Opinión

Juan Alonso

Los Salvadores

(Por Juan Alonso) En el último capítulo de la serie estadounidense The Walking Dead, el jefe de “Los Salvadores”, Negan cayó derrotado con un corte en el cuello por el grupo de Rick y los pacifistas del último instante. El hombre del bate de beisbol no logró convertir el deceso del mundo en un manantial de colaboracionistas de la crueldad. Pero la serie deja espacios para la reflexión sobre lo real en este contexto de violencia global con el acecho de una Guerra potencial entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, amenazando a Rusia e Irán tras bombardear a Siria con misiles.

¿Qué tan parecidos son Negan y Donald Trump? ¿El de la ficción es sólo un matón derruido psicológicamente por la muerte de su mujer entre mordidas de mutantes o resume la lógica del capitalismo armamentístico y financiero, que promueve el uso del hombre como un simple “recurso” del sistema?

Pero preste atención. Esta columna intenta repensar la imposición del orden cultural basado en el control de la subjetividad a través de la hegemonía económica. Por ese motivo fue interrogado en el Congreso de Estados Unidos, el multimillonario Mark Zuckerberg, propietario de Facebook. Podría decirse que los esfuerzos denodados que hizo Zuckerberg para lograr apagar el fuego del escándalo por los millones de datos de usuarios de esa red social utilizados en campañas políticas con la metodología de la posverdad en Gran Bretaña, Estados Unidos, y la Argentina, fue otro espectáculo pretendidamente bíblico del bien común. Algo que Negan, el de la ficción, hubiese solucionado con el bate alambrado con púas bajo el nombre de Lucille.

En la medianoche del lunes 16 y comienzos del martes 17, el aura del ministro de Defensa Jorge Aguad languidecía en la Comisión Bicameral Investigadora del Congreso entre un auditorio de víctimas, diputados, senadores, y periodistas. Los familiares de los 44 tripulantes desaparecidos del submarino ARA San Juan hace cinco meses, preguntaban qué pasó. Y Aguad, con su tono, daba rodeos por los ladrillos de la nada. Porque no hubo certezas en su intervención. Los marinos de la Armada, aplicados, no pudieron dilucidar por qué pasó lo que finalmente pasó.

Aguad dijo que el país no tenía fuerzas armadas y que subieron a videntes a los barcos para hallar a los tripulantes y al submarino. Agregó que el mar es grande y describió una conjunción estelar de potencias mundiales que se reunió en el Atlántico Sur para buscar lo inhallable. Podría ser parte del discurso depredador de Negan en la serie de la octava temporada que finalizó el domingo 15, pero no. La impotencia nerviosa del ministro no fue ninguna ficción y los apuntes de sus asistentes no alcanzaron a descifrar la verdad entre la opacidad de su gestión.

La serie que tiene a “Los Salvadores” como villanos derrotados, es vista por más de 12 millones de espectadores en Estados Unidos. El mundo entero se entretiene con la muerte, la venganza, la bondad y el escarnio de los inocentes. Ahora bien: fuera de la ficción, el 0, 7 por ciento de la población mundial es dueña del 45,2 por ciento de la riqueza. El 1 por ciento más rico posee tantos bienes como el resto de los habitantes del mundo. ¿Será ese el motivo que hace de The Walking Dead un relato exitoso?

En el final de la última temporada, el genio científico encarnado en Eugene hace fracasar la narrativa del mal del hampón del bate. Sin embargo, el atribulado Morgan augura: “Somos peores de lo que fuimos. No hay esperanza. Acabemos con esto”.

(*) Fuente: Nuestras Voces

Es curioso cómo se construyen los héroes malditos, la santificación del bien bajo el pliegue de una subjetividad absoluta, y la producción de (¿entretenimiento?) con dosis de una semilla de terror homeopático. Así las cosas, entre la digestión del auge de la mano dura y del balazo en la nuca de los pobres chicos argentinos, el castigo elegido para el maldito Negan fue el encierro perpetuo. Tan perdurable como los años que restan de una vida. ¿Qué vida es vida? El gran villano, según la narrativa de la serie y del sistema que la promueve, tendrá un futuro de sombras por culpa de su semilla de maldad basada en el miedo. Y como todo psicópata parental y sociópata de ocasión, Negan, al igual que nuestros prominentes gobernantes de la modernidad que aún perduran, resume en el silencio lunático de su boca sellada la carpeta de sus pensamientos más siniestros.

Como es notorio, el hombre resulta ser en la ficción una mejor especie de malévolo redomado, que ciertos ministros que van al Congreso a murmurar frases inconexas con nueve subordinadas mal conjugadas. O lo que es peor: en el silbido patético del personaje de Negan renace la venganza con el motor del rencor. En un sistema injusto, explotador, y hasta esclavista; alimentarse cuatro veces al día es una quimera revolucionaria. Una realidad que refleja la serie (el fin del fin) y que persiste fuera de la ficción aquí y ahora.

De allí la idea del hombre como recurso y la locura asesina de Morgan, otro de los personajes, que se transforma en un lobo budista dentro de una montaña de basura. Morgan sería la contraposición a la escalera de insatisfacción melancólica que sube por el cerebro del héroe bueno de Rick. La neurosis tiene predicadores fuera de la pantalla. Los grandes medios de comunicación irradian su menú a la carta y la alienación se contagia con el consumo de los consumidos.

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