Motor de Ideas/10
Fin del macrismo. ¿Y del neoliberalismo?
( Por Raúl Dellatorre (*) Especial para Motor de Ideas/ 10) Qué deberá hacer el gobierno que asuma en diciembre con la situación económica que recibirá? ¿ Qué es lo que podrá hacer? ¿Tendrá las herramientas, la capacidad y la voluntad política de hacerlo? ¿Se lo permitirán? ¿Será como la actual la crisis que enfrente, o tendrá un cuadro mucho peor, de un caos agravado por otros ocho meses de una política pro especulativa, antiproductiva, concentradora de riquezas, expulsora de mano de obra y fugadora de capitales?
Son muchos los interrogantes pero, ninguno de ellos, podrá eludirse. El diagnóstico que más se escucha en las mesas de economistas, políticos adiestrados en la materia, mujeres y hombres de negocios y algún experto entrenado en crisis y ajustes, es el siguiente: “de esta situación de desequilibrio absoluto no se sale sin un brutal ajuste ordenador, una megadevaluación que licúe las deudas en pesos, empezando por el déficit fiscal, y siguiendo por la deuda en leliq, y después empezar a remontar de a poco”.
Sencilla la formulación, pero salvaje. Una buena forma de terminar con la bicicleta financiera, pero con unas cuantas cosas más al mismo tiempo. Los salarios, por ejemplo, que quedarían aplastados si se logra evitar el traslado de la devaluación a los precios; porque si no se logra frenar ese traslado y, como resultado, también se provoca un shock inflacionario, en vez de aplastados los salarios resultarían directamente pulverizados. La opción del ajuste salvaje es despreciable por sus consecuencias, pero no se puede desechar en el análisis porque son varios los sectores, incluso autodenominados opositores, que la barajan como alternativa.
¿MEGAAJUSTE?
¿Resolvería el megaajuste ordenador la situación de la industria? Arriesguemos una hipótesis: la posición frente al sector externo sería fuertemente mejorada en términos competitivos (dólar recontraalto que beneficia a exportadores y encarece los productos importados), pero en una economía que tendría, consecuencia del doble ajuste (la crisis prolongada de Macri y el nuevo shock ajustador) destruido el mercado interno. Es decir, la industria exportadora tendría un perfil más que auspicioso (con costos internos rebajados en dólares, además), mientras que la otra industria, la dependiente del mercado interno, prácticamente se quedaría sin horizonte. Sin consumo.
En esas mismas mesas de debate se sostiene que “cualquier candidato que sea partidario de esta solución, preferiría que el megaajuste lo ejecutara el gobierno saliente, para así no tener que asumir el costo político del brutal ajuste social”. ¿Qué se le pide al actual gobierno, en ese caso? ¿Un último sacrificio patriótico o un gesto de complicidad más con otro ajuste antisocial? La situación económica actual es compleja, y las condiciones que le impone el plan vigente permiten visualizar un estado de la economía virtualmente caótico hacia fin de año. Aunque el gobierno esté decidido a moderar su política de ajuste de tarifas a partir de mayo, las nuevas presiones inflacionarias y la constante suba del dólar (lo cual es más que predecible) obligarán a revisar permanentemente esa política. La decisión de mantener las altas tasas de interés es ya casi un camino sin retorno, por los compromisos con el FMI y porque, además, con el stock de leliq emitidas no le queda al Banco Central más alternativa que tentar a los bancos que las tienen, con tasas altas para que las renueven permanentemente. Con estas tasas, entonces, hay recesión asegurada hasta el fin de ciclo macrista. (“A golpe de tasa, destruyeron la producción”, dijo Miguel Acevedo, presidente de la UIA, a fines de marzo, en una de las frases escuchadas últimamente que mejor describen la política económica actual).
Frente a situaciones tan complejas, es mejor no conformarse con soluciones simples. Menos, con aquellas que insisten en imponerle nuevos sacrificios a la mayoría. Si para entonces aplicar políticas audaces es sinónimo de enfrentarse a los grupos económicos más poderosos, habrá que tomar nota de que esto último será parte del desafío.
Para quienes sostengan que “sería mejor evitar enfrentamientos para ganar gobernabilidad”, no les resultará atractiva seguramente la vía que en este tramo del análisis estamos explorando. Porque de lo que se trata, precisamente, es de disputar y recuperar poder, después de cuatro años en el que se habrá desarmado gran parte de la estructura del aparato del Estado para arbitrar el uso de los recursos y su justa distribución, para articular el desarrollo regional y una estructura productiva armónica con los objetivos sociales de una política nacional y popular. Para vigilar el cumplimiento y respeto de las normas laborales y corregir y castigar a quienes la violan.
Y para controlar los movimientos de capitales en vez de limitar el movimiento de las personas (sospechando de las mismas por su origen, la nueva modalidad del Ministerio de Seguridad). Porque se trata, además, del mecanismo más dañino para la economía argentina, la fuga de capitales, y a la vez del sector más favorecido por las desregulaciones y la ausencia práctica del Estado en la materia, sin que por ello se diera ninguno de los resultados prometidos bajo el eslogan de campaña de “la lluvia de inversiones”.
Es indudable que avanzar en cada uno de estos planos es enfrentarse con distintas fracciones del poder dominante. Pero también es necesario discutir si es posible lograr una política socialmente justa sin recuperar el control en todas las áreas involucradas. (*) Editor de Motor Económico/ Motor de Ideas/ Editor Página 12, Economía.
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