Medios y comunicación

Por Alejandro Dagfal

DE LA INFODEMIA A LA PSICODEMIA

(Por Alejandro Dagfal) En las últimas semanas ha causado sorpresa una impresionante profusión de notas de radio, televisión y prensa escrita con tres puntos en común. Por un lado, todas ellas anuncian riesgos inminentes que pondrían en jaque la salud de los argentinos. Por otro lado, postulan que esas calamidades se deberían a la cuarentena y no a la pandemia. Por último, se basan en supuestos hallazgos científicos obtenidos por un “Observatorio de Psicología Social Aplicada” (OPSA) recientemente creado en la Facultad de Psicología de la UBA. El OPSA, a través de investigaciones realizadas por Internet, encuestando a miles de personas, habría detectado que, en medio de la pandemia –en un contexto de crisis sanitaria y económica internacional sin precedentes–, el sentimiento que predomina en los argentinos es… ¡la incertidumbre!, seguida de cerca por la preocupación y la ansiedad, que son interpretadas como “un trípode emocional-cognitivo” compuesto por “indicadores negativos de salud mental”.

La construcción intencional de un escenario catastrófico

En buen romance, estos estudios que se ufanan de respetar standards internacionales informan haber detectado lo obvio: que en medio de una megacrisis económica y sanitaria la gente tiende a tener incertidumbre, a preocuparse y a ponerse ansiosa. Lo extraño es que, en la interpretación de esos datos, en vez de destacar que los argentinos estamos teniendo reacciones normales ante circunstancias muy atípicas, se alarman por “las mediciones” de esos “peligrosos indicadores” que van evaluando en encuestas sucesivas (como si el estado de ánimo de un país se pudiera medir de manera acumulativa, con la misma precisión que las precipitaciones pluviales o las emisiones de dióxido de carbono). Más aún, patologizan esas reacciones normales (es decir, las consideran enfermizas) y las asocian a otras mucho más graves, como la depresión, la pérdida del sentido de la vida o el pánico, que figuran sin embargo en los últimos lugares de todas las encuestas. Peor todavía, dan a entender que, como la incertidumbre, la preocupación y la ansiedad tienden a crecer, estaríamos llegando a niveles críticos, de los que corremos el riesgo de no poder volver.

Una vez que estos estudios construyen ese escenario catastrófico, concluyen en tono admonitorio, con interrogantes tan objetivos como estos:

«¿Cuánto tiempo más en estas condiciones de aislamiento social e impedimento de trabajar son tolerables a nivel psicológico?» «¿Qué riesgo se asume de que toda la sintomatología de malestar que hoy ha florecido se convierta en crónica y sea difícil de revertir a futuro?» (estudio 8, p. 42). Parecería que no cabe preguntarse si el aumento progresivo de esos sentimientos normales –que los estudios consideran sintomáticos– se correlaciona con el aumento de la cantidad de muertos e infectados y con la proximidad del pico de la pandemia. Lo verdaderamente patológico, estimo, sería que en un momento semejante la población, negando la realidad de la compleja situación sanitaria, pretendiera volver como si nada a sus ocupaciones habituales, simplemente porque “ya no aguanta más”.

Es decir, por más válida y rigurosa que sea la escala utilizada, tanto las preguntas formuladas (que inducen a determinado tipo de respuestas) como la interpretación de los datos (que es cuanto menos cuestionable) son totalmente sesgadas. Podría pensarse que esos estudios encontraron exactamente lo que iban a buscar (un alarmante aumento en las patologías de salud mental de la población) y que, cuando no lo encontraron, se las ingeniaron para destacar en sus conclusiones (y, sobre todo, ante los medios) la mitad vacía del vaso. Por ejemplo, si el 44% de los encuestados decían estar “un poco asustados por la idea de contraer el coronavirus”, los sumaban al 28% que se presentaba como muy asustado, para construir “una gran mayoría de 72%”, que señala que está entre muy asustada y poco asustada (informe 8, p. 44). Así, estos estudios opinables, que se suceden de manera vertiginosa, muestran su verdadera intención, que no es la de producir conocimiento riguroso sobre la pandemia desde una universidad pública, sino la de posicionar a la Facultad de Psicología de la UBA y a sus autoridades como actores políticos capaces de brindar a los medios ideas sobre “lo que habría que hacer” en un momento como este, basándose en información supuestamente confiable.

Los medios y el trastocamiento del sentido común

Ante tanta incertidumbre, no es raro que algunos medios compren y difundan acríticamente las certezas que les brinda un Observatorio con el sello de calidad de la UBA (que no se presenta como una pequeña consultora privada, aunque funcione como tal). No obstante, debería llamar la atención que la cara visible del OPSA no sólo sea su director, sino también las autoridades de la Facultad de Psicología. Encabezadas por el decano, esas autoridades han realizado un raid mediático muy exitoso, en el que no pararon de vincular con presunta validez científica el “tsunami que se viene en materia de salud mental” con la cuarentena. Así, en estas semanas, han proliferado títulos tan inocentes como «¿Cuánto tiempo más de aislamiento social es tolerable a nivel psicológico?» (Infobae, 9 de junio), «Un estudio de la UBA señala que más de la mitad de la gente cree que tuvo coronavirus» (Clarín, 8 de junio) o “La Facultad de Psicología de la UBA advirtió que la sintomatología negativa puede volverse crónica si se prolonga la cuarentena” (Radio Perfil, 10 de junio). En este sentido, el OPSA se ha convertido en un emprendimiento tan versátil como redituable. No tiene número de teléfono ni dirección conocida, ni interacción con los equipos de investigación más tradicionales de la Facultad que lo promueve, pero sí tiene un responsable de prensa.

En todo caso, en su relación con los medios, el OPSA, a la vez que se posiciona y da visibilidad a las autoridades que lo crearon, contribuye a la generación de un clima, de un sentido común, que implica dos desplazamientos muy significativos. En primer lugar, la pandemia pierde su centralidad. Se habla menos de ella que de la cuarentena, que sería la verdadera causante de todos los males, de todas las supuestas patologías mentales. Y en un contexto en el que sectores muy minoritarios desafían abiertamente el ASPO, este primer desplazamiento resulta crucial, porque hay medios muy importantes dispuestos a magnificar la representatividad de esos pequeños grupos (más aún si encuentran «fundamentos científicos” para justificar la militancia anticuarentena).

El segundo desplazamiento es coherente con el primero: ya no se trata tanto del virus como de las responsabilidades del gobierno nacional, que en forma caprichosa impone una cuarentena cuando debería relajarla. En esta situación crítica, dicho sea de paso, que un decano de Psicología cuestione públicamente una medida preventiva crucial en tiempos de pandemia debería parecer tan ridículo e irresponsable como el hecho de que un decano de Medicina milite contra las vacunas. Si no lo parece, es porque nuestro sentido común ya ha sido trastocado. Porque entendemos la salud mental en términos individuales y no colectivos. Porque defendemos las ganas de algunos aunque vayan en detrimento del bienestar del conjunto.

Que las declaraciones catastrofistas ya no provengan del ignoto OPSA sino de las autoridades de la Facultad de Psicología, hace que los medios (y por ende el público) tomen esos estudios mal concebidos y peor interpretados como legítimos, como si fueran obra de la Facultad, o incluso de la UBA, que tienen su prestigio muy bien ganado a lo largo de décadas. Lo curioso es que en esos mismos estudios hay hallazgos que los voceros del OPSA no destacan y que, por ende, no aparecen en los medios. Por ejemplo, en lo que atañe a la gestión de la crisis, el 69% de los encuestados apoya lo actuado por Alberto Fernández, cuya imagen positiva también llega al 69%. A su vez, el 74% de los encuestados opina que “el gobierno está priorizando lo sanitario sobre lo económico” (p. 37, estudio 8). Si esta última respuesta se correlacionara con las dos anteriores, habría que deducir que los encuestados valoran positivamente que se privilegie la vida por sobre la economía. Lejos de ello, de manera antojadiza, el OPSA prefiere interpretar esa respuesta como un hecho negativo: “8 de cada 10 argentinos consideran que la estrategia que está implementando el gobierno nacional para afrontar la crisis del coronavirus está desbalanceada entre lo sanitario y lo económico”. Obviamente, ese supuesto desbalanceo sólo está en la mirada de los encuestadores y, seguramente, en los títulos de algunos medios. Pero no en la opinión de los encuestados. Ese único ejemplo basta como muestra para ilustrar con cuánta rigurosidad se están elaborando y difundiendo los estudios del OPSA, que se financian con fondos públicos.

Para concluir, cuando Jorge Biglieri, el actual decano de la Facultad de Psicología de la UBA, vuelva a aparecer en los medios, alarmado, con reclamos urgentes apoyados en las investigaciones del OPSA, les ruego que mantengan la calma.

Tampoco la pierdan cuando les diga: “Estamos viendo un escenario muy complicado. La cuarentena se prolongó mucho. Y lo que vimos y medimos –con datos empíricos, con pruebas validadas, con instrumentos internacionales– es que se ha venido deteriorando significativamente la salud mental de la población” (Radio con Vos, 25 de junio). Hay muchos indicios (incluyendo los estudios del mismo OPSA) que, bien interpretados, muestran que, si bien estamos atravesando una grave crisis, la mayoría de la gente no pierde la cabeza. ¿Será mucho pedir que algunos líderes y algunos medios dejen de agitar los fantasmas de la desesperación de manera oportunista e insidiosa y empiecen a contribuir a la mesura y la solidaridad que, en tiempos difíciles, son las mejores guardianas de nuestra salud mental? Los sectores más vulnerados, en situaciones verdaderamente críticas, apenas si están representados en estas encuestas. Sin embargo, hasta acá, han mostrado mucha más responsabilidad y equilibrio que aquéllos que pretenden estudiarlos e interpretarlos.

-Profesor de Historia de la Psicología, UBA; Investigador independiente, CONICET; Director del Centro Argentino de Historia Psi, Biblioteca Nacional.

Fuente: Cohete a la Luna

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