Nery Chaves García y Amílcar Salas Oroño y Javier Calderón Castillo
Empleo joven en América Latina: rendimiento, alienación y utopía
(Por Nery Chaves García y Amílcar Salas Oroño y Javier Calderón Castillo) Cerca de 110 millones de jóvenes de entre 16 y 26 años viven en América Latina y el Caribe[i], lo que significa la sexta parte de la población total de la región. Un número significativo para la política, pues las y los nuevos votantes representan un desafío para desentrañar el enigma de sus preferencias electorales: ¿cuáles son las razones de esa juventud para elegir por quién votar?. Las respuestas son diversas y muchas refieren a la relación simbiótica de las generaciones jóvenes con las redes sociales o con los análisis ‘culturalistas’ que les estereotipan como millenial o centennial, marcas pensadas para la juventud de países desarrollados o integrantes de grupos poblacionales de ingresos medios y altos, que no logran describir a los grandes segmentos que viven de sus salarios: bajos, precarizados y sin un proyecto educativo de contención y con perspectiva de movilización social.
¿Cómo explicar la votación de jóvenes brasileños por el ultraderechista Jair Bolsonaro o por Iván Duque en Colombia? Según la consultora Ibope, el 28 por ciento de los jóvenes en esta franja de edad se decidieron por Bolsonaro en Brasil[ii] y el 41 por ciento lo hicieron por Duque en Colombia[iii]. Una decisión que resulta paradójica pues la juventud del siglo XXI se decide por políticos con ideas del siglo XIX. Un asunto difícil de desentrañar. Las razones que se esgrimen para explicar este comportamiento están centradas en los efectos de las campañas electorales por redes sociales y el uso de la mensajería por Whatsapp para inundar de falsas noticias que enlodan y demonizan al político contrario.
En otro plano del análisis, menos explorado, las respuestas a estas decisiones políticas de una porción de la juventud -de sectores populares y trabajadores, en su mayoría- está relacionada con el efecto dominante de una cultura de la incertidumbre, por la que la destrucción del trabajo y la seguridad social convierten a los jóvenes en presas fáciles de las campañas de marketing político, que les ofrecen una salida, una certidumbre, incluso el odio como guía. Ello puede indicar que el neoliberalismo reciclado que está en auge -aunque no explique del todo las idas y vueltas en materia de elección política- y ha marcado a las generaciones jóvenes del continente. No sólo a los sectores de medios y altos, sino también –aunque de otras maneras- a las juventudes trabajadoras y segregadas -también por género y etnia- por los efectos de una configuración del trabajo precarizado, individualizado y virtualizado que las lleva a una vida de incertidumbre.
Esa construcción de la sociedad de la incertidumbre o del riesgo –como la llamara Ulrich Beck- es contraria a los imaginarios del siglo XX, identificados con el horizonte de la seguridad social: el new deal estadounidense,[iv] que se reforzó en esos años para impedir estallidos sociales en un mundo polarizado entre capitalismo y socialismo. Una ola con mucho impacto en el norte global en las recientes décadas, pero con diferencias en los países del sur por las resistencias y alteraciones logradas de forma heterogénea en buena parte del continente por los progresismos y los gobiernos no neoliberales que pueden fechar su inicio en 1998, con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela.
Las y los jóvenes que cumplieron la mayoría de edad desde los años 90, saben muy bien de qué se está hablando. Salvo quienes heredan fortunas o capitales económicos y simbólicos altos, o que vivieron bajo un Estado en el auge del progresismo, se enfrentan como ‘orden social’ a la imposibilidad del trabajo pleno y sin derechos universales que les den seguridad, pues están hoy privatizados en buena parte de Latinoamérica. Ello genera una huella cultural en la subjetividad de la juventud, pues les define una relación lejana con el Estado y con la política, que no les dan respuestas a sus expectativas para resolver las necesidades básicas y aspiracionales de futuro: sólo les ofrecen el ‘emprendedorismo’ como una bondad del modelo que ha decretado el fin del trabajo asalariado y de la dominación laboral.
‘Emprendedorismo’: ¿el fin del trabajo asalariado en América Latina?
La palabra inglesa entrepreneurship traducida como ‘emprendedorismo’, describe la prédica de deslaborización capitalista en su etapa actual, que traslada el problema social de la creación de empleo al individuo, que fortalece el principio competitivo y desigual de lo neoliberal. Tener trabajo depende de la iniciativa individual para ‘crear’ su propia empresa, como si el trabajo -asunto tan central en la economía- se resolviera con el solo ejercicio de la voluntad de las personas. Es el discurso funcional de las derechas contra los programas de bienestar social, según el cual el problema de la pobreza radica en que los pobres quieren seguir siendo pobres, son perezosos y se acostumbraron a vivir de los subsidios, obviando que las empresas en América Latina son las entidades que reciben mayores subsidios estatales y quienes más exenciones impositivas tienen.
En las tramas discursivas que venden el ‘emprendedorismo’ como “la actividad de las personas que miran hacia el futuro”, se suelen utilizar argumentos que dejan entrever en el fin del trabajo asalariado una supuesta superación del capitalismo explotador del trabajo. Emprender no es sólo para ricos o universitarios, dice el exministro de Modernización de Mauricio Macri, Andy Freire: “se necesita coraje y convicción de lo que uno quiere emprender” como tesis central de su libro de autoayuda “Emprender es Pasión”. Un sofisma que sólo puede ser admitido como un acto de fe, pues un escrutinio mediado por la razón y los hechos lo tira al suelo con facilidad. Los emprendimientos de los que hablan los neoliberales resultan un concepto con endebles bases argumentativas y está muy lejano a la realidad. Los intersticios de la política capitalista de dicha doctrina están sustentados en la explotación de otras personas (o en la autoexplotación) en condiciones de precarización laboral, requieren de capital para poder ser efectivas y tienen pocas posibilidades de éxito con mercados desregulados y con una voraz competencia global.
Tal idea de ‘emprender’ es, entonces, una versión de la competencia capitalista que se basa en la desigualdad, que se muestra como pluriclasista (pues, en teoría, sólo se requiere voluntad) pero realmente tiene como origen la idea de no generación de trabajos plenos, formales, con garantías. “El neoliberalismo, efectivamente, nos obliga a ser ‘emprendedores’ ya que hay una baja disposición a crear trabajos, porque los contratos a largo plazo disminuyen las ganancias”, dice la psicóloga británica Valerie Walkerdine[v]. Una situación agravada para la población joven sin formación en la educación superior y también para las mujeres (el 78.1 por ciento de las mujeres de la región que están ocupadas lo hacen en sectores definidos por la CEPAL como de baja productividad, lo que implica peores remuneraciones, menor contacto con las tecnologías y la innovación y, en muchos casos, empleos de baja calidad).
Una manera eficaz para destruir el trabajo pleno y, con ello, desestructurar la conciencia laboral es que las y los jóvenes tienen muy pocas oportunidades para afiliarse a un sindicato o crear una forma de disputa por sus derechos, los cuales les han dicho que son cosa del pasado. De siete países consultados, la tasa de sindicalización más alta es en Argentina con el 37 por ciento, seguida de Uruguay, con el 34 por ciento, Brasil 17 por ciento, Chile con el 14,2 por ciento México 13,2 por ciento, Colombia 9,2 por ciento y Perú con el 5,2 por ciento [vi].
Todo ello indica con claridad las consecuencias y la ‘eficacia’ del modelo, que puede ser esclarecedor de las bajas relaciones de los jóvenes precarizados con la política, con las demandas de derechos y con discursos de políticos que les reafirman el ‘futuro emprendedor’ como el mecanismo para ser el empresario de sí mismo. Aunque es sólo una fantasía si se observan las dinámicas del trabajo informal: “En América Latina y el Caribe hay, al menos, 130 millones de personas trabajando en condiciones de informalidad, lo que representa al 47,7 por ciento de los trabajadores”[vii]. Tal situación significa que el fin del trabajo asalariado es sólo una mutación hacia un trabajo precarizado sin salarios fijos y sin condiciones plenas de empleo.
Esto no quiere decir que la iniciativa empresarial no sea posible. La crítica a la prédica del ‘emprendedorismo’ está dada por las falacias sobre las cuales está construida y por los efectos que produce en las condiciones laborales, especialmente de las y los jóvenes a quienes se les indica que la moda es tener un emprendimiento. Sin embargo no informan que las variables ‘exitosas’ de esos emprendimientos se relacionan con la tercerización laboral, es decir, la creación de pequeñas empresas cuyos trabajadores precarizados hacen el trabajo de las grandes empresas que no quieren contratar personal directamente, con el objetivo de reducir los costos de producción y evadir la relación laboral directa. Así, las grandes empresas magnifican su ganancia. Por ello la mayoría de los países latinoamericanos tienen profundizada la lógica del emprendimiento, que se expresa en la informalidad laboral, el trabajo ambulante/callejero y a través de las ‘nuevas formas de trabajo’ que generan autoexplotación y autoalienación (que serán analizadas en el siguiente apartado).
Esa conducta del orden capitalista llamada ‘emprendedorismo’, que rompe las mediaciones grupales de las luchas por los derechos, que reafirma en la subjetividad la competitividad y la desigualdad como formas de lograr las aspiraciones individuales, resulta un arma electoral efectiva, como lo expresa Jorge Alemán: “El neoliberalismo, en su intento de lograr una nueva forma de vivir, transforma a los trabajadores en emprendedores de sí mismos y, al mismo tiempo, es una fábrica de deudores… una razón para que los votantes pueden llegar a sufragar en contra de sus propios intereses materiales”[viii].
Homework y autoexplotación
Las transformaciones en el mundo del trabajo’ tienen, en esta etapa del capitalismo, una capacidad de transferencia inédita. Ahora bien, esas formas en cómo se replican visiones del trabajo de una latitud a otra, y la velocidad en que lo hacen -como puede ser la incorporación de tecnologías- depende de las estructuras socioeconómicas sobre las que se asientan. Por ejemplo, los servicios de ‘trabajo a través de las Apps’, que en su casi absoluta mayoría operan con jóvenes, pero que hasta hace unos años tenían una presencia no significativa en América Latina (en términos absolutos, a excepción en Colombia, México y algunas ciudades de Brasil) ha tenido un desarrollo fuertísimo en los dos últimos años, especialmente en Buenos Aires (Argentina).
A este fenómeno, para el caso, hay que entenderlo en el marco de otros fenómenos, como la descaracterización de la estructura normativa laboral del país. Argentina siempre fue, comparativamente con otros países de América Latina (salvo Uruguay en determinadas épocas), el país con mayor proporción de mercado laboral formalizado y con una fuerte presencia del sindicalismo en la disputa por las posiciones de los derechos de los trabajadores.
En los años de gobierno de Mauricio Macri, además del recorte y los despidos de los funcionarios públicos del inicio de su mandato (diciembre del 2015), la creación de empleo privado ha sido muy escasa, al compás de una marcha macroeconómica de visibles deterioros sociales. Cada vez menos empleo estable y de mediano plazo: hoy en día hay un 40 por ciento de los argentinos que trabajan que son monotributistas, una situación curiosa para el país. Si a esta circunstancia general se le suma, para el caso de la ciudad de Buenos Aires, la migración (temporaria o estacional, eso se verá con el tiempo) de diversos orígenes, incluso desde otros países de América Latina, las condiciones de ‘disponibilidad laboral’ encuentran singularidades que explican la proliferación de las Apps de mensajería como Rappi, Glovo, Pedido Ya, Treggo, IFood, entre otras; en menos de un año, el paisaje socio-laboral de la capital argentina se ha transformado de manera significativa.
Esta forma de empleo es propia de ciudades grandes, no sólo porque allí hay una concentración de segmentos de este tipo de ‘disponibilidad laboral’ –según otras descripciones, en otras ciudades, como Bogotá, San Pablo o Santiago de Chile, hay situaciones parecidas- sino porque, además, allí hay una estructura de desarrollo para consumos variados, segmentados, posibles de ser transferidos por estas vías. Esta ‘uberización’ del trabajo, donde la conexión se establece mediante una plataforma que se administra desde el celular, con pagos por trabajo realizado, en su mayoría en depósitos de cuenta bancaria con posterioridad a la certificación de la entrega (incluso el pago puede darse por completo una vez cumplido el mes) viene impulsado, al mismo tiempo, por toda una ideología empresarial que destaca la supuesta libertad horaria para el empleado y la correlación de que sus montos dependen de la ‘capacidad de disponibilidad’ para con ofrecerse como trabajador.
Sin entrar en interpretaciones genéricas -aunque ya comienza a haber un acervo de estudios sobre los impactos subjetivos de esta forma de trabajo- lo que sí debe ser destacado es el siguiente detalle: todas las circunstancias asociadas a la explotación del trabajador (sea por plusvalía absoluta o relativa, en las fórmulas clásicas de análisis) ahora se colocan indisociablemente bajo un nuevo paradigma de ‘autoexplotación’ y ‘autoalienación’, cuestión que trae otras consecuencias e impactos en lo que respecta a la construcción de las formas de la ciudadanía y la internalización del mundo social, sobre todo para los segmentos juveniles.
A los cambios propios de desagregación de las formas tradicionales de vida colectiva, las heterogeneidades sociales y la presencia (y abuso) de las tecnologías como vehículos de socialización, debe sumarse ahora la introducción del celular como intermediario de la propia ‘reproducción social de la existencia’, bajo la forma de un empleador abstracto y sin tiempos de descanso, ni cobertura social, ni sindicalización, ni margen de negociación colectiva de ningún tipo. El efecto más corrosivo de esta modalidad de trabajo para los jóvenes latinoamericanos es respecto de qué es lo que ellos y ellas terminan construyendo como idea de sociedad como conectividad más general. Estas formas refuerzan una percepción juvenil: la ‘fetichización del instante’, en la que se pierde el vínculo entre los diversos momentos de la vida social -histórica y presente-, económica y política.
La ampliación de los ‘trabajos a través de las Apps’, y sus potencialidades de expansión, más allá de los juicios valorativos que se podrían hacer sobre el asunto, debe ser comprendida en el marco de la consolidación de otros dos fenómenos no siempre vinculados, pero que contribuyen al fenómeno: los ‘freelancer’ y el ‘trabajo desde la casa’, éste último que amplía la brecha de género, ya que para las mujeres trabajar desde casa tiende a reforzar la reproducción del trabajo femenino no remunerado[ix]. Si bien es cierto que el ‘trabajo desde la casa’ engloba varios tipos de trabajo, éste es indicativo para comprender las tendencias en curso en los países latinoamericanos, en relación con la cuestión de enraizamiento de las formas tecnológicas en la empleabilidad, y en el consumo. Así, por ejemplo, lo que usualmente no se pondera debidamente (puesto que la mayoría de las veces los datos para América Latina sobre empleo suelen utilizar las aproximaciones de modalidades pretéritas de trabajo) es que en los países latinoamericanos hay un desarrollo bien extendido del fenómeno de la interconexión de las actividades[x].
Brasil y Argentina son los países que están a la vanguardia en el teletrabajo en la región. En 2015 los expertos revelaron que, tras 12 años de gestión en pro de esta modalidad laboral, Argentina ha visto resultados importantes, llegando a más de un millón de personas que tienen alguna forma de oficina en hogares.
Perú, por su parte, tiene una relativamente reciente legislación sobre el teletrabajo, y hay varios tipos de incentivos y estrategias para que los empleados puedan trabajar desde sus casas. Chile cuenta con una legislación pionera en la región: el Código de Trabajo fue modificado en el año 2001 y ya regula legalmente el teletrabajo.
En julio de 2008 acontecieron casi simultáneamente dos hechos importantes al respecto: uno de ellos fue la sanción de la Ley de Promoción del Teletrabajo en Colombia, que reglamenta la cuestión tanto para los trabajos en relación de dependencia como para los independientes; el segundo fue el Decreto del Ejecutivo de Costa Rica, que propicia el teletrabajo para las instituciones públicas.
Uruguay ha tenido un avance notable en esta materia. No es casualidad: países pequeños con una alta emigración y una gran experiencia en el mercado de software, encuentran en esta modalidad un mundo de oportunidades que empiezan a aprovechar para el teletrabajo con productos o con servicios.
Esta interconectividad en expansión también ha aumentado el tipo de modalidad de ‘freelancer’, forma de contratación flexible que debe ser entendida como un antecedente del ‘trabajo a través de las Apps’. Hoy en día, el panorama laboral es de un progresivo aumento de los ‘freelancer’, con la distorsión que esto genera, incluso respecto de los entrecruzamientos de los mercados laborales de cada país
Argentina es el país donde se pagan los ingresos por hora más altos, sobre todo en el área de diseño, en la que la diferencia es muy notable.
México es el segundo país en nivel de ingresos, en el que destaca el mercado del marketing. Brasil tiene valores hora más bajos, comparados con Argentina y México, pero tiene la mayor dispersión de datos con más ‘freelancers’ con ingresos en todos los rangos.
La dirección de estas ‘metamorfosis en el mundo del trabajo’ en nuestro continente indican que la autoexplotación parece ser una trayectoria que tiene todos los elementos dispuestos para extenderse como tendencia. Si bien todavía hay algunos aspectos propios de la “sociedad del rendimiento” –según la categoría del pensador Byung-Chul Han– que no se manifiestan como tales en nuestros países, la subjetividad de las y los jóvenes en los nuevos mercados de trabajo latinoamericanos ya parecieran perfilarse según un atributo de los tiempos: una autodisciplina laboral superpuesta con un desvanecimiento de la consciencia de la necesidad de reglas para el mundo del trabajo[xi].
A modo de cierre
El panorama para la juventud latinoamericana es poco auspicioso, por lo que compone como subjetividad. Algo que siempre ha estado presente en las sociedades perifericas en formas a veces más directas del carácter corrosivo del capitalismo. Esta nueva subjetividad es materia para las campañas de las derechas, que alientan la precariedad laboral mientras prometen ascenso social como un ejercicio de voluntarismo.
En Latinoamérica uno de cada cinco jóvenes menores de 24 años se encuentra desocupado -el 19,5 por ciento-. Esta tasa de desocupación representa el triple de la existente en los mayores de 25 años. Y en la tasa de ocupación destacan la informalidad, la precarización y tercerización derivadas de la lógica del emprendedorismo y las nuevas formas del trabajo. Un asunto a resaltar, pues las mediaciones de orden organizacional derivadas del trabajo se han desvanecido o están por encontrarse.
Cómo deciden los jóvenes su voto y cómo se relacionan con la política, son cuestiones aun no resueltas debido a la heterogeneidad de las subjetividades juveniles y las formas de resolución de sus intereses y necesidades en un escenario de incertidumbre en el que donde la desigualdad, la autoexplotación y la autoalienación definen la utopía de segmentos de la población pobre y desempleada, que siguen buscando una opción sobre la tierra.
Notas:
[i] http://poblacion.population.city/world/la
[vi] http://www.centrocifra.org.ar/docs/Condiciones%20de%20trabajo%20en%20America%20Latina.pdf
[vii] https://www.ilo.org/americas/temas/econom%C3%ADa-informal/lang–es/index.htm
[ix] https://www.cepal.org/es/articulos/2017-mercado-laboral-la-llave-igualdad-mujeres-america-latina
[x] https://www.alainet.org/es/articulo/196182
[xi] http://www.revistaanfibia.com/cronica/capitalismo-traccion-sangre/
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Amílcar Salas Oroño: Dr. en Ciencias Sociales (UBA)
- Nery Chaves García: Licenciada en Relaciones Internacionales (UNCR) (Costa Rica)
(*) Fuente: Celag
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