La cruda realidad

Por Tomas Lukin

La crisis recae sobre las mujeres

El 94 por ciento de las mujeres que se incorporaron al mercado de trabajo lo hicieron en posiciones precarizadas. La creciente participación laboral femenina experimentada entre 2016 y 2018 no solo expresa cambios en los patrones culturales y sociales sino la mayor búsqueda activa de empleo responde a la necesidad de compensar la caída de los ingresos familiares. Un informe del programa de Capacitación y Estudios Sobre Trabajo y Desarrollo (Cetyd) de la Universidad de San Martín indica que los niveles de informalidad aumentaron tres puntos porcentuales entre las mujeres para alcanzar el 37 por ciento mientras que la tasa de empleo no registrado se mantuvo inalterada entre los varones. El reporte sostiene además que dos de cada tres nuevos desocupados son mujeres.

“Los procesos de precarización laboral y aumento de la desocupación que atraviesa nuestro país desde 2016 obedecen, principalmente, a lo ocurrido con el empleo femenino. Lo sucedido desde no ha hecho más que consolidar una característica preexistente del mercado de trabajo: la inserción relegada de las mujeres.”, afirma el informe del Cetyd.

“La crisis económica ha producido un cimbronazo en la vida cotidiana del conjunto de la sociedad. Los ingresos resultan cada vez más escasos para afrontar un costo de vida que no para de aumentar”, expresan los investigadores Matías Maíto y Diego Schlesser al enfatizar que “el peso de la crisis lo están cargando las mujeres porque debieron salir masivamente a buscar trabajo y, cuando lo hicieron, el mercado o bien les cerró las puertas, o bien les abrió una puerta trasera para que ocupen un lugar subordinado en él”.

Entre los indicadores que evidencian la posición de privilegio masculina se destaca la participación en el mercado de trabajo: la tasa de actividad femenina es 20 puntos porcentuales inferior a la de los varones: 49,1 contra 69,5 por ciento. A su vez, entre la población ocupada, las mujeres trabajan, en promedio, diez horas semanales menos que los varones (32 horas contra 42). Esas diferencias están directamente vinculadas con el hecho de que las mujeres destinan al trabajo doméstico no remunerado en el hogar una cantidad de tiempo promedio que es casi tres veces superior a la de los varones (6 horas diarias contra 2 horas).

Asimismo, las desigualdades de género también se observan en materia salarial. Los ingresos laborales mensuales de las mujeres son inferiores en un 27 por ciento a los de sus pares varones. Pero la diferencia se ensancha entre los trabajadores no registrados donde la brecha salarial asciende al 39 por ciento.

El reporte del Cetyd advierte que la disparidad obedece a una multiplicidad de factores. El elemento más relevante reside en la menor cantidad de horas que las mujeres dedican al trabajo remunerado, como consecuencia de la responsabilidad mayor en las tareas de cuidado de adultos mayores e hijos. Por otro lado, sostienen Maíto y Schlesser, las mujeres se encuentran sobrerrepresentadas en ocupaciones donde los niveles salariales son inferiores al promedio como la enseñanza y el trabajo doméstico. A su vez, la informalidad laboral (problemática asociada a menores salarios) es un fenómeno que afecta más a las mujeres que a los varones. Y entre las propias mujeres, también es posible observar diferencias salariales entre quienes tienen niños a cargo y las que no.

Los datos del Monitor Sociolaboral de Opinión Pública del Cetyd evidencian como se identifica la posición relegada de las mujeres en el mercado de trabajo. “Las mujeres consideran que tienen menos posibilidades que los hombres de conseguir un buen trabajo, las que están empleadas manifiestan una mayor preocupación por perder su fuente laboral, y hay una mayor proporción de mujeres que considera que durante los últimos meses ha perdido poder adquisitivo”,expresa el informe difundido ayer en el marco de la Marcha del 8M.

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