Opinión

Por Horacio Rovelli

La dominación del FMI y sus consecuencias

(Por Horacio Rovelli) El golpe militar de 1976 puso fin a un modelo de producción y distribución basado en el mercado interno que, de hecho, significaba una alianza entre los trabajadores y los empresarios en que los segundos más ganaban cuando los primeros tenían mayores ingresos y ocupación. Con ese modelo se creció desde 1945 a 1974 a una tasa promedio del 3,4 por ciento anual, la tasa de desempleo era en torno al 2,6 por ciento de la PEA y, en ese último año nombrado, la Argentina era el país más integrado de todo el continente, donde menos diferencia había entre los más ricos y los más pobres, donde mejor era la distribución del ingreso.

La clave en todos esos años era satisfacer a un mercado nacional creciente en base a producir en el país lo que antes se importaba. Cuando se produjo el golpe militar de 1976 no estaba agotado el modelo de sustitución de importaciones, es más, había llegado a fases de industrialización y exportaciones de ese origen que garantizaban el financiamiento de un crecimiento sostenido. El problema para nuestra burguesía era el conflicto social, el repudio de los trabajadores apoyados por la población, al tener cercenada toda administración estatal y sindical por elección y participación, y ante la política represiva de los empresarios y del gobierno militar, que se reflejaron en los “Cordobazos”, “Tucumanazos”, “Mendozasos” y en que aparecen organizaciones armadas que enfrentan la situación. En ese marco es que Agustín Lanusse y un sector de la burguesía nacional (nacional porque está en el país) deciden jugar la carta de hacerlo volver a Juan Perón, que viejo y enfermo acepta retornar a un país que ya no es el que él conoce.

La historia habla con hechos, los López Rega y la burocracia sindical con el aval de los EEUU, llevaron a crear las condiciones para que se ejecute el genocidio en nuestra patria e imponer un modelo de subordinación al capital financiero internacional reflejado en la “tablita de Martínez de Hoz”, que posibilitó el endeudamiento para financiar la fuga de capitales, dejando una minoría enriquecida e internacionalizada y el país con una deuda externa limitante y condicionante de su futuro.

Si bien es cierto que en los estertores del gobierno de Isabel Martínez de Perón se volvió a acordar con el FMI, gestión de Antonio Cafiero, lo cierto es que no se pudo firmar nada porque el FMI no aceptó las condiciones del gobierno argentino en lo formal, pero en lo real apostaban junto a la embajada norteamericana al fin de esa administración. Los permanentes planes stand by del FMI, el acatamiento de dichos planes por el gobierno militar que, por ejemplo, hizo que entre los años 1976 y 1978 tras 29 meses bajo acuerdo con el FMI, el PIB creciera solamente 1 por ciento y la inflación fue del 265 por ciento.

Hubo un impase cuando asumió la Presidencia de la República Raúl Alfonsín, mientras fue su Ministro de Economía Don Bernardo Grinspun, pero luego y con el aval de los principales grupos económicos locales, pusieron como ministro a un empelado de Techint, Juan Vital Sourrouille, de allí que se aceptó sin investigar toda la deuda y se la legitimó al cambiar por títulos nuevos firmados por las autoridades constitucionales, los viejos papeles de la dictadura. El derrape por híper inflación de 1989, el menemismo y sus diez años de gobierno con las privatizaciones y la convertibilidad de la moneda con el dólar como si fuera un vale de $1.- = U$s 1, dando lugar a posteriori a la “Alianza” de la UCR con el FREPASO (una suerte de peronismo progresista y democrático), con total incomprensión de la situación y atado a las recetas del FMI, que termina en las aciagas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Es más, la crisis del plan de convertibilidad de diciembre de 2001 y la posterior devaluación de nuestra moneda (en abril de 2002 la cotización del dólar era de $ 4.- en el mercado de Montevideo, una de las plazas del mercado negro de divisas de la Argentina) fue traspasada al pueblo argentino con medidas como la de asegurar a los empresarios la conversión de su deuda en dólares a $ 1,40.- , la brutal diferencia con el valor del mercado la pagó el pueblo con endeudamiento para subvencionar a las empresas.

En todo ese escarnio, se produce la rotura del modelo de integración en el mercado interno y su reemplazo por el de valorización financiera, en esa brutal transferencia de recursos de la población a los más ricos y, se genera el dominio ideológico que hace que gran parte de nuestro pueblo acepte el culto al individualismo, el sálvese quien pueda, a que cada uno se forja su porvenir independientemente como le va a la sociedad, la falsa meritocracia. Perón anciano repetía “no puede haber realización personal en una sociedad que no se realiza”, por lo que el aislamiento de cada uno es funcional al modelo de valorización financiera que tiene a los sectores más favorecidos como únicos beneficiarios.

En este país, tan siniestro como lo que hemos contado, aparece el gobierno encabezado en primer lugar por Néstor Kirchner, que por un lado impulsó el aumento de salarios por decreto, no gobernó para anular leyes y derechos como hizo siempre la derecha en nuestro país, sino un decreto presidencial para recomponer el poder adquisitivo de los trabajadores. Después armó las paritarias que no se tenían desde antes del golpe cívico-militar y se concedieron todas las libertades para que se ejerza la democracia sindical. Paralelamente generó jubilaciones y pensiones a quienes teniendo la edad (y los problemas físicos que se tienen a la edad) no tenían los aportes por la desocupación o por haber trabajado en “negro” en todo el período referido.

En un marco de crecimiento económico y creación de puestos de trabajo, el kirchnerismo defendió la producción nacional y fue capaz de generar nuevos mercados para nuestra producción basándose en los acuerdos del MERCOSUR, del UNASUR, de la CELAC, de convenios de inversión y comerciales con China y Rusia, de abrir nuevos mercados fuera de la subordinación al capital internacional, que permitieron tener record de exportaciones (medidas en dólares nunca se obtuvieron las cifras de ventas externas de ese período) y dentro de ella de productos industriales, poniéndose afuera del alcance de las garras del capital financiero internacional, que el macrismo considera que es la forma (lacaya) que tenemos de vincularnos al mundo.

En enero del año 2006 la Argentina pagó toda su deuda con el FMI y fue después de 30 años (excluida la honrosa gestión de Don Bernardo Grinspun) que se liberó de esa tutela. La culpa del Kirchnerismo fue tratar de hacer un país independiente y pretender disciplinar a la clase empresaria, por ejemplo, con los acuerdos con China, que los obligaba a tener que reinvertir al menos parte de su renta, sí aprovechando las ventajas naturales que el país tiene (la tierra más fértil del mundo agua, petróleo, litio, mano de obra capacitada y que se puede capacitar más), pero incorporando constantemente nuevas tecnologías y aumentando considerablemente la escala de producción, solos o asociados, para satisfacer la creciente demanda que dicho acuerdo estratégico e integral significaba.

En esa época la UIA toda, encabezada por Paolo Rocca, presidente de Techint, se oponía a los acuerdos con China (acusándola de dumping porque ellos tienen el precio del laminado de acero y los caños sin costuras mucho más caro que los chinos) y permanentemente afirmaban que la mano de obra nuestra era un 50 por ciento más cara que la de Brasil y el doble de cara que la de México.

El mismo Paolo Rocca en el año 2015 decía “En 2018, la Argentina va a ser un país muy distinto del que es hoy. Somos optimistas”, y ahora comparece y acuerda en echarle la culpa a sus empleados de pagos indebidos ante el Juez Bonadío y, sabe, es consciente, que las empresas extranjeras del rubro pretenden arrebatarle su participación en Vaca Muerta.

Es más, la jugada de las fotocopias de un supuesto cuaderno de Oscar Centeno, el chofer de un Secretario de Obras Públicas del kirchnerismo, lo tiene como principal protagonista, a él y a una amplia gama de empresarios nacidos en este país, que dependen de las decisiones de la justicia Argentina.

Justicia que, en forma premeditada o casual, es instrumento de un nuevo, pero mucho más poderoso desembarco del capital financiero internacional, que tiene como director estratégico al FMI.

El objetivo del FMI es representar a los acreedores y asegurarse que el país pague sus compromisos, pero también en la Argentina actual, al permitir vender esos dólares, garantizan la compra de divisas a los “fugadores” de capital, en lo inmediato y, en el mediano y largo plazo (porque también es claro que desembarcaron para quedarse por muchos años), que el dólar esté lo suficientemente alto para que capitales externos se queden con los activos que consideren más valiosos del país.

Tanto el acuerdo firmado con el FMI como el Proyecto de Ley de Presupuesto Nacional 2019, se propone esencialmente pagar deuda a costa de no producir, de vender afuera alimentos, minerales y energía que no consumimos ni industrializarnos, de expulsar empleados públicos, de cerrar establecimientos y de extranjerizar lo que los acreedores y compradores consideren que vale o les sirve en esta Nación austral, por supuesto, sin importarle cómo hace un jubilado para llegar a fin de mes, o que aumenta la pobreza y la indigencia y que su mayor porcentaje son niños.

Las medidas propiciadas por el FMI y su fiel acatamiento por el gobierno de Cambiemos

Guido Sandleris, el nuevo presidente del Banco Central, no bien asumió, afirmó que el dólar flotaría en una banda cambiaria entre $ 34 de piso y $ 44.- de techo y que dicha banda se ajustará hacia arriba cada día a una tasa equivalente al 3% mensual hasta diciembre 2018 y luego se recalibraría (a otra tasa o a la misma, en ese momento verán). Se trata de una devaluación programada al estilo de la “tablita” de José Martínez de Hoz, con un dólar cuyo techo va a ser ajustado por (1+0,03)3 hasta diciembre 2018 (Valor del techo de la banda de $ 48,10 para diciembre de 2018) y si se recalcula para el año 2019 a otra tasa, el ajuste será siempre sobre el techo multiplicado por el índice de ajuste.

Si el ajuste fuera siempre el 3 por ciento mensual, todos los meses, quiere decir que el valor del dólar en diciembre de 2019 se incrementaría en 55,8 por ciento, es decir que valdría en diciembre de 2019: $ 68,55.- Les está asegurando a los que quieren vender dólares cuál es el precio posible. El Banco Central podrá vender para mantener el techo de la banda cambiaria, hasta 150 millones de dólares diarios; si se compara con las subastas o intervenciones sorpresivas que hizo desde junio, ese monto es a todas luces insuficiente. En las 70 jornadas hábiles que hubo desde el 22 de junio (momento en que ingresó el préstamo de U$S 15 mil millones del primer acuerdo con el FMI) al 30 de septiembre 2018, el Central perdió U$S 213 millones diarios. Incluso algunos días dilapidó más de U$S 1.000 millones. En ese período vendió todo lo que le había dado el FMI (U$S 14.910 millones) y el dólar tipo de cambio vendedor pasó de $ 28 a $ 42.-

Paralelamente tratan de absorber la mayor cantidad de dinero posible y no trepidan en abonar la tasa más alta del mundo, como es la combinación del 73-74% anual que paga el BCRA por las LELIQ (Letras de Liquidez del BCRA) y, a la vez, ante el descenso nominal del dólar que llegó a superar los $ 42 y el martes 9 de octubre de 2018 cerró en torno a los $ 38.- significa un plus en la ganancia financiera, los bancos (que son los únicos que pueden comprar LELIQ) vendieron dólares a $ 42 y compraron LELIQ al 73- 74 por ciento anual y cuando quieren volver a dólar lo compran a $ 38.- (Ganan el interés más la diferencia cambiaria)

Los LELIQ funcionan como encajes remunerados, pero en honor a la verdad son muchos los bancos que colocaron créditos a mediano plazo a tasas del 40 y 45 por ciento anual, que en su momento fue una barbaridad, pero hoy es menor que la tasa que abonan a sus depositantes (tasa pasiva) que ronda el 47 por ciento anual para los depósitos a 30 días y que, en el caso de que dicha imposición sea mayor de un millón de pesos, las tasas pueden llegar al 57 por ciento anual (Tasa Badlar).

Obviamente ninguna empresa puede tomar créditos a tasas activas que rondan el 100 por ciento anual, por ende las entidades financieras le prestan fundamentalmente al Estado Nacional y tratan desesperadamente de financiar su cartera crediticia con lo que se pueden fondear, sabiendo que cuando más se incrementan las tasas de interés más se rompen las cadenas de pago. Empresa que se presenta a concurso suspende sus obligaciones y los bancos deben renovar los plazos fijos.

Esta historia ya la vivimos, la más de las veces termina mal, muy mal. Como el mayor tomador (y seguro) es el Estado Nacional que es a la vez el único que puede pagar esas tasas, hasta un tiempo, en que van a consolidar todas las deudas con los Bancos, entonces le van a colocar un solo título, a tres o más años, tipo Plan Bonex. El 28 de diciembre de 1989, con Erman González como ministro de Economía de Carlos Menem, se concretó un canje compulsivo de todos los plazos fijos que superaban el millón de australes, a cambio de bonos (denominados Bonex 89) que vencían diez años más tarde. El Decreto 36/90 que instrumentó el llamado “Plan Bonex” prohibió a las entidades financieras recibir depósitos a plazo hasta nuevo aviso. Se estima que la confiscación alcanzó al 60 por ciento de la emisión de todo el dinero del BCRA (Base Monetaria), lo que provocó una fuerte recesión, producto de una importante caída de la liquidez.

Seguramente van a tratar de hacer algo similar, de esa manera tratan de que no suba el dólar, si les falla y el dólar se dispara, vamos camino a la hiperinflación. Sabemos que la híper devaluación es la madre de la híper inflación. El 6 de febrero de 1989 al dólar valía 17,62 australes, cuando el por ese entonces Presidente del BCRA, José Luis Machinea, dijo que el BCRA no tenía más dólares para vender. Asume en abril de ese año Juan Carlos Pugliese y pasó los 100 australes. El 9 de julio de 1989, ante la ola de saqueos de supermercados, almacenes y cualquier lugar de abastecimiento, por subas incontrolables de los precios (llegaban a aumentar hasta 3 y 4 veces por día), se adelanta la entrega del gobierno a Carlos Menem con un dólar a 650 australes, pero la cosa siguió y no lo paró ni el Plan Bonex, y el 1 de abril de 1991 (un poco más de dos años más tarde) la cotización fue 10.000 australes un dólar. En un poco más de dos años de 17,62 australes a 10.000 australes y no estamos exentos de recorrer el mismo camino.

Otras veces no sale tan mal, pero a un costo altísimo, como fue el llamado “Efecto Tequila” tras la devaluación de México el 20 de diciembre de 1994 por salida de capitales de ese país; entonces el ministro argentino de aquella época, Domingo Felipe Cavallo, sostenía que la Argentina no era México, dado que había tipo de cambio fijo y convertibilidad de la moneda. Los bancos locales habían tomado dólares en el mercado financiero (aunque si no eran dólares, los bancos lo contabilizaban igual como dólares) y habían prestado en pesos y, las empresas extranjeras le dieron la orden a sus sucursales en el país que se pasaran a dólar a como dé lugar, eso generó una corrida hacia la divisa norteamericana. Lo que hizo Cavallo fue dejar subir la tasa de interés de manera tal que el costo de oportunidad de comprar dólares era cada vez más caro. Para eso funcionaba la convertibilidad, a medida que los bancos le pedían al BCRA dólares para dárselos a los “ahorristas” que retiraban esos depósitos de los bancos, absorbía dinero y por la ley de la oferta y la demanda al haber cada vez menos dinero en el mercado la tasa subía sistemáticamente.

Pero el 14 de mayo de 1995 hubo elecciones presidenciales y ganó Carlos Menem en la primera vuelta con el 49,94 por ciento de los votos y el segundo que fue el FREPASO sacó menos del 30 por ciento y la UCR menos del 17 por ciento. Y Domingo Cavallo decía que iba haber “convertibilidad de un peso un dólar hasta la eternidad”. Resultado, las mismas empresas extranjeras y los que habían comprado dólares los tuvieron que vender para no pagar las altas tasas de interés. El corsé funcionó pero el costo fue el cierre de más de cien establecimientos industriales, otros tantos comercios, veinte entidades financieras (Banco Cooperativo de Caseros, Banco Integrado Departamental, Banco Austral, Banco Feigin, Banco Patricios, Banco Mayo, Banco Federal, etc.) y la tasa de desocupación de mayo de 1995 fue del 18,5 por ciento la más alta que se había tenido registro en toda la historia, hasta la crisis del año 2002.

Conclusión

Mal pero se pudo pasar el “Efecto Tequila” por la reelección de Carlos Menem, en cambio Mauricio Macri no sólo no tiene asegurada la reelección, sino que faltan doce largos meses hasta las elecciones presidenciales y por más apoyo que tengan del FMI, no pueden frenar el temor de que el valor del dólar se dispare, entonces los tenedores de títulos de deuda, que suman unos U$S 48.000 millones en divisas, van a pensar seriamente si renuevan esos títulos por nuevos (roll over) o reciben su pago y se van, ante el temor que el nuevo gobierno suspenda los desembolsos y reestructure la deuda.

Lo único que sostiene al gobierno de Cambiemos es el FMI, que no es poco, pero se diluye con los conflictos sociales de los que no pueden llegar a fin de mes y que no tienen ni siquiera para enviar a sus hijos a la escuela o pagar los medicamentos de los padres jubilados, que cada vez son más, así como la paciencia es cada vez menor.

(*) Fuente: Tecla Eñe

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