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¿Quién ha ganado la guerra en Venezuela?

( Por José Negró Valera) "Los hombres prácticos, que se creen bastante exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista difunto", escribía hace muchos años John Maynard Keynes. Pensé en esta frase hace algunos días cuando me preguntaban sobre el modelo económico que tendrá Venezuela en el futuro.

Recordé a Keynes porque suele haber una cierta confusión cuando planteamos el debate de los modelos económicos desde el orden de qué viene primero si el huevo o la gallina. ¿Son las ideas las que cambian el mundo o es al revés? Dicho de otro modo, si queremos una sociedad con bienestar, qué debemos atender primero: ¿la economía? ¿La propia política? Son preguntas nada sencillas.

Las imágenes que nos llegan por las multiplataformas no son de mucha ayuda para despejar el panorama, más bien lo enrarecen. Vemos guerras, la maquinaria financiera ahorcando a los enemigos geopolíticos de turno, buldóceres arrasando casas y árboles, el mar como gran depósito de los desmanes consumistas y tendemos a creer que es la materia la que gobierna este planeta.

En el caso de lo que ha pasado en Venezuela, las metáforas y relaciones son más que obvias. Si hemos de considerar cuál será ese modelo económico de futuro, tendremos que reflexionar si las ideas que lo componen proceden de las huellas que las sanciones han dejado sobre el cuerpo social y la dirigencia política, o por el contrario parten de una elección ética acerca de cómo debería ser ese "vivir bien" que merecen los venezolanos y venezolanas.

La presión material: las sanciones

Escuchaba hace unos días el programa del ministro para la Agricultura, Wilmar Castro Soteldo, quien luego de un recorrido por las difíciles circunstancias que ha pasado Venezuela producto del bloqueo y las sanciones de Washington, pedía abrir un debate "no dogmatizado" sobre la economía.

Haciendo un paralelismo entre la religión católica y algunas ideas de economistas, Castro Soteldo consideraba que sería una insensatez, agregaría yo que una verdadera injusticia, hablar de la economía venezolana sin considerar en el tablero las sanciones de Washington. La razón es obvia, se achaca a estas la degradación del bienestar y nivel de vida de la sociedad venezolana.

El país suramericano pasó de tener los mejores índices de bienestar social del continente, a estar en una situación seriamente comprometida. La promesa de país que retomó la senda del progreso social y económico durante la gestión de Chávez, fue dinamitada por Estados Unidos en su afán de acabar con el proyecto bolivariano para siempre.

Castro Soteldo, al entender este complejo panorama hace un llamado a dejar las camisas de fuerza y enfrentar el futuro con una visión más amplia, lo cual es entendible. El horizonte se mueve con una velocidad sorprendente, y actores políticos que hasta hace algunos meses eran absolutamente antagónicos, se aprestan a ceder terreno. Un conocido militante de la oposición venezolana, Federico Alvez, escribía en Twitter un mensaje provocador que ocasionó no pocas réplicas y comentarios: "A Venezuela viene un boom económico que todo el mundo envidiará en Latinoamérica. Veremos una segunda ola de emigración desde Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, etc., hacia Venezuela, pero de profesionales e inversionistas. Los europeos harán cola para la visa. Guarden este twit".

No es un mensaje ingenuo y lanzado como botella al mar. En estos momentos, el Gobierno venezolano se encuentra en una etapa crítica de negociación con los factores que le adversan y uno de los objetivos, el levantamiento de las sanciones, es puesto como un punto de honor en la mesa. Los movimientos tácticos han surtido su efecto. Michel Bachelet, la alta comisionada de Derechos humanos, ha dicho que es necesario hacer "una revisión crítica a las medidas coercitivas unilaterales", pues causan "un sufrimiento severo e indebido para personas inocentes".

Por su parte, la propia cámara de comercio de Estados Unidos ha pedido a la Administración de Biden, el fin de las sanciones o al menos que se rebajen las restricciones, al considerar que "una estrategia originalmente diseñada para impulsar un rápido cambio de régimen solo ha servido para prolongar el Gobierno de Maduro, exacerbar la difícil situación de los venezolanos comunes, socavar las empresas estadounidenses y aliadas y poner en peligro la seguridad nacional".

De qué se trata la victoria: la elección ética sobre el buen vivir

El mundo en sí mismo tiene la forma de las ideas que lo modelan. Es una afirmación que para muchos es tácita, una obviedad, pero para el comportamiento que suelo ver en algunos economistas se asemeja a mirar el sol de frente justo al mediodía. No es su culpa encandilarse. El aparato teórico de la economía está hecho para que creamos que las leyes que rigen el intercambio y producción de bienes y servicios, sean vistas como una especie de entidades que existen más allá de los seres de carne y hueso, escondidas a cualquier posibilidad de transformación en esa clase de caja negra con que suelen llamar a la "naturaleza humana".

El futuro de la economía venezolana comienza a perfilarse cuando entendemos que no son las fuerzas metafísicas del mercado, de la oferta y demanda, las del egoísmo perpetuo, las que deben tomar el timón de la historia. No deberíamos estar presos del dogma, ni de economistas muertos en uno u otro extremo que nos hagan creer que es imposible someter todo a revisión.

Esta victoria de Itsvan deja todo más claro. ¿Para qué sirve la economía sino para la felicidad de los seres humanos? ¿No debería ser ese el objetivo? Es decir, cuando nos sentamos en la mesa para repensar un modelo de producción y consumo con qué clase de idea de felicidad, de esquema de intervención de la naturaleza, de distribución de lo que se produce, negociamos.

La experiencia de las sanciones no debe desalentarnos o confundirnos acerca del verdadero objetivo del proyecto político, que es lograr "la mayor suma de felicidad posible".

No fue el modelo bolivariano el que fracasó. Lo que colapsó, llevándose todo a su paso, fueron las debilidades estructurales de un país concebido para ser la mina eterna del complejo financiero-militar estadounidense.

Si algo debemos hacer, es tomar nota de las lecciones aprendidas. ¿Qué debemos cambiar para hacernos invulnerables a la codicia ajena sobre nuestro país? ¿Qué hemos aprendido en cuanto a producir, a los esquemas de importación, a la educación que necesitamos, a la tecnología propia, a la necesidad de fortalecer el Estado y su institucionalidad, a la lucha contra la corrupción?

Las señales que se observan (Mesa de diálogo, reducción de la conflictividad social, acuerdos para cesar en la estrategia de asedio), las que nos hablan de que estamos a las puertas de una transformación cualitativa, una perspectiva que brindará el soporte ético, espiritual, político y económico de los tiempos venideros.

Haré una previsión más. Será el campo venezolano, la actividad agrícola, las que tomen las riendas de este nuevo enfoque sobre el país que se avecina.

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