Por Atilio Borón. Sociólogo argentino. Presidente del CEFMA*
Venezuela asediada: no está tan lejos aquel intento de golpe de Estado en el 2002
Hoy, cuando la República Bolivariana de Venezuela enfrenta renovados ataques del imperio es bueno recordar lo que ocurriera hace 18 años, los nombres de los bandidos que prohijaron el golpe de estado y las decisiones que el “gobierno democrático” del golpista Pedro Carmona Estanga tomó, por sí y ante sí (en un preludio a la payasesca “autoproclamación” de Juan Guaidó).
Eso fue lo que cualquier gobierno auspiciado o impuesto por los EEUU bajo Donald Trump u otro de su ralea haría si Washington tuviera éxito en su propósito de producir un “cambio de régimen” en la patria de Bolívar y Chávez e instalar la “democracia” en ese país.
Una de las maneras de frustrar esos planes es que en Nuestra América recordemos los acontecimientos del 11 y 12 de abril del 2002 y que jamás perdamos de vista la naturaleza del proyecto que los imperialistas quieren imponer en nuestros países. Para ello retomo parcialmente la estructura argumental de una nota escrita hace casi diez años y la actualizo para situar aquellos eventos en el contexto actual.
El 11 de Abril del 2002 Chávez es secuestrado por algunos militares traidores y sus mentores civiles y enviado a la isla Orchilla, distante unos 170 kilómetros de Caracas. Los medios, confabulados con los golpistas, se limitan a seguir con sus rutinas tradicionales y no informan de nada. Pero poco después los golpistas lanzan la noticia de que Chávez había renunciado, siendo que, en verdad, aquél se rehusó valerosamente a firmar la carta de renuncia que los golpistas le habían preparado. Renglón seguido se convocó de urgencia a una reunión en el Palacio de Miraflores para ungir como presidente provisional de Venezuela al líder de la organización empresarial Fedecámaras, Pedro Carmona Estanga. Allí se procedió a dar lectura al Acta de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional, nombre tan pomposo como mendaz con el que se pretendía disimular al golpe de estado presentándolo como una rutinaria sucesión institucional ante la misteriosa ausencia del primer mandatario y el abandono de su cargo de su vicepresidente.
Ese despótico engendro, pergeñado por los sedicentes custodios de la democracia venezolana y aplaudido por Bush, Aznar y compañía, ponía en manos del efímero usurpador amplísimos poderes que no demoró en llevar a la práctica: de un plumazo Carmona derogó la constitución bolivariana, disolvió al Poder Legislativo y destituyó a todos los diputados a la Asamblea Nacional, suspendió a los magistrados del Poder Judicial, al Fiscal General, al Contralor y al Defensor del Pueblo y concentró la suma del poder público en sus manos. (Ver enumeración completa y firmas)
Una vez que fuera leído tan ignominioso documento se invitó a los concurrentes a refrendar con su firma el triunfal retorno a la democracia. (ver lista de los firmantes al final de este posteo) Luego de la firma se procedió a tomar juramento a Carmona Estanga, dándose así por constituido el nuevo gobierno robustecido por el pleno respaldo de la “sociedad civil”, supuestamente congregada en la sede del gobierno venezolano y representada por ilustres personeros como los arriba nombrados.
Es decir, allí hubo un golpe “con todas las de la ley” que, tiempo después y con Chávez ya repuesto en el Palacio Miraflores, fue convalidado por el Tribunal Supremo de Justicia (sin que jamás Chávez hiciera nada para exigir la rectificación de esa infame acordada o para remover a sus miembros) en una insólita decisión en la que se señalaba que Carmona Estanga había asumido el cargo debido a que en Venezuela se había producido un “vacío de poder”. Gracias a esta argucia precursora del “lawfare” que proliferaría años después en Latinoamérica se eximía a los implicados en el golpe de ser procesados por su participación en los hechos, su impunidad garantizada gracias a una sentencia emitida por el más alto tribunal de justicia del país en donde se afirmaba que tal cosa, el golpe de estado, no había existido. Además, si se caracterizaba lo ocurrido de ese modo se erigiría un serio obstáculo para lograr el reconocimiento internacional del nuevo gobierno, debido al repudio generalizado que los golpes de estado suscitan en la opinión pública mundial. Se apeló a eufemismos como un “gobierno de transición” o un “interinato”, para no llamar al golpe de estado por su verdadero nombre.
El nuevo gobierno fue inmediatamente reconocido por George W. Bush y José María Aznar. Pero años después Donald Trump redoblaría la apuesta al reconocer a un supuesto gobierno designado por el mismo y que el bufón de turno, Juan Guaidó, pretendió hacer pasar como una “autoproclamación.” Lo de Trump y Guaidó entra en el libro Guinness de la alucinación política: hay un hampón delirante que cree haber designado a un presidente, un estúpido de marca mayor que se lo cree y un gobierno espectral de absoluta inoperancia, salvo para que el designado y su jefe se confabulen para saquear los recursos y patrimonios de una nación. En el fondo, es lo que dos ladrones saben hacer. Lo que hoy graznan furiosos la banda de malhechores compuesta por Elliot Abrams (el autor intelectual de la masacre de 6 jesuitas españoles y dos colaboradoras locales en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de El Salvador, en noviembre de 1989), Mike Pompeo, Marco Rubio, Mauricio Claver-Carone y Donald Trump hoy no es sino la regurgitación del viejo libreto de la CIA que recitó hace dieciocho años el deslucido vocero de la Casa Blanca, Ari Fleischer: “la causa de la crisis en Venezuela es la polarización política y la conflictividad social inducida por las políticas de Chávez”.
Lo mismo que vienen diciendo de Nicolás Maduro desde siempre. Maduro, Evo, Correa, Cristina, Lula, Dilma, Mujica, López Obrador polarizan, atizan los fuegos del conflicto social. Aquí en la sufrida Argentina del macrismo sus turbios publicistas inventaron un término: “la grieta” para denunciar la polarización inducida desde la Casa Rosada. Ahora piden cerrar la grieta mandando a toda la gente a trabajar y acabando con la cuarentena. Porque, obvio, si la fuerza de trabajo no concurre a fábricas y empresas no hay de donde obtener el plusvalor. Y éste, como lo prueba el bufón neoyorquino, es más importante que la vida de un pobre, máxime si es afrodescendiente, originario o mujer. En cambio Iván Duque no pierde tiempo en fomentar polarizaciones y debates; él asesina un militante social por día en la martirizada Colombia. Jair Bolsonaro tampoco polariza, menos todavía lo hacen Sebastián Piñera, la hiena boliviana Jeannine Añez, o el infame traidor de Lenín Moreno. Lo que ellos hacen es acabar con la “polarización” oprimiendo y reprimiendo salvajemente a sus pueblos.
Como puede verse: el imperio tiene un libreto y un mismo discurso que aplica rutinariamente cuando quiere hostigar a gobiernos desobedientes. Tienen hasta un escriba que les redactó un manual en donde se dan todas las indicaciones para “conquistar la democracia”: el tristemente célebre texto de Eugene Sharp (“De la dictadura a la democracia”) que en el epílogo de la obra ofrece a sus lectores un edificante listado de “198 métodos de acción no violenta” idóneos para derribar dictadores. Entre esos “métodos no violentos” sobresalen “gestos groseros; acoso y mofa de funcionarios; funerales burlescos; desobediencia social; negarse a pagar el alquiler o los impuestos; huelgas y lockouts; boicots de los cuerpos legislativos; amotinamientos (sic); invasión no violenta (doble sic); desafiar rejas (Guaidó saltando por encima de las rejas del predio de la Asamblea Nacional); crear mercados negros; provocar crisis económicas; apropiación de fondos gubernamentales (Guaidó) y soberanía dual y gobierno paralelo (Trump ungiendo a Guaidó).
Como puede verse, nada nuevo bajo el sol. Por supuesto, esto siempre acompañado desde Washington por un hipócrita “rechazo a la violencia del gobierno” (¡rechazo declarado por los mayores promotores de la violencia en el mundo, según el ex presidente James Carter!) y la infaltable “solidaridad con el pueblo de Venezuela”, sobre el cual hoy se practica –al igual que sobre el pueblo cubano- un lento genocidio al impedírseles a ambos gobiernos a acceder a medicinas, medicamentos y repuestos comprados y pagados pero bloqueados por el dictador mundial, el bufón mayor de esta civilización del capital que se está hundiendo sin remedio.
El golpe del 11 A no sólo contó con el apoyo de EEUU y España. También obtuvo la aprobación de algunos otros gobiernos: por supuesto que la neocolonia cuya capital se encuentra en Bogotá, presidida entonces por Andrés Pastrana, y el gobierno de Francisco Flores en El Salvador. Y se produjo mientras tenía lugar en San José, Costa Rica, la XVI Cumbre del Grupo de Río. Los presidentes allí reunidos consensuaron una tibia declaración en donde se condenaba la “interrupción del orden constitucional” cuidando de no emplear la expresión “golpe de estado” en el documento. La desagradable sorpresa la produjo la sobreactuación neocolonial del gobierno chileno ante los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Venezuela. El presidente Ricardo Lagos declaró en San José que “lamentamos profundamente los hechos de violencia y la pérdida de vidas humanas. Instamos también a la normalización de la institucionalidad democrática, pero al no tener el cuadro completo de situación le pedimos a la OEA que sea la encargada de hacer una evaluación del asunto”, al paso que agregaba que “tal como se ven las cosas hasta el momento «sería apresurado hacer declaraciones concluyentes”.
Pero la Canciller chilena, Soledad Alvear, de rancia prosapia demócrata cristiana, vio las cosas de otra manera y atolondradamente emitió un venenoso comunicado que, siguiendo puntualmente la línea establecida por la Casa Blanca, acusaba de los hechos de violencia y alteración de la institucionalidad al depuesto presidente Hugo Chávez. El vergonzoso mensaje de Alvear –¡jamás repudiado o desautorizado por Lagos!- decía textualmente que “el gobierno de Chile lamenta que la conducción del gobierno venezolano (es decir, Chávez) haya llevado a la alteración de la institucionalidad democrática con un alto costo de vidas humanas y de heridos, violentando la Carta Democrática Interamericana a través de esta crisis de gobernabilidad”.
No podemos olvidar la infamia del 11 de Abril que el pueblo derrotaría dos días más tarde apelando a su arma decisiva: la movilización que llevó a más de un millón de personas a rodear el Palacio de Miraflores. Es imprescindible recordar estos hechos e identificar a sus responsables que son los mismos que hoy conspiran contra el gobierno bolivariano y recordar también a quienes respaldaron al gobierno golpista con sus firmas y lo que hicieron ni bien tuvieron el gobierno en sus manos. Las jóvenes generaciones de venezolanas y venezolanos deberían cuidarse de que estas lecciones caigan en el olvido.
Fuente: gracus.com.ar
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