Por Horacio Papaleo
Asociación Civil De la Nada "Logramos ser una empresa autosostenible"
La historia de Luciana Malvazo, la trabajadora social que soñó con una empresa social y lo hizo realidad.
(Por Horacio Papaleo) María Luciana Malvazo tiene 37 años. Está casada. Tres hijos, de 9, 7 y 3 años. Aunque esta licenciada en Trabajo Social prefiere decir que tiene “cuatro hijos”, ya que considera a la Asociación Civil De la Nada como “un hijo más”.
Vive en Torres. Cuenta que intentó durante unos años vivir en Luján, “pero cuando tuve familia nos trazamos el objetivo de comprar una casa en Torres y ahí estamos”.
Toda su carrera está relacionada con la organización De la Nada. “Esto se empezó a gestar en 1999 y yo estaba estudiando. Fue una historia iniciada por Elvira y María, que continúan. Ellas leyeron el libro Hacia un mundo sin pobreza y aunque no se conocían entre ellas decidieron replicar esa experiencia. Tuvieron casi una cita a ciegas para avanzar en la idea y resultó que vivían a muy pocas cuadras de distancia”, recuerda Malvazo.
Esas señoras compraron un manual de Naciones Unidas que explicaba cómo desarrollar un programa de microcréditos. Vieron que para empezar una de las sugerencias teóricas era no trabajar la propuesta a más de 60 kilómetros de donde vivían. Eran de Capital y conocían esta zona. Empezaron a recorrer escuelas y en muchas les cerraban las puertas porque era algo demasiado novedoso. “Era extraño ofrecer un microcrédito a cambio de nada. Generaba desconfianza. Y María, además, es polaca, tiene acento al hablar y eso provocaba que nadie creyera que te daría plata a cambio de tu palabra. Pero en Torres le fue distinto”.
Esa jornada fundacional Malvazo la recuerda así: “Llegaron al pueblo en remís y pararon en la escuela de Torres. Allí mi tía Mónica Maggio era directora de la escuela de adultos, ahora jubilada. Siempre fue una persona muy abierta y la idea le encantó. Hicimos una reunión en la casa de mi abuela y ahí comenzó la historia de la institución. Por estas razones suelo decir que De La Nada es mi primer hijo”.
“En esa reunión se comentó la propuesta. Además de mi tía y demás estaba mi hermana Celina, que estuvo en el inicio y luego de pasar por Hábitat regresó a De la Nada para encargarse de la organización del catering. Yo estaba en segundo año de Trabajo Social y la propuesta me fascinó. Ellas nos regalaron el libro y arrancamos con las entrevistas en Open Door, Torres y Robles. Así empezó todo”, detalla Malvazo.
Recuerda que eran entrevistas de 100 preguntas a cada beneficiario “y estábamos en la casa durante más de 40 minutos. Siempre era gente humilde. Y dimos los primeros microcréditos. Luego, a través de Marta Rebottaro, dimos los primeros microcréditos en Open Door”.
“Se empezó a correr la bola y llegamos a Cata, una de nuestras emprendedoras que más creció. De cero logró tener su rotisería y casa de comidas en el barrio Padre Varela. Creció tanto que ya hace unos años que no tenemos contacto porque no necesitó más de nuestros créditos. Ese es el objetivo. Ella fue la que nos llevó a la sociedad de fomento del Padre Varela. Después de ahí al Club de Abuelos del Lanusse. Todo se fue ramificando mientras yo estudiaba”, narra Malvazo.
La referente de De la Nada destaca que “todos mis trabajos universitarios eran con esta asociación. Cada práctica la aplicaba en este proyecto. De la Nada me ayudó a crecer en lo personal, porque era súper tímida. Y desde lo profesional. Tenía capacidades que no sabía que tenía y las descubrí con este proyecto”.
Tuvieron contacto con Muhammad Yunus? (Emprendedor social, banquero, economista y líder social bangladesí condecorado con el Premio Nobel de la Paz por desarrollar el Banco Grameen y ser el desarrollador de los conceptos de microcrédito, y microfinanzas).
“Nunca tuvimos contacto con él. Sí seguimos sus ejemplos y lo fuimos a ver cuando estuvo en la Feria del Libro. Solo seguimos su metodología. Y agregamos como condición para recibir un microcrédito que antes se tenga que hacer un curso de gestión de 8 clases”.
“En esto tuve y tengo mucho apoyo familiar. A mí me gusta y no lo veo como un trabajo, pero lo necesito para poder vivir. Mi marido tiene un ingreso y eso nos permite seguir, porque si dependiera económicamente de De la Nada no podríamos mantenernos. De la Nada creció, pero necesita seguir en ese camino para lograr estabilidad. Hoy soy empleada de la organización”, indica Malvazo.
La estructura de De la Nada es casi la misma que en los comienzos. Mucho no cambió. “Sí hacemos muchas cosas con el aporte de los voluntarios. Hoy no podríamos tener más empleados. Tenemos un grupo gestor, voluntario, de cinco personas. Como asociación civil todos los meses tenemos reuniones plenarias. Y todo se debate, nadie decide solo”.
¿Cómo se mantienen?
“Uno de los modos de mantenernos es con los cursos. Tienen un costo simbólico. Este año fue de 80 pesos por mes. Los sostenemos con los servicios de catering. Si realmente se cobrara el valor real de los cursos, tendría que ser de 500 pesos por mes. Pero quien puede pagar ese dinero no responde a nuestro perfil. Por eso la importancia de que la gente nos compre los servicios de catering. Así nos sostenemos como empresa social. Eso no quita la necesidad de donaciones. En eso nos ayuda el Banco Credicoop y Gas Natural, o el programa de Conabi que financia microcréditos. Por todo eso es que nosotros entrevistamos a los que quieren hacer un curso. Cuando hay vacantes no hay problema, pero si no se lo damos al que más necesita. Damos cursos profesionales y lo que pensamos para el futuro es otorgar becas”.
Enseñan a cocinar, dan servicios de catering. ¿Vos cómo te desempeñás en la cocina?
“Un desastre. Yo me encargo de todo menos de cocinar. Quienes me conocen no pueden creer que esté al frente de caterings. La verdad es que no sé hacer ni una tortilla de papa. La primera tortilla que le preparé a mi marido fue con papa cruda y se la comió porque quería quedar bien. Cero experiencia en la cocina. Pero para esas cosas hay gente, Vicky, Rocío en la comunicación, somos muchos en el equipo”.
Hoy funcionan en una hermosa edificación del barrio Juan XXIII.
"Sí, pero desde siempre sostuvimos que todo peso que entra no tenía que ser para oficina. No necesitamos oficinas. Todo se invierte en cursos y cosas y en lo que llamamos La Casa del Trabajo, donde estamos ahora. Verán que oficinas no hay. Sí una cocina y un salón para dictar los cursos. Se construyó en un terreno donado en 2008. El arquitecto Carlos Vocaturo donó todo, no solo el trabajo, sino que consiguió muchos materiales y mano de obra. En 2010 se inauguró la planta baja, con el dictado de los cursos de ayudante de cocina, camarero. Antes usábamos instalaciones que nos prestaba el Instituto Mignone”.
Crecieron tanto que terminaron en el programa de Andy, en Telefé.
“Sí, pero fue todo casual. Queríamos participar con nuestro catering, pero nadie conseguía un contacto. Los buscamos en las redes, por todos lados. Pensábamos ir a donde grababan. Y una tarde me llaman para decirme que nos vieron y que querían que estuviéramos en el programa. Una integrante de la asociación dice que acá todo fluye, y es verdad. Ver todo lo que logramos desde 2007 es increíble. Lo último es una contratación para un negocio que vende comida por peso. Para nosotros eso es un aprendizaje más que un negocio. No se gana dinero, sino que lo que se cobra se invierte en cursos o equipamiento. Y se logró tanto que nuestras mismas egresadas comenzaron a dar cursos en los barrios. Logramos ampliar horizontes aunque el objetivo siempre fue el mismo”.
¿Qué proyecta para el futuro?
“Yo soy adicta a De la Nada. Me gusta. Me apasiona lo que hago. Lo siento como un hijo. Vengo con ganas, lo disfruto y por eso no me importa un sábado, un feriado. No me veo en otro lugar. Además logro combinar con la familia. Ahora la meta es llegar a tener un centro de oficios. Lograr nuestra propia certificación como centro de formación profesional y ser una empresa autosostenible. Y si me dejás seguir soñando, otra empresa social que apunte a lo textil. Hay muchas emprendedoras del rubro y podríamos trabajar mucho”.
Malvazo proyecta. Sueña. Quiere otro hijo. Mejor dicho, una hija: otra empresa social.
(*) Fuente y Foto: El Civismo
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