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Internacional

Trump, racismo y el final de una era.

(Por TavoCibreiro) Tras el asesinato de George Floyd por parte de la policía, EE.UU encontró en su propio territorio aquello que incita, desde casi siempre, en diferentes lugares del planeta, sobre todo en Latinoamérica. La racista represión estatal, más la ineficacia de Trump en su lucha contra el COVID 19, desataron la furia de un pueblo agobiado por el desamparo, la falta de empleo y, entre muchas otras cuestiones, la desinformación.

En diferentes ciudades, las avenidas principales se colmaron de manifestantes y hasta la Casa Blanca debió ser evacuada, por estar rodeada y no garantizar la seguridad del propio presidente y su familia. La furia social, potenciada por sus raíces afroamericanas, puso al poder político contra las cuerdas y, al mismo tiempo, evidenció la falta de empatía de un sistema donde los números son más importantes que las personas. Los y las latinas, originarios y negros se cansaron de aportarle al sistema los pobres necesarios para que este funcione correctamente y se multiplique.

En consecuencia, por su tenor étnico, la gravedad de lo ocurrido es tan sugerente cómo los hechos acontecidos tras la muerte de Martín Luther King Jr. en abril 1968. Para esta minoría, la libertad llegó con de la Guerra de Secesión pero aquello no representó la suma de todos los derechos; al contrario, fue el despertar de una lucha muy dolorosa para conquistarlos que continúa, incluso más allá del toque de queda ordenado por el presidente blanco.

Mientras tanto, el sueño americano se desinfla, como pareciera, también se desinflan las libertades individuales y el famoso MADE IN EE.UU. En principio, ni la marca, ni la bandera más enfocada por Hollywood serán lo mismo en la nueva configuración mundial que se avecina. Sin embargo, en los primeros días, poco de ese conflicto se transmitió en vivo en la televisión norteamericana. Sin lugar a dudas,la prensa hegemónica miró para otro lado. Durante un buen rato, fue casi imposible encontrar imágenes en directo de las zonas más conflictivas y los escasos testimonios publicados buscaron desinflar los alcances de la reprimenda comunitaria. Entonces, a partir de esa llamativa ausencia mediática, los medios locales y, fundamentalmente, las redes sociales comenzaron a ocupar el vacío potencial y a transmitir el desarrollo de las diferentes marchas con una inmediatez, y claridad, insuperable.

Gracias a los celulares y a sus prestaciones para estar ONLINE desde cualquier lugar, cada persona fue manifestante y narrador de su propia historia al mismo tiempo. No hizo falta la interpretación externa de nadie para sentir la furia del centro y comprender que pasaba allí realmente. En otras palabras, todos y todas fueron comunicadores, la pesadilla recurrente de la derecha planetaria.

A lo largo de décadas, el monopolio de la información fue el tesoro mejor guardado de la elite económica trasnacional. Elegir a su antojo que se publicaba y que no, otorgaba súper poderes. Era, también, la llave para abrir la totalidad de las puertas y ventanas de un país, de un continente y, porque no, del mundo entero.No obstante, al camuflar constantemente la dimensión política de la comunicación bajo la bandera de la independencia y objetividad, esa práctica entró en tensión, finalizando ese monopolio histórico y planteando un renovado estado se situación inédito hasta hoy. La sociedad o, mejor dicho, una gran porción de ella, comprendió el juego y, automáticamente, halló los hilos con los cuales se mueve la industria periodística. En la actualidad, las personas están recurriendo a los medios no hegemónicos y a las plataformas digitales para informarse, participar y, de alguna u otra forma, ser parte de proyecto.

Por eso, tal vez, y buscando la foto que sintetice el fin de una era, una de las marchas afroamericanas usurpó la sede central de la CNN de Atlanta…algo, por cierto, que nunca sucedió en Argentina con Clarín.

(*)Comunicador popular. Periodista. Integrante de Ucaya y colaborador en Motor económico.

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