Opinión

Manuel Gonzalo

Bolsonald, la esperanza armada

(Por Manuel Gonzalo) La remontada final de Fernando Haddad no alcanzó para virar la elección y Jair Bolsonaro es el nuevo presidente de Brasil. Su triunfo es parte de una tendencia global de ascenso al poder de figuras de tinte caricaturesco, de discurso conservador y anti-sistema, que apoyándose en el uso de las tecnologías de la información y comunicación logran conectar con la consciente o inconsciente frustración material y emocional de sectores significativos de la población. No obstante, la experiencia brasileña, como la de Estados Unidos, Turquía, India o Hungría, presenta sus propias determinaciones estructurales, procesos y actores específicos que merecen ser observados.

Crisis “socialdemócrata” y antipetismo

Desde la vuelta a la democracia, solo dos presidentes completaron la integridad de sus mandatos en Brasil: Lula, por el PT, y Fernando Henrique Cardoso, por el PSDB. Esta vez, el impeachment a Dilma Rousseff inició un proceso político-institucional que hoy resulta en el triunfo de Jair Bolsonaro. En ese sentido, si algo se desprende del resultado de las elecciones en Brasil es la incapacidad de su elite para ofrecer un rumbo político y económico. El PSDB buscó conseguir a través de un golpe jurídico-legislativo lo que no logró por la vía electoral, con Aecio Neves como candidato a presidente en 2014. Con la caída de Dilma, el PSDB y el PMDB de Temer se hicieron parte de una de las recesiones más largas de la historia brasileña, iniciada en 2015 con el ajuste de Dilma y continuada hasta hoy. La pauta del Ponte para o futuro, el programa del PSDB en 2014, conformada por el tridente de reforma del sistema jubilatorio, régimen de tercerización laboral y el techo a los gastos públicos, unió al PSDB y el PMDB en estos dos últimos años.

Sin embargo, enredado en las propias internas entre Geraldo Alckmin, Aecio Neves y Antonio Serra por suceder a Temer, y con el PBI per cápita estancado, el PSDB no logró conformar una formula competitiva de cara a las elecciones. El resultado de la primera vuelta lo dice todo: entre Alckmin del PSDB, João Amoêdo del Partido Novo, Henrique Meirelles, actual Ministro de Hacienda de Temer, y Marina Silva no llegaron al 10% de los votos en el primer turno. La elite política verdeamarela quedó sin proyecto, ni candidatos, ni votos.

En paralelo, la cristalización del antipetismo no debe ser soslayada al analizar el triunfo de Bolsonaro. Si las manifestaciones de 2013 insinuaron un punto de inflexión en la relación entre el PT y su electorado, dando lugar al esponsoreado florecimiento de diferentes grupos como el Movimiento Brasil Libre (MBL), la nominación de Joaquín Levy como Ministro de Hacienda y el ajuste iniciado por Dilma en 2015 desorientó a los propios y revirtió el ciclo económico. El desgaste de cuatro gestiones, la selectiva pauta anticorrupción y pro-seguridad en los grandes medios y el lava jato también cumplieron un rol. Pero aún más relevante, la puja distributiva y simbólica entre los hijos del lulismo, es decir, los pobres y emergentes que al tiempo que renovaban sus demandas encontraban un techo en su ascenso material, es un proceso central para entender el voto a Bolsonaro. Nadie dijo que la politización de los emergentes iba a ser por izquierda.

Si el moderado avance distribucionista del PT, que contempló significativos espacios de acumulación para los capitales locales e internacionales, ha generado una reacción política que lleva a Bolsonaro, se abre el interrogante sobre las reales posibilidades políticas de Brasil para encarar un proceso de crecimiento con distribución de renta. Habrá tiempo para la reflexión sobre la experiencia de gobierno del PT. No obstante, dadas entre otras cosas la trayectoria de Lula y el contraste con la gestión de Dilma, las condiciones internacionales y la cantidad de personas que salieron de la pobreza durante su gestión, la hipótesis de la golden age lulista como un período histórico de excepción, deberá ser explorada con atención.

El PT queda en una situación compleja por lo que viene (y ya opera) en términos de persecución política y judicial. Sin embargo, en términos electorales, teniendo en cuenta la cárcel de Lula, el poco tiempo de campaña de Haddad y la gravitación de una conducción del partido diezmada, que no consiguió leer cabalmente el cuadro político imperante, el PT logró representar cerca de un tercio de los votos válidos del primer turno y alcanzar el 45% en la segunda vuelta. A pesar de reducir su participación en el Congreso, el PT es la mayor bancada en diputados y queda posicionado como el principal partido de oposición. Será un tiempo de recambio de cuadros y trabajosa resistencia, que deberá ser articulada con otras fuerzas políticas para hacer frente al embate bolsonarista. El corrimiento de la sociedad brasileña hacia la derecha y la consolidación de un ideario antipetista es un fuerte desafío programático. La incertidumbre sobre el mantenimiento de las pautas democráticas y la creciente violencia política alertan sobre las posibilidades del activismo político y la construcción territorial de base, un espacio en el cual el conjunto de la izquierda brasileña viene perdiendo espacio hace un tiempo.

Ordem, costumes y fake news

Ante la eclosión política, dos instituciones de larga data aparecen en escena: la religión y las fuerzas armadas. Ambas ganan relevancia ante el deseo de “orden” de una parte sustantiva de la población. Se trata de una aspiración difusa, pero que encuentra en la seguridad y la familia un ideario de refugio ante la crisis económica, política, social y moral que atraviesa Brasil. Esto llama la atención respecto a la ponderación que la población sudamericana tiene respecto a una pauta política que aparece mayormente relacionada a derechos individuales, frente a una pauta basada en derechos colectivos, como la seguridad y la familia.

A pesar de ser subestimada por ciertos sectores de la elite intelectual y política brasileña, una parte sustantiva de la iglesia evangélica que acompañó la golden age lulista, en estas elecciones ha jugado con Bolsonaro. El papel de la iglesia evangélica ofreciendo una red de contención y jerarquización social es un aspecto fundamental del Brasil contemporáneo, ante el debilitamiento territorial de la iglesia católica y las instituciones públicas no represivas. Las iglesias evangélicas se han convertido en espacios de formación, integración y refugio, principalmente, pero no solo, entre los pobres y emergentes. Por ejemplo, el nivel musical de los coros, gospels y músicos evangélicos los proyecta más allá del espacio religioso, permitiéndoles alcanzar niveles de reconocimiento y sustentación material poco accesibles vía el entramado institucional estatal. Con Bolsonaro es de esperar una consolidación del poder territorial, económico y simbólico de algunas iglesias y pastores. La expansión de una iglesia evangélico-empresarial, a través del fortalecimiento de los canales de comunicación y producción de contenidos (Record TV ya pertenece al fundador y líder de la Iglesia Universal Edir Macedo), de constructoras propias y de empresas de producción de bienes y servicios para fieles es una tendencia a monitorear.

Bolsonaro gana las elecciones prácticamente sin hacer campaña presencial, con pocos minutos al aire durante la campaña de la primera vuelta y sin ir a los debates televisivos. Bolsonaro no era la primera opción presidencial de la Red Globo. En cambio, en línea con lo que viene sucediendo en otras democracias populosas, como por ejemplo los Estados Unidos, India y Argentina, el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, como el big data y las redes sociales, ha tenido un papel central en el triunfo de Bolsonaro, quien fue asesorado por Steve Bannon, uno de los estrategas de la campana de Trump en 2016. La diseminación de fake news, a través de grupos de WhatsApp, con foco en los grandes centros urbanos como San Pablo, Minas Gerais y Rio de Janeiro, ha sido el instrumento político principal, influyendo en la elección de candidatos estaduales prácticamente desconocidos. El uso de este tipo de tecnologías, apuntaladas por el back up tecnológico de consultoras especializadas como Cambridge Analytica, parece constituirse en una práctica cada vez más consolidada y sofisticada para operar sobre las emociones de la población. Al mismo tiempo, la diseminación de un mensaje de odio y agresividad degrada el discurso público y dificulta la argumentación lógica. Esto representa un desafío material e idiosincrático para las prácticas militantes y estrategias políticas contemporáneas.

Hacia un sueño de consumo armado

Según IBOPE, las fuerzas armadas son la institución brasileña con mayor índice de confianza: 78%. La fórmula triunfante en las elecciones está integrada por dos ex militares: Bolsonaro, paracaidista, ex capitán, y Antonio Hamilton Mourao, un general retirado. El propio orden entre ellos, con un general como vice, que en el escalafón militar tiene una jerarquía superior a la de un capitán, ya genera intrigas y rumores respecto al funcionamiento de la cadena de mando. Ni Bolsonaro ni Mourao destacan por sus atributos como articuladores políticos, oradores, o por su visión de mundo. La salud de Bolsonaro también genera especulaciones. Así las cosas, los grupos y corporaciones que lo rodeen tendrán principal relevancia. Bolsonaro llega al poder sin estructuras políticas de peso, ni cuadros, ni operadores parlamentares propios de renombre, lo que anticipa una fuerte puja al interior de su espacio. Con cinco ministerios ya prometidos a los militares, las posibilidades de un mayor avance militar no deberían ser descartadas.

Brasil es hoy uno de los países del mundo con mayor poder de fuego, principalmente en manos de la población civil. La emergencia de un Brasil paramilitar es un proceso creciente y que tenderá a profundizarse. Ante la desarticulación estatal, una menage explosiva de neoliberalismo, armas, drogas y religión acentúa la colombianización o meicanización de Brasil. La creciente violencia sobre activistas y líderes políticos es asustadora. Hace seis meses la vereadora Marielle Franco fue baleada cuando se encontraba realizando una investigación sobre las milicias y la policía militar de Rio de Janeiro. Escasos avances se registraron en la investigación del crimen. Muertes de este tipo son moneda corriente en el Amazonas, el nordeste o las periferias. Esto a su vez se entrelaza con las disputas entre los dos principales carteles de drogas de Brasil, el PCC y el Comando Vermelho, que involucran a las milicias, el sistema carcelario y el sistema político-judicial. Así, las disputas de poder entre las fuerzas paramilitares, como las milicias, y la policía militar, indican una potencial interna de fuego entre fuerzas armadas estatales y para-estatales.

Respecto a la economía, quien aparece como el principal asesor de Bolsonaro, Paulo Guedes, es un egresado de Chicago asociado al capital financiero, sin mayores credenciales dentro de la gestión pública, la academia o como cuadro partidario. Las manifestaciones iniciales de Bolsonaro y Guedes se direccionan hacia un programa de apertura, liberalización y privatizaciones (se llegó a hablar de 50 empresas a privatizar). Hacer flujo de caja con los activos públicos fue una práctica ya ejercitada por Temer y que tendería a profundizarse. No obstante, la sustentantabilidad de Guedes como Ministro de Hacienda también comenzó a ser cuestionada. De no mediar un cambio de rumbo respecto al rol del Estado, en particular respecto a la política fiscal y la evolución del salario mínimo, es de esperar un crecimiento mediocre como el actual, que dependerá de los precios internacionales y la performance agropecuaria y de las industrias extractivas. La acentuación de un capitalismo con fuertes tintes coloniales es un trazo del cual Brasil no logra desembarazarse, sino que tiende a acentuarse. El desempleo hoy se ubica en torno al 13 por ciento con indicadores aún superiores en las grandes ciudades. Con todo, Mourao, el vicepresidente de Bolsonaro, ya declaró que el aguinaldo no le hace bien ni al trabajador ni al empleador.

En relación a la inserción externa, en línea con Argentina, se avisora un mayor alineamiento con los Estados Unidos. Si en Argentina esto se vehiculiza por la vía externa-financiera, con la reciente instalación de una oficina del FMI en el Banco Central como imagen paradigmática, en el caso brasileño, dada su mayor solvencia externa, es de esperar un incremento de la cooperación en torno al área de defensa y seguridad interna. Roraima, zona de frontera entre Brasil y Venezuela, es un espacio de interés para los Estados Unidos, siendo un lugar propicio para la celebración de operaciones militares conjuntas y la instalación de alguna base militar. En el marco de la disputa global entre los Estados Unidos y China, el triunfo de Bolsonaro no es una buena noticia para los intereses chinos en la región. La visita de Bolsonaro a Taiwán en febrero de este año generó una declaración de malestar de parte de la embajada china. Bolsonaro, quien fue bautizado en 2016 en el Río Jordán, ya felicitó a Trump por el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén y se declaró contra la embajada de Palestina en Brasil. En tanto, el alicaído liderazgo ejercido por el Brasil de Temer en el Mercosur y los BRICS, podría perder aún más densidad o reorientarse hacia la órbita anglosajona-OTAN.

Diversos actores y grupos sociales pierden con Bolsonaro. Las comunidades indígenas quedan en una posición vulnerable, principalmente en relación con la liberalización del uso de armas y la demarcación de tierras. La diversidad religiosa corre riesgo de ser vulnerada. Los ya débiles derechos laborales serán aún más tensionados. La participación de Brasil en el acuerdo climático global firmado en 2015 en París también corre riesgos. Sus expresiones en torno a una cierta supremacía racial blanca no pintan un panorama alentador para la población negra. La pauta LGBT y la seguridad reproductiva serán congeladas. La ciencia y las universidades tampoco aparecen como un espacio a ser reforzado dado el clima anti-intelectual. La industria ocupará un lugar secundario.

El avance militar por la vía del voto interroga sobre la cosmovisión política y económica de los círculos militares brasileños contemporáneos. La adopción de un programa extranjerizante y privatizado se contrapone con el supuesto nacionalismo de ciertos grupos. Algunos de estos militares están expectantes ante la posibilidad de que el avance militar inyecte una pinga de nacionalismo en el derrotero político brasileño. Tal vez solo sea una pinga de subimperialismo.

(*) Fuente: Bunker

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