Opinión

Derrotar a la mentira en defensa propia

(Javier Tolcachier (*) ) Estamos frente a la dictadura de la mentira. Se trata de derrotarla con la verdad. ¿Qué hay detrás de la mentira? La mafia macrista y sus cómplices políticos junto a sus mandantes, la oligarquía latifundista, el empresariado corporativo, la banca extranjera, los fondos buitres, los mentimedios hegemónicos, oscuros agentes de inteligencia y verdugos judiciales.

Pero esta es apenas una primera línea de la legión de la inhumanidad. Detrás de ellos, los Estados Unidos y su deseo de desbancar todo proyecto soberano e integrador en América Latina y el Caribe para recuperar la unipolaridad perdida, en alianza con el gobierno extremista de Israel, el FMI, el Banco Mundial, la OEA y los demás satélites estadounidenses. Atrás de ellos, los monstruos financieros globalistas enfrentados a los industrialistas, todos a su vez en el pandemónium de una guerra con las potencias económicas emergentes de Oriente.

La ficción no es solo mediática y cinematográfica. La irrealidad financiera se ha adueñado de la economía. La economía real ha sido vampirizada por la especulación y sus efectos son letales y dolorosos. El capital usurero sin respaldo en poquísimas manos se fuga de toda responsabilidad social y se mueve por el mundo a velocidad de click. La fracción de capital productivo remanente busca maximizar su rendimiento con tecnología, precarización laboral y evasión fiscal. La perinola cae siempre del mismo lado: “Toma todo”. ¿Hay en ese marco espacio para fuentes de trabajo dignas, ingresos suficientes, educación y salud pública gratuita de calidad, protección jubilatoria; existe acaso en ese contexto la posibilidad de dejar atrás el hambre, la miseria, la desigualdad, la inseguridad económica; se puede pensar en una sociedad libre y soberana sin confrontar ese estado de cosas? No.

En esta etapa excluyente del sistema, el capital utiliza la mentira y cuando no alcanza, están el garrote, la persecución y la proscripción. El capital concentrado – tal como ocurrió en los años 30 del siglo XX- financia a los que fomentan el odio y la división, empujando hacia un “fascismo posmoderno” como instrumento de disciplinamiento social y barrera de contención contra las opciones políticas de transformación social evolutiva.

Un nuevo capital social

Ante la concentración propietaria ilegítima y dañina, se hace necesario generar “capital social” distribuido y descentralizado, que sirva a la producción y cuyos rendimientos se repartan más equitativamente. Hay que darle la espalda al capital especulativo, castigar impositivamente y desalentar la usura mediante la creación de una banca nacional sin interés para créditos productivos a cooperativas, microemprendimientos, pequeñas y medianas empresas. Desinvitar al capital no productivo, poniendo trabas a su libre movimiento y bloqueando su fuga mediante estricto control bancario. ¿Salir del mundo? No, salir de “ese mundo”, gobernado por el poder financiero.

Favorecer impositivamente y con compra exclusiva desde el Estado a proyectos autogestionados, populares, campesinos y cooperativos, ampliando la genuina distribución del capital entre quienes producen. Reemplazar la actual mentira de “asociación público-privada” por una poderosa “alianza público-comunitaria”. Con esto, más allá de lo estrictamente económico, se activa la práctica social solidaria, la participación real y se da estímulo al fortalecimiento de vínculos humanos en la base social, acrecentando el poder popular.

Ingresos garantizados para todes, hambre cero, eliminación de impuestos a los sectores de menores ingresos y elevación proporcional a los que más ganan. No se trata de que los ricos “paguen más”, sino que nadie llegue a ser tan rico como para decidir sobre el destino de los demás. Alianzas con países de la región y el Sur global para producir medicinas de bajo costo, para armar centros de investigación de punta, para dotarnos de tecnología de avanzada sin depender de las regiones centrales. Arte, cultura, comunicación democrática, ocio creativo. La equidad como condición imprescindible de libertad. En definitiva, desincentivar el afán enfermizo de la posesión como fuente de sentido vital para colocar el bienestar y el desarrollo humano de todos los “habitantes de este suelo”, en el centro de la escala de valores.

¿Volamos alto? Acabamos de despegar. ¿Soñamos? Es la idea central, fortalecer la utopía y las mejores aspiraciones, volver a soñar.

¿Cómo derrotar a la mentira?

Ganarle a la mentira en las elecciones de este año es apenas un primer paso. Fundamental, sin embargo, para evitar la continuidad de la demolición social.

Es preciso activarnos y activar. Un millón de argentines haciendo campaña en defensa propia, en la calle y en las redes. Desmontar difamaciones con datos y argumentos, mostrar las modalidades de la manipulación, esclarecer sobre las motivaciones de los vehículos de fraude informativo, son líneas de trabajo comunicacionales ineludibles.

En el terreno político, una “unidad” pensada como simple acumulación electoral, como acuerdo de cúpulas o de candidaturas, no basta. Debe ser “unidad en la diversidad”, ya que el cuerpo social y la historia tienden a ésta. Para poder sostener la victoria y emprender el camino de cambios, la articulación necesita ser desde abajo, como sumatoria de la influencia y el impacto real generado por la diversidad. La segmentación de mensajes – arma artera de la maquinaria propagandística digital de la mentira – debe ser reemplazada por la verdad de un proyecto inclusivo que tenga en cuenta las diferencias entre las generaciones, las múltiples reivindicaciones sociales, las herencias culturales de distintos sectores y la enorme fuerza del feminismo.

Este panorama táctico debiera ser estructurado en el marco de una comprensión de mayor calado y visión procesal. Es imprescindible comprender por qué y cómo hoy avanzan los factores del inmovilismo histórico, las tendencias retrógradas, ostensiblemente crecientes en su influencia.

El avance del retroceso

Grandes grupos humanos adhieren hoy a propuestas regresivas, que creíamos haber dejado atrás para siempre. Es un fenómeno mundial, que atraviesa todas las culturas. ¿Se trata de respuestas nacionalistas a la globalización, reacciones a la imposición de la cultura única? ¿Es el grito de la masa abandonada de las periferias ante la asfixia de un sistema excluyente? ¿Es el resultado de una repugnancia extendida frente al colapso institucional, la creciente delincuencia y la evidente inmoralidad de las prácticas corruptas? Por supuesto. Pero hay más.

Los rasantes cambios de las últimas décadas han puesto a porciones enteras de la sociedad ante un escenario desconocido, inestable, amenazante. Como reacción a ello, muchos quieren “volver atrás”, a paisajes conocidos y falsamente idealizados.

La ideología individualista y la desestructuración han destruido gran parte de los vínculos humanos. Nunca antes estuvimos tan solos en un mundo tan conectado.

El oportunismo, el cinismo, el “sálvese quien pueda”, el consumismo extremo, la corrupción, son síntomas de la decadencia de la cultura materialista. Rodeados de infinidad de objetos, sentimos un enorme vacío.

Las corrientes conservadoras trabajan con mucho celo en las barriadas abandonadas por el sistema, ofreciendo como paliativo a la asfixia sistémica la ideología de la “prosperidad individual”, brindando ámbitos de contención y cultivando, como “remedio” al mundo decadente, un regreso religioso moralizante. De allí su avance.

Un progresismo humanista y popular

Desde ese diagnóstico puede y debe responderse con un progresismo humanista y popular. Con un programa económico participativo comunitario-estatal, la creación de espacios y el entretejido de nuevos lazos fundados en la empatía y la solidaridad. Haciendo crecer una ética de coherencia y un sentido vital que no disocie la posibilidad de actuar en lo político y lo social desde una mística profunda, horizontal y trascendente, a la medida del nuevo mundo que queremos.

No bastará la indignación. Necesitamos la activación de la ciudadanía como protagonista principal en la construcción de la realidad, nuevas y múltiples formas de organicidad, liderazgos queridos e íntegros que orienten hacia el futuro. Porque no habrá progreso si no es de todos y para todos. Y ese progreso tendrá que ser integral, pleno de humanidad, o no será.

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

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