Por Santiago Fraschina
La tormenta arrecia sobre las Pymes
(Por Santiago Fraschina) (Especial para Motor de Ideas) El escenario económico de las últimas semanas, presentado desde el Poder Ejecutivo como “tormenta”, “turbulencia” o “crisis financiera”, tiene un correlato directo en la economía real y las pequeñas y medianas empresas son uno de los segmentos más perjudicados
Independientemente de su rubro, todas estas empresas tienen -como su nombre lo indica- una pequeña escala, en lo variado que este espectro implica, con características comunes que permiten agruparlas para analizar su desenvolvimiento en paralelo con el modelo económico actual.
Esto trae aparejado, por un lado, la dificultad de competir contra los grandes jugadores en el mercado internacional, por los costos fijos que ello implica. Y este es el motivo por el cual la enorme mayoría de Pymes están volcadas al mercado interno y suelen tener su desempeño sumamente procíclico.
En este marco, difícilmente tengan un flujo de ingresos que permita acumular un monto necesario para una inversión productiva que implique la mejora del proceso productivo o bien una expansión de la unidad productiva. Es por esto que las empresas de esta escala suelen depender del crédito para el crecimiento.
Estas características hacen que determinadas decisiones de política económica y, sobre todo, un modelo que enfoca su accionar en la especulación financiera, afecten a las Pymes en su conjunto, que por su cantidad son el tipo de empresa que más empleo genera en la República Argentina.
Con el modelo económico actual, estas unidades productivas que son actores sociales necesarios para lograr un entramado social más organizado y más justo quedan relegadas y, con ellas, también hacen lo propio la industria nacional y el trabajo argentino.
En lo que va de 2018, el tipo de cambio llegó a los $40 pesos por dólar, más que duplicando su precio de principio de año. La devaluación, por la estructura productiva vigente, no genera únicamente un incremento directo en los insumos elevando los costos de las empresas, sino que tiene su correspondencia en el conjunto de los precios de la economía (lo que se conoce como pass-through).
De hecho, desde el mismo Ministerio de Hacienda ya esperan una inflación del 42 por ciento a fin de año, en el mismo periodo en que los incrementos salariales no superan el 25 por ciento. Esta pérdida de poder adquisitivo genera, inexorablemente, una merma en las ventas por la disminución del poder de compra.
Ante esto, los empresarios se ven imposibilitados de trasladar la totalidad del incremento de costos a los precios, comprimiendo los márgenes de ganancia para la supervivencia de la empresa. Una situación similar vivió el sector a inicios de 2016, cuando el incremento en los costos tuvo origen en los aumentos tarifarios en los servicios públicos. Hoy se sufren estos coletazos quienes lograron no cerrar sus persianas en ese entonces.
A este contexto se le añade el relajamiento de los controles cuantitativos en el plano del comercio exterior, hecho que ha recrudecido la competencia de las pequeñas empresas con grandes jugadores del mercado internacional, que compiten bajo otras condiciones y de manera desleal con el objetivo ganar mercado. Y, pese a que el resultado pueda ser un producto a un precio al público menor, el costo es demasiado elevado: se genera menos producción nacional, menos puestos de trabajo y una recesión que pagan todos los argentinos con bolsillos más flacos.
El modelo de la especulación financiera puso punto final a créditos productivos a tasas subsidiadas que brindaba el BCRA. El mismo organismo que hoy, en sus fallidos intentos de contener el precio del dólar, fija la tasa de política monetaria en un 60 por ciento, lo que hace prohibitivo el financiamiento productivo de cualquier empresa que intente afrontar el vendaval. El razonamiento es simple: con esas tasas se hará imposible devolver el crédito y, en caso de poseer un capital, es conveniente el circuito financiero frente al escenario cada vez más recesivo que enfrenta la economía real.
El Poder Ejecutivo continúa su accionar guiado por la preocupación de recuperar la confianza de “los mercados”, pero poco se ocupa de que la política que reconstituya el entramado social generador de bienes, servicios y puestos de trabajos, para que sean los argentinos quienes confíen en la clase política y en su capacidad para gestionar la política económica.
Y, de no cambiar la política económica, las perspectivas para las Pymes no son alentadoras. Se profundizará la pérdida de poder adquisitivo. Habrá un mercado interno cada vez menos dinámico. La industria nacional podría caer a niveles nunca antes vistos, poniendo en jaque miles de puestos de trabajo. Y, una vez más, el pueblo argentino en su conjunto pagará los platos rotos de un modelo económico insustentable por donde se lo analice.
(*) Director de la Licenciatura en Economía UNdAV e integrante del Colectivo Economía Política para la Argentina (EPPA)
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