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"Me asusta pensar en tener un hijo ahora’: el descenso en la población global puede transformar el mundo"

Menos llantos de bebés. Más casas abandonadas. Hacia mediados de este siglo, cuando las muertes empiecen a superar a los nacimientos, se producirán cambios difíciles de comprender.

( Por Damien Cave, Emma Bubola y Choe Sang-Hun > New York Times) En todo el mundo, los países enfrentan un estancamiento poblacional y un descenso en la fertilidad, lo que representa un rápido retroceso sin precedentes en la historia que hará que las fiestas de primer cumpleaños serán más raras que los funerales y que las casas vacías lleguen a ser algo normal.

En Italia ya están cerrando salas de maternidad. En China están apareciendo ciudades fantasma en el noreste. Las universidades de Corea del Sur no encuentran suficientes alumnos y en Alemania cientos de miles de propiedades han sido demolidas y sus terrenos han sido convertidos en parques.

Parece que las fuerzas demográficas —con una tendencia a que haya más decesos que nacimientos— se están expandiendo y acelerando como una avalancha. Pese a que algunos países siguen registrando crecimiento poblacional, sobre todo en África, las tasas de fertilidad están disminuyendo casi en todos los demás lugares. Ahora, los demógrafos pronostican que, en la segunda mitad del siglo o quizás antes, la población global va a iniciar por primera vez un descenso constante.

En un planeta con menos gente tal vez disminuya la presión por los recursos, se desacelere el impacto destructivo del cambio climático y se reduzca la carga familiar para las mujeres. Pero este mes, los informes de los censos de China y Estados Unidos, los cuales mostraron las tasas de crecimiento poblacional más lentas en décadas para ambos países, también indicaron que habrá ajustes difíciles de imaginar.

El hecho de que la gente viva más tiempo y la fertilidad sea baja, lo que causará que haya menos trabajadores y más personas jubiladas, amenaza con trastornar la forma en que las sociedades están organizadas, es decir, en torno a la idea de que el excedente de jóvenes impulsará las economías y ayudará a pagar los gastos de las personas mayores.

Tal vez también se necesite redefinir los conceptos de familia y nación. Imaginen regiones enteras donde todos tengan 70 años o más. Imaginen que los gobiernos otorguen bonos enormes a los inmigrantes y a las madres que tengan muchos hijos. Imaginen una economía colaborativa llena de abuelos y que los anuncios del Supertazón promocionen la procreación.

“Se necesita un cambio de paradigma”, señaló Frank Swiaczny, un demógrafo alemán quien hasta el año pasado fue jefe de análisis y tendencias poblacionales en las Naciones Unidas. “Los países deben aprender a vivir con este descenso y adaptarse a él”.

Ya ha comenzado a haber repercusiones y respuestas, sobre todo en Asia Oriental y Europa. Desde Hungría hasta China y desde Suecia hasta Japón, los gobiernos están teniendo dificultades para equilibrar las exigencias de un grupo de personas de edad avanzada cada vez más grande con las necesidades de los jóvenes, cuyas decisiones más personales sobre la natalidad están siendo determinadas por factores tanto positivos (mayores oportunidades de empleo para las mujeres) como negativos (desigualdad de género y elevados costos de vida).

El siglo XX presentó un desafío muy diferente. La población global tuvo el mayor incremento de su historia (de 1600 millones de personas en 1900 a 6000 millones en el año 2000) gracias al aumento de la esperanza de vida y la disminución de la mortalidad infantil. En algunos países —que representan cerca de una tercera parte de la población mundial—, todavía está en juego esa dinámica de crecimiento. Es posible que, para fines del siglo, Nigeria supere la población de China; en toda el África subsahariana las familias siguen teniendo cuatro o cinco hijos.

No obstante, la era de la alta fertilidad está terminando en casi todos los demás lugares. Puesto que las mujeres han logrado tener un mayor acceso a la educación y la anticoncepción y las inquietudes asociadas con tener hijos han aumentado, cada vez más personas están postergando la paternidad, por lo que están naciendo menos bebés. Incluso en países donde durante mucho tiempo hubo un rápido crecimiento, como India y México, las tasas de natalidad ahora tienden a caer a la tasa de reemplazo —de 2,1 hijos por familia— o por debajo de ella.

Es posible que este cambio tarde décadas, pero cuando comience, la espiral del descenso será exponencial (al igual que la del crecimiento). Si hay menos nacimientos, habrá menos niñas que tengan hijos cuando crezcan y, si tienen familias más pequeñas de las que tuvieron sus padres —cosa que está ocurriendo en decenas de países—, empezará a parecer que la disminución va en caída libre.

“Se vuelve un mecanismo cíclico”, señaló Stuart Gietel Basten, experto en la demografía de Asia y profesor de Ciencias Sociales y Política Pública en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong. “Es una fuerza demográfica”.

Algunos países, como Estados Unidos, Australia y Canadá, donde las tasas de natalidad se ubican entre 1,5 y 2, han atenuado el impacto gracias a los inmigrantes. Pero, en Europa del Este, la migración de la región ha agravado la disminución de la población y, en algunas partes de Asia, finalmente ha estallado la “bomba de tiempo demográfica” que hace algunas décadas se volvió tema de debate.

En 2019, la tasa de fertilidad de Corea del Sur se redujo a una cifra mínima histórica de 0,92, menos de un hijo por cada mujer, la tasa más baja en el mundo desarrollado. Durante cada uno de los últimos 59 meses, el número total de bebés nacidos en el país ha ido descendiendo a cifras históricas mínimas.

Ese índice de natalidad en descenso, junto con una rápida industrialización que ha obligado a la gente a trasladarse de las poblaciones rurales a las grandes ciudades, ha creado lo que se puede percibir como una sociedad de dos niveles. Mientras que las metrópolis importantes como Seúl siguen creciendo, lo cual ejerce muchísima presión en la infraestructura y la vivienda, es común encontrar en los pueblos escuelas cerradas y abandonadas, con los patios llenos de maleza debido a que no hay suficientes niños.

Las mujeres embarazadas en muchas áreas ya no logran encontrar obstetras ni centros de atención posnatal. Las universidades que no alcanzan un nivel de élite, sobre todo fuera de Seúl, tienen cada vez más dificultades para llenar sus aulas; el número de personas de 18 años en Corea del Sur ha disminuido de aproximadamente 900.000 en 1992 a 500.000 en la actualidad. Para atraer a los estudiantes, algunas escuelas han ofrecido becas e incluso iPhones.

Con el fin de estimular el índice de natalidad, el gobierno ha otorgado bonos por bebés. También aumentó los apoyos por hijo y los subsidios médicos para los tratamientos de fertilidad y embarazo. Las autoridades de salud han obsequiado a los recién nacidos carne de res, ropa para bebé y juguetes. El gobierno también está construyendo cientos de jardines de niños y guarderías. En Seúl, todos los autobuses y vagones del metro cuentan con asientos rosas reservados para las mujeres embarazadas.

Sin embargo, este mes, el vice primer ministro Hong Nam-ki reconoció que el gobierno —el cual ha gastado más de 178.000 millones de dólares en los últimos 15 años para alentar a las mujeres a tener más bebés— no ha logrado avances suficientes. En muchas familias, el cambio se percibe como algo cultural y permanente.

“Mis abuelos tuvieron seis hijos y mis padres cinco porque sus generaciones creían que era bueno tener muchos hijos”, dijo Kim Mi-kyung, un ama de casa de 38 años. “Yo solo tengo un hijo. Para mi generación y para generaciones más jóvenes, en general, sencillamente no vale la pena tener tantos hijos”.

Esta opinión es similar en Italia, a miles de kilómetros de distancia, con un contexto diferente.

En Capracotta, una pequeña ciudad del sur de Italia, un letrero en letras rojas en un edificio de piedra del siglo XVIII con vistas a los montes Apeninos dice: “Hogar del preescolar”, pero hoy el edificio es una residencia de ancianos.

Los residentes toman su caldo de la noche sobre manteles encerados en la antigua sala de teatro.

“Había tantas familias, tantos niños”, dice Concetta D’Andrea, de 93 años, que fue alumna y profesora de la escuela y ahora es residente de la residencia de ancianos. “Ahora no hay nadie”.

La población de Capracotta ha envejecido y se ha contraído drásticamente: de unas 5000 personas a 800. Las carpinterías del pueblo han cerrado. Los organizadores de un torneo de fútbol tuvieron dificultades para formar siquiera un equipo.

A media hora de distancia, en la ciudad de Agnone, la maternidad cerró hace una década porque tenía menos de 500 nacimientos al año, el mínimo nacional para permanecer abierta. Este año han nacido seis bebés en Agnone.

“Antes se oía el llanto de los bebés en la sala de maternidad, y era como una música”, explica Enrica Sciullo, una enfermera que solía ayudar en los partos allí y que ahora se ocupa sobre todo de los pacientes mayores. “Ahora hay silencio y una sensación de vacío”.

En un discurso este mes durante una convención sobre la crisis de natalidad en Italia, el papa Francisco señaló que el “invierno demográfico” seguía siendo “frío y oscuro”.

Es probable que pronto más personas en más países busquen sus propias metáforas. Las proyecciones de natalidad casi siempre cambian con base en la forma en que responden los gobiernos y las familias, pero, de acuerdo con las proyecciones de un equipo internacional de científicos publicadas el año pasado en la revista The Lancet, para 2100, 183 países y territorios —de 195— tendrán tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo.

Su modelo muestra un declive especialmente pronunciado para China, cuya población se espera que caiga de los 1410 millones actuales a unos 730 millones en 2100. Si esto ocurre, la pirámide de población se invertirá. En lugar de una base de trabajadores jóvenes que sostengan a una franja más estrecha de jubilados, China tendría tantos ancianos de 85 años como jóvenes de 18.

El cinturón del óxido de China, en el noreste, registró una caída poblacional de un 1,2 por ciento en la última década, según las cifras del censo, publicadas este mes. En 2016, la provincia de Heilongjiang se convirtió en la primera del país en la que su sistema de pensiones se quedó sin dinero. En Hegang, una “ciudad fantasma” de la provincia que ha perdido casi el diez por ciento de su población desde 2010, las viviendas cuestan tan poco que la gente las compara con una col.

Muchos países empiezan a aceptar la necesidad de adaptarse, no solo resistir. Corea del Sur está presionando para que las universidades se fusionen. En Japón, donde ahora las ventas de pañales para adultos superan las de pañales para bebé, se han unificado municipalidades a medida que envejece y disminuye la población en los pueblos. En Suecia, algunas ciudades han trasladado recursos de las escuelas a centros de atención para ancianos. Y casi en todos lados se le ha pedido a la gente mayor que siga trabajando. Alemania, que ya ha aumentado a 67 años la edad de jubilación, ahora está considerando elevarla a 69.

Con medidas más drásticas que muchos otros países, Alemania también ha ideado un programa de contracción urbana: desde 2002, se han demolido alrededor de 330.000 unidades del parque inmobiliario.

Además, si el objetivo es la reactivación, podemos encontrar unas cuantas señales esperanzadoras. Luego de ampliar el acceso a atención infantil costeable y las licencias de paternidad con goce de sueldo, ha aumentado la tasa de natalidad en Alemania de 1,3 en 2006 a 1,54 en fechas recientes. Leipzig, donde la población estaba menguando, ahora está volviendo a crecer después de reducir su parque inmobiliario y volverse más atractiva por su tamaño más manejable.

“El crecimiento es un desafío, al igual que la disminución”, dijo Swiaczny, quien ahora es investigador principal en el Instituto Federal para la Investigación Poblacional en Alemania.

Los demógrafos alertan contra considerar el descenso poblacional solo como un motivo de preocupación. Muchas mujeres tienen menos hijos porque es lo que desean. El hecho de que haya poblaciones más pequeñas podría implicar que los salarios sean más elevados, las sociedades más igualitarias, que haya menos emisiones de carbono y una mejor calidad de vida para los niños que nacen.

Sin embargo, Gietel Basten dijo citando a Casanova: “En realidad el destino no existe. Somos nosotros quienes le damos forma a nuestra vida”.

Los retos por venir siguen siendo un callejón sin salida; ningún país con una ralentización considerable del crecimiento poblacional ha logrado aumentar su tasa de fertilidad mucho más allá del leve repunte que ha logrado Alemania. Hay pocas señales de incrementos salariales en los países en que está disminuyendo la población y no hay garantías de que una población más pequeña implique menos presión para el medioambiente.

Muchos demógrafos sostienen que es posible que los futuros historiadores vean el momento actual como un periodo de transición o gestación en el que los seres humanos descubrieron cómo lograr que el mundo fuera más habitable (suficiente para que la gente formara la familia que deseaba) o no.

Las encuestas en muchos países muestran que a los jóvenes les gustaría tener más hijos, pero que enfrentan demasiados obstáculos.

Anna Parolini cuenta una historia común. Salió de su pequeño pueblo en el norte de Italia para buscar mejores oportunidades de empleo. Ahora que tiene 37 años, vive con su novio en Milán y no tiene la intención de tener hijos pronto.

Teme que su salario mensual, menor a 2000 euros, no sea suficiente para tener una familia. Además, sus padres siguen viviendo donde ella creció.

“Aquí no tengo a nadie que me ayude”, dijo. “Me asusta pensar en tener un hijo ahora”.

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Elsie Chen, Christopher Schuetze y Benjamin Novak colaboraron en el reportaje.

Damien Cave es el jefe de la corresponsalía en Sídney, Australia. Anteriormente reporteó desde Ciudad de México, La Habana, Beirut y Bagdad. Desde que se unió al Times en 2004, también ha sido editor nacional adjunto, jefe de la corresponsalía de Miami y reportero de la sección Metro. @damiencave

Choe Sang-Hun es el jefe de la corresponsalía de The New York Times en Seúl, y se enfoca en noticias sobre Corea del Norte y Corea del Sur.

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