Aldea Global

Por Marcos Doño

LA SOLIDARIDAD DE LOS INSOLIDARIOS; Incendio y pandemia: todo es ganancia

(Por Marcos Doño) Para quienes nos hacemos la pregunta, a esta altura casi retórica, de si pasada la pandemia del Covid19 los gobiernos y las clases más poderosas tomarán conciencia de la necesidad de aportar medidas en dirección de un mundo más justo y equitativo, la historia nos ofrece ejemplos no tan esperanzadores al respecto.

Los eventos singulares como una pandemia o una catástrofe natural, ponen a las sociedades frente a la complejidad de un destino moral que pareciera bifurcarse, ofreciéndonos la posibilidad de tomar decisiones en pos de un mundo más justo y equitativo, o aceptar ser gobernados por un sistema en el que la insensibilidad social perpetúe una vida de pobreza y frustración para las mayorías.

Pero como veremos, no hace falta ir muy lejos en tiempo, a épocas en que el destino de los pueblos dependía de la piedad de un Dios invisible o de las buenas virtudes de sus monarcas y señores, para entender cómo actúa el poder cuando se trata de ser solidario con el prójimo.

A modo de ejemplo elegí rememorar un acontecimiento ocurrido a sólo un año y meses en Francia, más precisamente en París. Me refiero al incendio que sufrió la catedral de Notre Dame, el 15 de abril de 2019, transformándose en una de las tragedias culturares de la historia de la humanidad. Pero antes de abordar este acontecimiento, nos haremos una pregunta: ¿Qué conexión moral hay entre aquella pérdida irreparable y el actual drama social, desencadenado por la pandemia del Covid19, que se extiende a escala planetaria?

En el contexto del aislamiento obligado por la falta de terapias efectivas como de una vacuna preventiva, incluso hoy que ya se anuncia su llegada en pocos meses más, la ansiedad nos empuja a diario a preguntarnos: ¿hasta cuándo? Y la tevé, siempre apurada detrás del rating, lo hace a su estilo, surfeando sobre una realidad que se muestra profunda y compleja. Pero el vertiginoso carrusel de opiniones que exige la tevé no admite la pausa, y todos son lanzados al giro de las opiniones, médicos, biólogos, filósofos, psicólogos, economistas, en la esperanza de que los productores de rating, los televidentes, se queden atornillados frente a las pantallas y viviendo como natural una realidad binaria, en la que estarían enfrentadas la economía y la salud. Una idea que pareciera expresar la cerrazón de una mirada que tiene en cuarentena a la razón y el sentido común.

Así, de lo que poco se habla es de las deficiencias estructurales que esta enfermedad ha ido revelando en su marcha y en la mayoría de los países, aún en los más poderosos: la enorme deficiencia en materia de ayuda social y atención sanitaria. Claro que hablar de ello significaría, sobre todo, desnudar un modelo de ortodoxia económica con el que las corporaciones mediáticas siempre se han llevado bien. Desnudarlo, entonces, sería desnudarse.

Pero como los terremotos, que resquebrajan hasta las estructuras más fuertes, la pandemia ha fisurado el discurso monolítico de un sistema de explotación y expoliación como el neoliberal, dejando expuestas las enormes falencias como producto del achicamiento del Estado y las expropiaciones de gran parte de las estructuras públicas de las naciones. Golpeados por una tragedia que ha determinado cambios de hábitos en la vida, en el consumo y la producción, las sociedades y sus gobiernos fueron desbordados y forzados a este debate, emergiendo en palabras las causas de este deterioro e identificando en la escena central a un modelo de economía financiera cuyo único objetivo ha sido por décadas el de la concentración brutal de la riqueza en pocas manos. En este sentido, ya se escuchan voces en los países centrales, en Europa, en América y en Asia, que se animan al cuestionar la moral de un capitalismo que se ha salido de madre, permitiendo que sólo el 1% más rico del planeta concentre la misma riqueza que la de 3 mil millones de personas. 

Es la revelación de un cansancio moral y un miedo al presente y al futuro, que exceden a la enfermedad en sí. Este miedo, que como malestar en la cultura nos interpela, nos habla de una conducta indignante que todavía muchos buscan calmar en la idea de que, después de todo, la tragedia nos enseñará a ser mejores. Un proceso mental que conlleva la esperanza de que también los poderosos sufrirán un proceso de epifanía que transmutará sus espíritus y los hará menos codiciosos, más solidarios, acaso como si se tratara de un film navideño de corte hollywoodense.

Lo que leerán a continuación, sin embargo, no es una muestra de este cambio. Al contrario, es más bien un ejemplo de la falta de sensibilidad de un gobierno en materia de presupuesto para el bienestar social, y de la actitud con que los empresarios más poderosos suelen involucrarse cuando se trata de ayudar frente un infortunio.

París, 15 de abril 2019: Incendio en la Catedral de Notre Dame

Azorados, los franceses y el mundo todo, observan cómo uno de los símbolos de la unión de Francia se vuelve cenizas. Horas después, llueven las críticas sobre un gobierno que había hecho oídos sordos a los reclamos sobre mayor seguridad para una estructura edilicia que se había anunciado, más de una vez, sería atacada por el peor de los enemigos: el fuego, lo que finalmente ocurrió. Y cuando aún las llamas fulguraban abrazadas por un humo blanco que se expandía hacia el cielo de París, algo comenzó a ocurrir en medio de esa calamidad. Fue como si atentos a no perder la garantía de que en el momento justo recibirán las llaves del cielo y las otras, las que abren las puertas de la Tierra, los más ricos comenzaron a hacer llover sus millones de euros en donaciones con el propósito de reconstruir la catedral. Algunas de esas donaciones llegaban anónimas, otras con nombre y apellido, y también con el logo las empresas-imperio, en especial las del ámbito de la moda, que visten a una parte del planeta, con el trabajo esclavo de la otra mitad. 

Rompió el chanchito el grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (colaborador del nazismo) y propiedad del empresario Bernard Arnault, quien anunció la donación de “200 millones de euros”. En igual competencia por que se les abran las puertas del cielo al final de su vida, el magnate François-Henri Pinault, esposo de la actriz Salma Hayek y CEO de la matriz dueña de marcas como Gucci, Yves Saint Laurent, Balenciaga, Puma y FNAC, donó 100 millones. ¿Quién da más?, dicen que se escuchaba un eco venido de las nubes de París.

Lo cierto es que estas cifras excedían en decenas de millones el pedido que venían haciendo los responsables de la restauración y el mantenimiento de la Notre Dame, lo que hubiera significado, casi con seguridad, que esta tragedia no hubiese ocurrido. Pero don Emmanuel Macron, quien aún todavía gobierna Francia haciendo equilibrio sobre una cuerda que ya vibraba con los vientos de las protestas de los chalecos amarillos, dijo en su momento: ¡no al presupuesto! Hoy, a un año, todavía lloran y el dolor es demasiado.

Como han vuelto hoy a pesar de la pandemia, a los pocos días del incendio comenzaron las protestas de los chalecos amarillos, por lo que Macron, en medio de una prensa que comenzaba a acosarlo por semejante pérdida, se vio obligado a dar una respuesta rápida a sus pedidos. Pero las llamas ya habían consumido a la Bella Dama, cuya significación más profunda es la de ser el símbolo histórico de la unidad de Francia; sin dudas, toda una metáfora de lo candente del clima social del país galo. Lo cierto es que más rápido que la respuesta a los reclamos sociales, los millones por el amor a la Virgen, al arte y al turismo, navegaron presurosos hacia la isla de la Cité, donde está emplazada la catedral a orillas del río Sena, allí mismo, donde la historia de Francia comenzó alrededor del 259 a.C. con la fundación de la ciudad luz por parte de la tribu celta de los Parisii.

Lejos, en la periferia de la ciudad, están los barrios más pobres, en especial los conformados por inmigrantes venidos del continente africano, quienes por siglos fueron diezmados por un colonialismo atroz que hizo de la explotación extractiva uno de los pilares de su fortaleza económica. Pero para ellos, ni siquiera las migajas de Vuitton, François-Henri Pinault y los anónimos filántropos. Tampoco una política equitativa por parte del gobierno que preside Macron. Parece que ni el fuego ni un virus mortal tienen la fuerza para ablandar los corazones del poder. Es que la superstición puede más. Nace del temor a que un día, como todo mortal, deberán pagarle al barquero Caronte para su viaje final, ese temor que hace que los símbolos no sean algo menor. Y la catedral de Notre Dame tiene la contundencia de la de la belleza y la religión, como no tienen los millones de personas que viven en esos barrios, quienes, después de todo, además de ser anónimas no estarán mucho tiempo aquí, en esta Tierra de la que los señores se sienten dueños.

No pensará alguien, además, que estos euros de la restauración llegaron sin pedir nada a cambio. El entramado de explotación, lavado de dinero, contratos espurios con empresas subsidiarias emplazadas alternativamente en naciones asiáticas, africanas y latinoamericanas, no permite jamás que la filantropía sea una actividad menos rentable que otras. Al empresario que ha llegado a la cima del poder le ocurre lo que al montañista que al arribar a la cumbre cree verlo todo. Pero es justamente allí donde se pierde el detalle de todas las cosas que ha dejado atrás.

Esa falta de oxígeno de las alturas que narcotiza al montañista, se replica en el poder como una transmutación moral y práctica de la vida, y de pronto ya no es capaz de entender el significado de la solidaridad y la justicia social. Hay que entender que los dineros que lavan las conciencias empresarias, también son un reaseguro para la prosecución de sus contratos comerciales, acaso un premio ante semejante acto de beneficencia. Practica que la empresa Louis Vuitton conoce, como veremos, desde los tiempos de la Segunda Guerra. Como decía un general mexicano antizapatista: “Todo es ganancia.” Y el fuego, la tragedia y el dolor, son materiales regios para engordar el poder.  

CUANDO LOS NAZIS VESTÍAN A LA MODA

En la Segunda Guerra Mundial Louis Vuitton colaboró con los nazis durante la ocupación de Francia. El libro “Louis Vuitton”, de la periodista francesa Stephanie Bonvicini, publicado por Ediciones Fayard, en París, explica en detalle la historia de esta familia y cómo ayudaron activamente al gobierno colaboracionista encabezado por el mariscal Pétain, posición que le valió el aumento de la riqueza de manera exponencial debido a los negocios con los alemanes. A tal punto llegó su degradación, que los Vuitton habían instalado una fábrica que se dedicaba exclusivamente a la producción de artefactos que glorificaban a Pétain, entre ellos “2500 bustos” de su figura. Caroline Babulle, portavoz de la editorial Fayard, dijo: “Ellos no han impugnado nada en el libro, pero están tratando de enterrarlo pretendiendo que no existe”. 

En respuesta a la publicación del libro en 2004, un portavoz de LVMH, dijo: “Esta es una historia antigua. El libro abarca un período en el que era tan solo una familia, mucho antes de que se convirtiese en parte de LVMH. Somos diversos, tolerantes y todas las cosas que una empresa moderna debe ser”. 

Un vocero de LVMH dijo a la revista satírica Le Canard enchaîné: “no negamos los hechos, pero, lamentablemente, el autor ha exagerado lo sucedido en Vichy, no hemos puesto ninguna presión en nadie. Si los periodistas se quieren censurarse a sí mismos, entonces… nosotros nos adaptaremos bien”. Cabe aclarar que este fue el único periódico francés que mencionó el libro. Pregunta: ¿se deberá acaso a que Louis Vuitton Moët Hennessy, es el mayor anunciante en la prensa francesa?

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