Raúl Dellatorre
¿Qué modelo de Pyme, para qué país?
(Redacción Motor Económico) Se ha puesto en el centro del debate cómo se sale de esta crisis económica/ social/ cultural ante una posible derrota electoral de Cambiemos (decimos posible), y que rol deben ocupar las fuerzas del trabajo y la producción. Por ello en la edición de hoy de Motor creemos importante traer nuevamente la nota de nuestro Editor General, Raúl Dellatorre, escrita para Motor de Ideas/ Mundo Pymes.
(Por Raúl Dellatorre)El proyecto de Presupuesto de la Nación para 2019 marca lo que el gobierno espera para el próximo año: más recesión. ¿Donde se podrán los mayores esfuerzos en materia económica, según lo expresa el gobierno? En eliminar el déficit fiscal primario, reduciendo el gasto en obra pública fundamentalmente y recortando partidas destinadas a subsidiar servicios esenciales para la actividad económica, como la energía. ¿Y cuál será el impacto de esta política? Más recesión para los sectores vinculados a la construcción (obra pública) y a todos los que en forma indirecta se benefician cuando esta actividad crece (efecto multiplicador, pero en este caso actuando en forma inversa, como multiplicador de la depresión). Y mayores costos de la electricidad y el gas para los productores y comerciantes, sobre niveles que ya son prácticamente inalcanzables, haciendo que más empresas se distancien cada vez más de su “punto de equilibrio” entre costos e ingresos.
¿Qué puede pasar con el consumo? Si la política oficial nos lleva directamente a una recesión, como se ve, y a pesar de ello la hipótesis de inflación del propio gobierno proyecta un aumento de precios del 23 por ciento, está claro que el poder adquisitivo está destinado a perder la carrera por varios cuerpos. ¿Y entonces? Todos los sectores dependientes del mercado interno sufrirán las consecuencias en la baja de su demanda. Mientras tanto, los costos siguen aumentando…
No hay nada nuevo, se podría decir. Es el modelo económico. Aunque habrá que reconocer que nunca antes, en los casi tres años de macrismo, el gobierno había admitido tan cristalinamente como ahora el camino que hay por delante. Para el mundo Pyme, el panorama es negro, lo que no quiere decir que deba rendirse. ¿Podrán esperar comprensión por su situación de parte del gobierno? Difícil, si al frente del Ejecutivo hay quien piensa que una Pyme es una empresa que todavía no hizo lo suficiente para llegar a ser grande. “Todos queremos un país que deje de pensar en que las Pymes son buenas y las grandes empresas son malas”, dijo el presidente de la Nación al inaugurar la Jornada Nacional del Agro, el 13 de septiembre pasado, dando pie a la formulación de una novedosa teoría del crecimiento económico: “Porque el país va a crecer si muchas de esas Pymes se transforman en grandes empresas; si no, no hay crecimiento”.
“El País que todos queremos” es, justamente, la cuestión en debate. Y un debate terminal, en muchos sentidos, particularmente en los próximos meses. El papel que jueguen las Pymes en alcanzar “el país que queremos” también requiere un debate crucial. Porque somos muchos los que pensamos que las Pymes son buenas, y que debe haber políticas públicas que le garanticen espacio, la posibilidad de desarrollo y de articulación productiva, condiciones de estabilidad en los costos, políticas que premienla generación de empleo y faciliten su progreso tecnológico.
No debemos ser pocos, además, los que pensamos que la gran empresa es mala si es monopólica, si abusa de posiciones dominantes, si como formadora de precios saca ventajas en beneficio propio pero en perjuicio de la mayoría, si en materia de comercio exterior elude controles fiscales y se beneficia con la subfacturación o sobrefacturación (de exportaciones e importaciones, respectivamente) por el comercio con filiales, o cuando las autoridades encubren sus operaciones ocultando la información de aduana a sus competidores. ¿Por qué el país que piensa eso de las Pymes y de la gran empresa, debería “dejar de pensar” de esa forma? ¿Eso es lo que “todos quieren”? Discutámoslo, al menos.
No es la primera vez que, en un discurso, Mauricio Macri cuestiona el concepto de que “las chicas son buenas y las grandes son malas”. Sería erróneo pensar que se trata de una frase simplista y sin trascendencia. No lo es, porque evoca un modelo de crecimiento basado en el impulso que le puedan dar a la economía únicamente las grandes empresas: consorcios exportadores, multinacionales con costos y mercados mundializados, primeras marcas internacionales, emprendimientos tecnológicos protagonistas de un “boom” que los convierten en fenómenos mundiales, son los grandes protagonistas en la imagen de crecimiento que ha tenido, desde su origen, el actual gobierno. Así se manejó y así legisló. Y así armó y deshizo diferentes políticas públicas. No le interesa la agricultura familiar, que le da de comer al 70 por ciento de la población, pero sí le interesan los complejos agroexportadores que destinan al exterior el 95 por ciento de la producción nacional de soja. Como parte del ajuste en marcha, en su etapa más salvaje desde el acuerdo con el Fondo Monetario, destruyó todos los organismos que atendían a pequeños productores en la sede del Ministerio y en cada provincia, mientras le concede un súper dólar al exportador con una retención ínfima, por la cual el Presidente de la Nación además pide disculpas en público. No le interesa la industria nacional ni los encadenamientos productivos, que protejan la provisión de insumos locales a la gran empresa, si esta última puede conseguirlos “más baratos” en el exterior, como bien lo saben los diferentes dirigentes empresarios (no sólo Pymes) que tuvieron oportunidad de conversar con Francisco Cabrera durante su estadía en el Ministerio de Producción.
Para el Presidente, y para este modelo de concentración, ser Pyme es sinónimo de empresa retrasada, detenida en su desarrollo, que no supo “mejorar para convertirse en gran empresa”. Fue en noviembre de 2017, al inaugurar el Centro de Desarrollo Tecnológico de la Universidad de La Matanza, que Macri se refirió al mismo tema con la siguiente expresión: “Me pregunto por qué las empresas chicas son buenas y las grandes son malas; les estamos dando el mensaje a todos estos chicos que van a incubar acá de que nunca crezcan, que nunca mejoren, porque van a pasar a ser malos”. Para luego agregar: “Ojalá que todas las pequeñas empresas puedan llegar a ser medianas y las medianas puedan ser grandes, porque eso va a significar que se creció”, como si desarrollarse y ser competitivo fuera una cuestión de tamaño (Fernando Krakowiak, Página 12, 14 de noviembre de 2017).
No es inocuo: es la justificación de un modelo concentrado, y de una política a favor de los más fuertes. Es el modelo neoliberal a ultranza que, recordemos, nace en Estados Unidos a principio de los 70 no como defensa del “libre mercado” sino, por el contrario, la defensa de los intereses de las grandes corporaciones en los tribunales donde se los acusaba de prácticas monopólicas. La argumentación ofrecida por los investigadores reclutados en la Universidad de Chicago (la soberanía del consumidor, si hay concentración de mercado “es porque el consumidor eligió determinado producto como el que mejor satisface sus deseos o necesidades”), fue lo que constituyó luego la base de la llamada Escuela de Chicago. Y lo que le hizo zafar a las corporaciones de las demandas de sus desplazados competidores.
Otra cosa es un tipo de organización industrial basado en las Pymes, su encadenamiento productivo desde la materia prima al producto final, articulando su desarrollo regional y las necesidades de importación para garantizar el proceso de producción. ¿Sería un canto a la ineficiencia? No, para nada, si se tiene en cuenta que países como Alemania han alcanzado su actual estatus de desarrollo industrial justamente con este tipo de modelos de organización. Los resultados de uno y otro modelo deberían medirse en generación de empleo, valor agregado, tipo de inserción internacional y el equilibrio interregional alcanzado. No por la escala de ganancias alcanzado, el lugar en el ranking que ocupan en el mundoo por si son invitados o no a hacer sonar la campana de inicio de la rueda en Wall Street.
Poner en discusión estos temas requiere un debate previo entre los propios interesados en alcanzar tales objetivos. Necesita del impulso de dirigentes, buscar grados de representación más altos, incluso a nivel político. Compartir con otros sectores clave, como el sindical, una discusión tan básica, pero a la vez tan compleja y desafiante en la etapa actual, como es la defensa de la producción y el empleo.
Y requiere, también, generar espacios para ese debate. Motor Económico, con dos años de trayectoria y con este número especial de Mundo Pymes, pretende hacer su propia contribución. Comprometidos en esos mismos objetivos.
() Editor General de Motor Económico y Motor de Ideas. *Trabaja en Página 12/ Del Plata/ TV Pública
···