Branki Milanović
Los obligados cantos fúnebres de Davos
[Este artículo se publicó en el blog del autor y fue escrito antes del foro de Davos, que tuvo lugar entre los días 23 y 26 de enero]
Aquí me tienes dispuesto a ayudarte, pero lento para dar un solo paso.
Eurípides, Hécuba
(Por Branki Milanović) Miles de personas se reunirán la semana que viene en Davos. Su riqueza conjunta alcanza varios cientos de miles de millones de dólares, quizás incluso se acerque al billón. Nunca en la historia del mundo la cantidad de riqueza reunida por kilómetro cuadrado será tan elevada. Y este año, por sexta o séptima vez consecutiva, estos capitanes de la industria, multimillonarios, empleadores de miles de personas en todos los rincones del mundo, abordarán uno de los temas principales: la desigualdad…
Únicamente de pasada, y probablemente al margen del programa oficial, entrarán en asuntos como el tremendo poder monopolístico y monopsonístico de sus empresas; su capacidad de sacar provecho de las distintas jurisdicciones para evitar pagar impuestos; el modo en que prohíben la organización sindical en sus empresas; el modo de utilizar los servicios públicos de transportes de enfermos para transportar a trabajadores que se han desmayado por exceso de calor (para ahorrar gastos en el aire acondicionado); el modo de lograr que su plantilla complemente su salario a través de donaciones benéficas privadas; o quizás el modo de pagar el tipo impositivo medio entre el 0 y el 12% (de Trump a Romney). Si se trata de economías de mercado emergentes, también pueden intercambiar experiencias sobre el modo de retrasar el pago de salarios durante varios meses mientras invierten esos fondos para obtener elevados tipos de interés, la manera de ahorrar en las normas de protección laboral o el modo de comprar empresas privatizadas por cuatro chavos y después crear empresas fantasma en el Caribe o las islas del canal de la Mancha.
Aún así, la pobreza y la desigualdad, que como sabemos son los problemas que caracterizan nuestra época, estarán permanentemente en sus cabezas.
Simplemente, por alguna razón, nunca consiguen encontrar suficiente dinero, o tiempo, o quizás miembros de lobbies dispuestos a ayudar con las políticas que, durante las sesiones oficiales, todos coinciden que deberían adoptarse: aumentar los impuestos al 1% más rico y las grandes herencias; ofrecer salarios decentes o no retenerlos; reducir la brecha entre los sueldos de directivos y la media; gastar más dinero público en la educación pública; hacer más atractivo el acceso a los bienes financieros para las clases medias y trabajadoras; equilibrar los impuestos sobre el capital y el trabajo; reducir la corrupción en los contratos públicos y las privatizaciones.
Puesto que han fracasado estrepitosamente a la hora de convencer a los gobiernos para que tomen medidas respecto a la creciente desigualdad –se lamentarán–, no es de sorprender que no se haya hecho nada. O, más bien, que se hayan adoptado políticas totalmente opuestas: tal y como prometió o amenazó que haría Trump, ha aprobado un recorte histórico para los ricos, al tiempo que Macron ha descubierto el atractivo de un thatcherismo moderno. Tampoco parece que se haya hecho nada destacable en las economías de mercado emergentes (quizás la única excepción importante sea la mano dura contra la corrupción en China).
Este retroceso a las relaciones empresariales y a las políticas fiscales de comienzos del siglo XIX, por extraño que parezca, está encabezado por gente que habla el lenguaje de la igualdad, el respeto, la participación y la transparencia. Ninguna de esas personas está a favor de “la ley del amo y el siervo” o de los trabajos forzados. Lo que ha ocurrido es que, durante los últimos cincuenta años o más, el lenguaje de la igualdad se ha aprovechado para aplicar las políticas estructuralmente más contrarias a la igualdad. Y, de hecho, es mucho más rentable llamar a los periodistas y hablarles sobre nebulosos proyectos según los cuales el 90% de la riqueza –a lo largo de un desconocido número de años y bajo incognoscibles prácticas contables– se entregará a organizaciones benéficas, que pagar a los proveedores y trabajadores precios razonables o dejar de vender información acerca de los usuarios de plataformas. Es más barato poner una pegatina de comercio justo que renunciar al uso de contratos de cero horas.
Son reacios a pagar un sueldo para vivir, pero financiarán una orquesta filarmónica; prohibirán los sindicatos, pero organizarán un taller sobre la transparencia de los gobiernos.
De modo que, en un año, volverán a Davos y quizás se alcance un nuevo récord de riqueza en dólares por metro cuadrado, pero los temas, en las salas de conferencias y al margen del programa oficial, volverán a ser los mismos. Y esto seguirá siendo así… hasta que deje de serlo.
- Doctor en Economía, especialista en desigualdad.
Traducción de Paloma Farré.
(*) Fuente: CXT.es
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