodescendientes sigan siendo hoy los excluidos de los beneficios del bienestar que el Occidente extrajo de la vida y la muerte de millones de negros.
Los otros son las y los indígenas, que fueron violadas, diezmados, utilizados por el yugo imperial para salvar a la oscura y enferma Europa medieval de su miseria y financiar sus guerras eclesiásticas por el poder político-religioso. La huella de aquellos crímenes de lesa humanidad permanece hasta hoy tallada en los rostros y situación social de los sobrevivientes de la catástrofe, en la exclusión de las mayorías mestizas y en el intenso racismo que impide una nivelación social efectiva.
Les otres son los que difieren de la heteronormatividad impuesta a la vida afectiva y sexual por el naturalismo impreso a fuego en las mentes a base de represión y negación. Naturalismo que todavía, a pesar de los tremendos cambios operados en la vida humana, continúa siendo uno de los principales escollos hacia la libertad.
Libertad que en el sistema actual pretende justificar lo injustificable. Libre mercado, le dicen al esquema que permite que las transnacionales devoren sin limitación alguna las riquezas comunes de los pueblos, esclavizándolos como antaño con deuda, extractivismo, destrucción de sus entramados industriales, de su soberanía tecnocientífica, con precariado y explotación digital. Libertad de prensa, le llaman al hecho de que unos pocos grupos de medios manejen la agenda informativa mundial. Libertad de expresión, a la sordina, demonización y persecución a la que se somete al pensamiento crítico, transgresor de los moldes del discurso único.
La libertad de unos resulta entonces en la libertad de nadie.
La opresión sutil
Los encadenamientos son también de un carácter menos evidente, pero igualmente actuantes. ¿De qué libertad hablamos a los impedidos, a los que temen por un futuro incierto, a los fracasados en la escala de éxito vulgar que propone este sistema decadente y mentiroso? ¿Es realmente libre el que persigue y aún el que alcanza ese éxito?
¿Cómo puede actuar libremente quien vive en un clima mental de miedo a perder lo que tiene o no alcanzar aquello que fervientemente necesita o desea? ¿Puede hablarse de libertad cuando el futuro aparece como una cadena repetitiva de dolor y sufrimiento para unx y sus seres queridos? ¿Hay libertad para quien nace en entornos violentos, cargados de odio y venganza? ¿Acaso es libre quien teme a la enfermedad, a la soledad, a la muerte?
Hay quienes creen que esta opresión interior desaparece al desatarse los nudos exteriores que aprisionan la posibilidad humana y no cabe duda que eso es condición imprescindible de libertad. Sin embargo, probablemente no baste y sea fundamental una cuota de introspección y coherencia que colabore con el triunfo colectivo.
La libertad de todes
¿Nacemos verdaderamente libres? ¿Qué libertad tiene un/a niño/a que nace en un mundo de imposibilidades? Imposibilitado de crecer bien alimentado, en entornos seguros, en ambientes amables y afectuosos, de acceder a conocimiento y formación, de no ser permanentemente azuzado por una propaganda de consumos inútiles que producen pesadillas posesivas.
Sin duda nacemos y crecemos entre condiciones. Condiciones de tipo social, cultural y generacional que imprimen su huella en nuestra vida, pero no impiden que nos rebelemos a los factores preexistentes que generan dolor y sufrimiento. Factores dados pero no definitivos. En ese resquicio de posibilidad reside la libertad, en la opción de modificar lo determinado.
La libertad es estructural, en su expansión transgrede los confines impuestos en lo social, lo intersubjetivo y lo personal. Requiere por tanto laborar en su favor en los tres planos.
La libertad es histórica, transforma lo dado en futuras condiciones que serán a su vez subvertidas más adelante en su mismo nombre.
La libertad es colectiva o no es, no hay posible libertad para unos en perjuicio de los demás. Es el sueño de la vida que se va realizando con la existencia humana, con aciertos y errores, con avances y retrocesos pero como único horizonte posible.
(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.
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