Félix Ángel Córdoba
Lo sólido se desvanece en el aire, sin ningún remedio
(Por Félix Ángel Córdoba (Especial para Motor Económico)) En un pasado cada vez más lejano los saberes aprendidos hasta cierto punto de la vida en general nos alcanzaban para enfrentar con cierta tranquilidad el resto de nuestras existencias. Desde hace tiempo lo contingente domina el carácter de los saberes vigentes, la mayoría de lo aprendido podría tranquilamente caducar en cualquier momento. Esta impresión nos provoca una profunda incertidumbre; hoy más que nunca cualquier saber vale hasta nuevo aviso.
Solemos convivir con una constante sensación de que nos faltan conocimientos y ni siquiera sabemos bien que tipos de conocimientos nos estarían faltando. Perpetua formación, constante transformación, identidad mutable sin ninguna resolución. Todos estamos confinados a una especie de eterna inmadurez que nos impone la vorágine de la dinámica de cambio de los distintos mercados que dominan nuestras sociedades. Encima aprender no parece estar ya asociado a transformaciones esenciales en las personas, sino a permanentes mutaciones superficiales, capas que se acumulan cada vez más rápido, cáscara sobre cáscara que ciñe a cada uno de nosotros en un diseño con fecha de vencimiento; el saber medio es más bien una plástica destreza cuyo objetivo primordial es permitir procesar una ínfima parte de la información que desde hace tiempo nos desborda totalmente.
Al mismo tiempo estamos en una época dominada por la instantaneidad, la rapidez del flujo de información hace envejecer todo a una velocidad cada vez mayor, todo es leve, volátil, líquido. La distancia física tiende a ser suprimida cuando la comunicación se resuelve a la velocidad de la luz. Sin embargo hoy que estamos más y mejor conectados que en el pasado, paradójicamente las personas se sienten muchas veces más solas que antes.
La vida real no puede ser instantánea, todo conlleva un proceso, tiempo, vida. La instantaneidad de lo virtual no debería ser el parámetro de la vida real.
La tecnología digital de comunicación transforma la rica expresión humana en frío lenguaje binario y aunque la tecnología sirva para unir lo separado, técnicamente siempre necesita que haya una separación entre las personas para poder funcionar. Nuestras personalidades digitales, nuestros signos en tanto que están en lugar nuestro son en realidad avatares, pura imagen, nodos en una red, yoes virtuales, íconos nuestros que, quién sabe, algún día podrían ocupar para siempre hasta el espacio de lo real.
Las tecnologías digitales de comunicación generan prácticas que intentan parecerse a las prácticas de contacto cotidiano social real y si observamos podremos ver como las prácticas digitales van trastocando distintas prácticas de la vida real. Todo esto mechado con dinámicas comerciales de todo tipo que usan nuestra información para generarnos publicidades a la medida de cada uno. Pues claro, tanta digitalidad sirve mayormente para meternos dos “dígitos” de la mano en el bolsillo y sacarnos plata de la billetera.
Al compás de la fluidez de las comunicaciones, las relaciones entre las personas cada vez son más líquidas en contraposición a la solidez que tendían a caracterizar los vínculos en el pasado. Cada vez hay menos imaginarios compartidos y prácticas que nos reúnan; fuera de los eventos comerciales masivos tendemos a vivir nuestros destinos solitariamente y cada tanto cruzamos nuestras vidas en alguna explosión de ira comunitaria, una luz fugaz, arena que a veces el viento junta en algún borde.
Más allá del valor comunicacional de las nuevas tecnologías, ¿cómo haremos para cambiar la realidad política y social tan cruel de nuestro país tan sólo conectados a nuestra Pc, licuando nuestra identidad social en dígitos binarios? Aquella vieja tarea de formar una identidad individual o social nunca termina, al contrario, siempre está obligada a recomenzar. Como se dijo antes, las constantes “iniciaciones” por las que debemos pasar casi no responden a necesidades propias de los sujetos, sino más bien responden a obligaciones que el sistema impone.
Si en muchas mitologías el hombre surge del barro para luego ser, el hombre de hoy es de barro, de material maleable, informe, reciclable, presto a ser transformado constantemente sin solución de continuidad.
Hoy como nunca los cambios culturales nos suceden sin siquiera preguntarnos acerca de nuestra incidencia en ellos. En verdad todos estamos parcialmente excluidos de algo y hay quienes lo están de todo. En este juego sólo algunos jugadores están invitados y siempre por ahora. El derecho de admisión se decide en frentes globalizados, ajenos a cualquier comunidad, flujos virtuales/reales de poder arrolladores de cualquier contexto local. Así es como recibimos los distintos tsunamis que los centros de capital generan. Oleadas financieras, culturales, tecnológicas, militares o mercantiles cambian mapas y territorios, diluyen toda forma no conveniente a sus intereses, evaporan lo conocido cada vez con mayor celeridad. Mientras tanto nuestros saberes envejecen, lo atesorado no nos alcanza, como diría Carlos Marx "lo sólido se desvanece en el aire", sin ningún remedio.
- Comunicador Social. Compositor.
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