POR JORGELINA URRA* Y ZULEMA CAPELLA**
EL EJÉRCITO INESPERADO
( POR JORGELINA URRA* Y ZULEMA CAPELLA )
Los Preparativos
La organización del evento había empezado con el pie izquierdo, ya que la fecha estipulada para tan importante mitín, y en los términos que el Señor Donald Trump exigía, requería de privilegios que hasta para los asesores de la Casa Blanca sonaban descabellados. Por un lado estaban las dificultades propias de una pandemia mundial, así que debieron cambiar de mes, y en lugar de llevarse a cabo en marzo, debían ser en junio.
Por otro lado, el día elegido por el Señor D. Trump era el 18 de junio, pero nuevamente algo entorpeció esa decisión. Y es que justo ese día, en el barrio de Greenwood, ciudad de Tulsa, Oklahoma, lugar designado por su gran acumulado de republicanos, donde en 2016 sacó el 65, 3% de los votos, la comunidad afroestadounidense celebraba la abolición de la esclavitud.
Sus asesores le recomendaron que tuviera algo de tacto debido a los últimos acontecimientos que enardecen las calles del país, así que no tuvo más remedio que aceptar, y frente a las cámaras destacó que el tan ansiado lanzamiento seria al día siguiente, el 19 de junio. Nada se dijo sobre cuáles serían las medidas de protección y aislamiento por el covid-19. Lo único que anunciaron fue que se examinaría la fiebre y se repartirían barbijos, pero sin obligación de uso.
Su gerente de campaña para la reelección, Brad Parsale, un joven consultor digital que en 2016 estuvo a cargo de la dirección de medios digitales de su campaña y lo acompaño como asesor político. Ahora el encargado de la gerencia publicitaria y principal cabeza de marketing, no dudó en ser fiel a las expectativas del Señor D. Trump, al convencerle de que el público estaba preparado y que incluso la página de internet decía que al evento asistirían un millón de personas. La expectativa era tal, que el Señor mandó a que se instalaran pantallas gigantes fuera del arena Bok Center para las más de cuarenta mil personas que no iban a tener la oportunidad de verlo a corta distancia, ya que las instalaciones solo cuentan con asientos para diecinueve mil espectadores.
La publicidad en los medios fue inmensa, los videos son de una épica tal, que nada tienen para envidiarle a las producciones hollywoodenses, no solo desde la composición sonora, sino desde la representación gráfica con escenas de lo que para el Señor D. Trump significan las manifestaciones bajo la consigna Black Lives Matters: un estallido de crímenes violentos organizados por simpatizantes de Joe Biden, su principal opositor, los que según dice, quieren desarticular a la policía. Está claro además por el tipo de publicaciones como “Abolished” que el objetivo es generar una confrontación civil entre quienes están reclamando derechos básicos y quienes representan el fascismo. A estos últimos los cataloga como un ejército dispuesto a hacer regir la ley y el orden, y no son más ni menos que sus propios seguidores.
La grilla del rally arrancaría en Tulsa, Oklahoma, seguiría por Florida, Arizona y Carolina del Norte. La mañana del 19 de junio, el Señor D. Trump le dio una ojeada como acostumbra hacer en sus campañas, a las noticias de la cobertura del evento. Se sintió algo desilusionado al notar que no se hallaban en el lugar las masas que tanto ansiaba ver y para las cuales no solo había preparado un discurso, sino dos. Unas horas más tarde, le llegaría el informe de que seis de sus empleados abocados a la campaña en Tulsa, habían dado positivo al test de coronavirus y, en lugar de mostrarse preocupado por sus trabajadores, estalló de rabia porque la noticia había llegado a los medios y estaba robándole protagonismo al mitín.
La noche anterior a su llegada, el estado llegaba al pico de contagios en lo que va de la pandemia debido a la reapertura de la economía. El alcalde G. T. Bynum había anunciado que desde el jueves hasta el domingo se establecería un toque de queda en los alrededores del Bok Center. De esta manera iban a prevenir los posibles incidentes que generarían los grupos “radicales de izquierda” como llama el Señor D. Trump a les manifestantes. Desde la ciudad anfitriona habían apelado a la Corte Suprema de Justicia para que las instituciones correspondientes aseguraran el cumplimiento de los protocolos sanitarios, pero para fortuna del Señor D. Trump, esta vez la Corte rechazó el pedido en su contra. Nada podía impedir que el mandatario hiciera alarde de sus dotes actorales, ni siquiera un virus mortal.
Seguro de sí mismo y de que ese día la grandeza de su país se vería materializada por el acompañamiento de sus seguidores, caminó hacia el helicóptero que lo llevaría a la Base de la Fuerza Aérea Andrews, y posteriormente se subió al Air Force One, que lo esperaba listo para despegar. En pleno vuelo el presidente recibió la notificación de que solo habían llegado unas veinticinco personas a las inmediaciones del arena, y no contento con la idea, se tomó el trabajo de sobrevolar por el lugar para observar por si mismo las cifras.
La confusión era generalizada, así que inmediatamente les encargades de su campaña enviaron un mensaje de texto a quienes habían reservado tickets, que decía “¡La Gran Celebración del Regreso Estadounidense ya casi empieza! ¡Todavía hay espacio!”, pero no fue lo suficiente como para sostener la aparición en el exterior. El avión aterrizó en Tulsa a las 17:51 del sábado 19 de junio, y Joe Biden venía por encima en las encuestas.
Semanas antes del acontecimiento una cantidad increíble de reacciones, comentarios y publicaciones iba en crecida. La cifra de las encuestas se había disparado. Si hay algo certero en todo esto, es la confianza absoluta que el Señor D. Trump ha depositado en los sondeos virtuales.
Los guerreros de Trump El montaje lucía majestuoso, las gradas habían sido delineadas con una franja azul que en color blanco rezaba “Make America Great Again!” (Volver América grande otra vez!), su frase de campaña. De frente al escenario, en el sector campo y detrás en las gradas, la gente disfrutaba de hits como “I Won’t Back Down” de Tom Petty, o “You Can’t Always Get What You Want” de The Rollings Stones, sin barbijo ni distancia social, y mientras agitaban los brazos formando olas, no se imaginaban que la familia de Tom Petty y los Rolling Stones iban a irritarse y comenzarían acciones legales para que dejen de relacionar sus canciones con la campaña, ya que se oponen fervientemente a los ideales que Trump representa.
En el centro de la escena se imponía un podio color azul marino con la insignia de los Estados Unidos, en el cual el Señor D. Trump daría su discurso. Lateral al escenario se hallaba una escalera intencionalmente colocada, un pedido especial que realizó a la organización para recrear una escena bastante particular y por la que en los medios había sido noticia; en el video podía notarse que el presidente estaba teniendo dificultades para bajar una escalera, y se lo atribuyeron a una posible enfermedad. Era de esperarse que su intención fuese echar por tierra esas declaraciones, no iba a permitir que su orgullo sea trastocado.
Luego de la intervención de Mike Pence, el Señor D. Trump hizo su entrada triunfal; de traje azul a tono con el podio, corbata roja y el paso lento, salía por el costado izquierdo en dirección al escenario mientras levantaba el puño derecho. En intervalos aplaudía, pero más gozaba de los aplausos que recibía por parte de seis mil doscientas personas. Un infortunio que supo sobrellevar con estilo teatral, lástima que no se dedico a ser bufón. Una de sus primeras frases en referencia al público fue de agradecimiento por el apoyo y los llamó “guerreros”, el ejército con el que planea derribar a Biden en cinco meses.
De principio a fin, el discurso estuvo argumentado por una ferviente ironía que atentaba constantemente contra su opositor J. Biden al tratarlo de “dormilón”, contra el movimiento Black Lives Matters y contra el aborto. No faltó el tono burlón con el que se refirió al virus llamándolo “kung flu”, y sin tapujos dijo: “Cuando se hacen pruebas a esa escala, se encuentra a más gente. Se encuentran más casos. Por eso le dije a mi gente: frenen las pruebas, por favor” y el público aplaudió. De resto no cesó en despotricar contra Rusia, México y hasta se dio el gusto de hablar de fake news.
Mary Jo Laupp, la abuela de Tik-Tok
A 500 millas de distancia de Tulsa en el estado de Iowa, una señora llamada Mary Jo Laupp de 51 años, abuela de seis nietos, activista política por los derechos civiles y tiktoker con más de 17K de seguidores, había lanzado una campaña en redes sociales para que la gente que no tenía intención de ir y, de hecho se oponía a los delirios del Señor D. Trump, reservara tickets para el gran día. Las reproducciones del video llegaron a más de dos millones de personas. La abuela, como la apodaron en Tik-Tok, circuló por todas las redes sociales logrando una gran cantidad de adherentes. Tanto así, que desde el equipo de trabajo de Biden la convocaron para que se sume a su campaña. Ella aceptó y en el New York Times dijo que trabajaría en un proyecto que articule a equipos de creadores de contenidos en Tik- Tok, para que hagan campaña por Biden.
El ejército inesperado
La propuesta de la tiktoker no tardó en llegar a los grupos de fans del K-pop surcoreano, un ejército de adolescentes de entre 12 y 18 años preparados con el mejor arma: un celular y gigas de contenido multimedia de sus ídolos. El K-pop nació durante los ’90 en Corea del Sur y a través de las redes sociales logró llegar a gran cantidad de adolescentes en el mundo, se trata de grupos musicales creados por empresas de entretenimiento como Big Hit Entertainment, dueña de la boy band “BTS”. Esta música se compone del hip-hop, rock, rap y dance en una base de pop que articula con coreografías de hasta más de 40 personas y una estética creada bajo los estereotipos de belleza occidental. Sus seguidores o “kpopers” tienen una incidencia notable en redes sociales, y han sabido utilizar estas estrategias para sabotear medidas políticas que atentan contra los derechos que reclama el movimiento Black Lives Matters.
El 31 de mayo, el Departamento de Policía de Dallas a través de su cuenta oficial en Twitter, publicó un llamado a la ciudadanía en el que pedían a les usuaries que subieran videos e imágenes a la app iWatch Dallas, con el fin de prever “actividades ilegales” que pudieran darse durante las protestas en dicha ciudad. Con miles de videos, fotos y “fancams” (clips de conciertos) de artistas pop coreanos como BTS, ITZY y Red Velvet, el ejército de kpopers hizo colapsar el sistema de la app en apenas unas horas. El 1 de junio, la cuenta oficial de twitter del FBI solicitaba “información y medios digitales” con la misma finalidad que la policía de Dallas, y el ataque se repitió. En Michigan la policía de Grand Rapids creó una página web con igual objetivo; de nuevo colapsó por el contenido k-pop de los fanáticos.
Durante mucho tiempo se creyó que los fans eran grupos de pibes sin posicionamiento político ni sensibilidad social, ya que las empresas que comandan a sus “idols” han creado ejércitos de jóvenes ilusionados con el estrellato que se entregan a contratos musicales explotadores, sometiéndose a cambios estéticos y duros entrenamientos antes de grabar siquiera una canción. Pero han dejado en claro no solo que tienen voz y opinión política, sino que pueden lograr boicots que ni los community managers más entrenados han podido evitar.
Esto es una prueba real del poder que una comunidad organizada puede tener, además de que deja en evidencia las falencias de las estadísticas de sondeos virtuales en las que tanto se apoyan para medir sus candidaturas los principales líderes mundiales de ultraderecha. Trump está siendo señalado por un tribunal virtual, compuesto por miles de activistas adolescentes organizades. Ni Cambridge Analytica se la vio venir.
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