Opinión

Daniel Rosso

Los alquimistas

(Por Daniel Rosso) Inmersos en el misterio y la magia, los alquimistas creían en la trasmutación de la materia. Intentaban transformar otros metales en oro. O producir el elixir de la vida con el cual curar todas las enfermedades y vivir para siempre. No lo lograron. Pero fundaron una tradición que aún sobrevive: la de quienes dedican sus vidas a misiones imposibles. Es en esta alquimia en donde se edifican las promesas de Cambiemos a los inversionistas: erradicar al populismo, aumentar la rentabilidad y quitar derechos a los trabajadores.

En muchos sentidos, Mauricio Macri es un alquimista. Por ejemplo, les promete a los inversores externos que mantendrá bajo control al populismo. Lo dice el diario La Nación, con su habitual tono señorial: “Peña, junto al Secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo, viajaron a Londres y a Nueva York con el objetivo de convencer a potenciales inversionistas de que la Argentina sigue a paso firme con su política y no hay riesgo de que vuelva el populismo”.

Es decir: lo que Cambiemos está prometiendo en el mundo es que no sólo aplicará las medidas pautadas con el FMI sino que además éstas tendrán continuidad más allá de su propio gobierno. El populismo no volverá para interrumpirlas. El gobierno les ofrece a los dueños del capital seguridad política de largo plazo. Son los alquimistas que han descubierto el modo de gobernar con un sólo sector de la sociedad: los que tienen el dinero y demandan condiciones óptimas para reproducirlo. Para ello, deben rearmar el sistema político excluyendo o erradicando a la totalidad de una cultura política. La “inserción” de la Argentina en el mundo sólo es posible marginando al kirchnerismo. Por eso, estos alquimistas gubernamentales impulsan un sistema partidario con dos proyectos ubicados en el centro, con matices entre sí, pero que coinciden en los trazos gruesos de las políticas derivadas del acuerdo con el FMI, las que tendrían así continuidad gane quien gane las próximas elecciones. Es la aleación entre Cambiemos y el “peronismo racional”, ambos garantes de la mantención de las altas rentabilidades delos inversionistas en el tiempo. Este centro político se estructura en torno a un acuerdo innegociable: estigmatizar y desmontar la cultura populista.

¿Por qué necesitan erradicar esa cultura? Porque uno de los sujetos de esa cultura son los asalariados con derechos. Y, por el contrario, ese nuevo sistema político requiere de trabajadores sin derechos. Para el neoliberalismo, el trabajo es el único distribuidor legítimo de ingresos. Pero no se trata de cualquier trabajo sino de aquel que realizan los asalariados en situaciones de máxima explotación. En cambio, el populismo es la cooptación de una porción del plus valor.

Porque los nuevos y viejos derechos laborales retienen parte del beneficio empresario. Con ellos, un segmento de la rentabilidad cambia su destino: pasa del capital al trabajador.

Corruptos, vagos y excesivos

Los inversionistas le demandan al sistema político argentino que la porción del ingreso transformada en derechos vuelva a integrar la rentabilidad empresaria. Y los alquimistas les prometen que así será. Para ello, el sistema de medios hegemónicos intenta definir a la cultura a erradicar con tres atributos negativos: corrupta, vaga y excesiva.

A través de estos elementos, según este relato, hay quienes obtienen recursos que no son producto del trabajo. Así, organizan una serie donde los beneficiados por el dinero corrupto, el acceso a planes sociales o el derecho “excesivo” (los docentes o empleados del Estado “que no van a trabajar o trabajan poco”) integran una cultura común a erradicar. Son aquellos que instauran una desigualdad intolerable: los que obtienen beneficios “sin trabajar” con relación a los que trabajan todo el día. En ese proceso, de modo casi imperceptible, se va colocando al trabajador sin derechos como un tipo ideal y como unidad comparativa con la totalidad del mundo laboral.

Así, Cambiemos se dota de un discurso sobre la igualdad: el buen trabajador es el que renuncia a sus derechos. En cambio, los que los ejercen logran condiciones injustas con respecto a los primeros. El gobierno obtiene, también, una representación neoliberal del trabajo. Para eso, primero estigmatizan a los representantes “naturales” de los trabajadores –sindicalistas y dirigentes políticos o de organizaciones sociales– para luego, en ese vacío, colocar su propia representación de los asalariados: los que aceptan someterse a la lógica implacable de la rentabilidad absoluta del capital.

El populismo es un distribuidor de ingresos no legítimos a través de la corrupción, los planes sociales sin contraprestación de tareas, el fomento del delito y el exceso de derechos. Y, por lo tanto, es un factor de injusticia para los que trabajan todo el día. El Estado populista no produce igualdad. Al contrario, fomenta la desigualdad. Por eso, es necesario retirar a ese Estado para que irrumpa la igualdad: la que produce la relación descarnada y sin mediaciones entre el capital y el trabajo. Ha llegado el momento histórico donde se hace justicia: por fin, se valora al trabajador meritocrático neoliberal en detrimento del que “usufructúa privilegios”.

Los medios hegemónicos, activistas permanentes del sentido común, se ocupan directa o indirectamente de movilizar esta representación neoliberal del trabajador y de estigmatizar a los que se desvían de ella. Hay, entonces, una batalla estratégica que se juega en el territorio de las identidades de los trabajadores.

La fuerza de la comunicación sindical

En este escenario, construir fuerza comunicacional sindical es estratégico e imprescindible. La identidad propia hay que producirla también con medios propios. El acto del 9 de julio, convocado bajo la consigna “la Patria no se rinde”, fue transmitido por un conjunto de organizaciones sindicales y medios populares que mostraron, de modomás decisivo, su voluntad de no delegar en otros la construcción de sus relatos, susdiscursos y sus identidades.

En el devenir incesante de la marea celeste y blanca por la Avenida 9 de julio, este grupo de organizaciones y emisoras populares colocaron su propio sistema de medios dentro de la multitud. Con base en las radios Germán Abdala de ATE Capital, Subte Radio de los Metrodelegados, radio Caput y las estructuras de comunicación de UTE, SUTEBA, FEDUBA y CONADU, entre otros sindicatos, se transmitió la previa al acto para más de cien medios de todo el país, entre ellos, la red de radialistas feministas, radio Ahijuna, el sistema de medios públicos de Marcos Paz, radio Universidad de La Plata, Periodismo por Venir, la red Ucaya, radio Garabato de Córdoba, radio La voz del pueblo de Salta, radio Kermes de La Pampa, FM La Continua de Río Negro, radio Verdad de Pergamino, Fribuay de Ramos Mejía, entre muchos más.

Ante la construcción, por parte de los medios hegemónicos, del trabajador neoliberal, las organizaciones sindicales profundizan su disposición histórica a dar batalla en el ring de la cultura y contraatacan con la construcción sistemática del trabajador con derechos. A la estrategia de la exclusión se le opone otra de inclusión. A la des ciudadanización se le opone el diseño de una ciudadanía de los asalariados.

Tras un rápido aprendizaje, saben que no se trata de delegar la producción cultural y mediática en dispositivos técnicos –empresarios externos al movimiento popular. Se trata de pensar los medios como una dimensión interna de la lucha sindical y como un componente central de las relaciones de fuerzas. Ante la misión imposible de los alquimistas hay que insistir con la invención creativa de nuevas prácticas, nuevos mediosy nuevas audiencias.

  • Sociólogo y periodista. Fue Subsecretario de Medios de la Nación, gerente periodístico de Radio Nacional y jefe del área de investigaciones y desarrollo de la Agencia Télam.

(*) Fuente: Revista Hamartia, edición papel n° 30

Ilustración: Sea el buen trabajador. Lula Urondo.

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