Opinión

Gabriel Bencivengo

Premio a los de arriba, palo a los de abajo

(Por Gabriel Bencivengo ) El escenario cultivado con esmero por Cambiemos se derrumbó. No habrá noche de paz. Mucho menos de amor. La foto de fin de año que ansiaba Macri no llegó. La cumbre de la Organización Mundial de Comercio terminó con más pena que gloria. La negociación Unión Europea-Mercosur quedó para otra ocasión. La protesta estalló. La violencia de arriba engendró la violencia de abajo. En el medio, un puñado de instituciones esclerotizadas, más o menos incapaces de encausar el reclamo popular, deambulan como zombis. La CGT entre ellas. La paz social, que hasta el viernes de la semana pasada estaba absolutamente garantizada, según el gobierno devino en golpismo.

La estrategia de largo plazo, sin embargo, quedó en pie. Para mitigar el descontento, Cambiemos decidió entregar algo para no cederlo todo: el misérrimo bono para compensar lo que perderán los jubilados con la fórmula que impuso Cambiemos. Los sondeos que circulan lo dicen con claridad. Casi siete de cada diez encuestados están en contra de ajustar a los jubilados. El gobierno lo sabía, pero no retrocedió. Los gobernadores tampoco lo ignoraban. Avergonzados, se ocultaron para firmar un pacto fiscal que condena a sus comprovincianos a un ajuste más. Trataron de evitar la foto en Diputados. No pudieron. La imagen, probablemente, hará historia.

Tres días consecutivos de protestas en Neuquén, y los intentos de saqueos en Rosario y Tucumán, sumados a las movilizaciones en San Juan y Mar del Plata, encendieron la alarma en el entorno de Macri. La billetera todavía manda, pero la protesta se encrespó. Puede encolumnar gobernadores, pero no endulzar la amargura popular. Cambiemos no cambió y subió la apuesta. Avanzó y cayó en la trampa. No es el primer gobierno que lo hace. Tal vez no sea el último que le otorgue valor absoluto a la idea de que la democracia es la regla de los votos contados. La regla de la mayoría simple. Sea para tener quórum, para sancionar leyes o firmar decretos. Se le escapa que la mitad más uno no expresa necesariamente los deseos de la comunidad en su conjunto. Sumar voto es apenas, y en el mejor de los casos, un método operativo. Una idea que excluye lo esencial: el interés común.

No hay que leer a Rousseau. Lo esencial no es difícil de intuir. Solo hace falta un poco de calle, haber caminado el barro: el contrato social es otra cosa. La voluntad general es mucho más que el simple producto de una elección. Los cacerolazos que estallaron en diferentes ciudades del interior y en el territorio porteño cuestionan la piedra angular del rompecabezas fiscal pegoteado por Dujovne. Sin el recorte a las jubilaciones y a los planes sociales son imposibles las reformas fiscal y laboral.

La promesa oficial de que los jubilados cobrarán en diciembre de 2018 un aumento real superior a la inflación medida por el Indec no convence a los propios. En Hacienda, aunque por lo bajo, los funcionarios admiten que habrá que esperar. Reconocen que eso sucederá en la medida en que la inflación esté bajo control. Sturzzenegger, primera espada oficial en la lucha contra la inflación, se defiende como gato panza arriba. A esta altura admite lo obvio: que el año cerrará con una inflación muy por encima de la proyectada. A cambio ofrece como resultado de dos años de gestión un pobre e incierto panorama: que en 2018 la inflación será la menor desde 2009. Un trago amargo para brindis de fin de año.

Flores de papel

Mientras tanto, el tejido social se disgrega y los pibes, que ayer nomás eran “como bombas pequeñitas”, son hoy el motor de una furia provocada. Sobre ellos caen miradas adustas, severas, palabras de condena. La mentira organizada los retrata: dice una y otra vez que lanzan cascotes, que encienden contenedores, que rompen vidrieras, que tienen bombas molotov, que usan morteros… Son anarquistas, inadaptados. Son el antisistema. ¡Son golpistas!, gritó en el recinto la fiscal de la República. Los más impúdicos repiten el discurso oficial: quieren voltear al gobierno, afirman sin pestañar. Lo que no dicen, lo que silencian, lo que eligen ignorar, es que los golpes se construyen en otro lugar. Anidan allí donde se incuba el poder concentrado. Nunca en el desierto que se extiende más de allá de la frontera económica.

Dos años de Cambiemos y nada que festejar. Apenas, como dijo el cantor, unas manos codiciosas que muestran unas flores de papel. Brotes verdes, según el gobierno. Los globos y la buena onda ya no alcanzan. Con el yoga no basta. Alguna gente se crispa. Otra se desencanta. El discurso oficial no puede con el límite que le impone la realidad, se deshilacha, pierde consistencia. Expuesta a la intemperie, la máscara democrática de la nueva derecha pierde el maquillaje y muestra su verdadera cara: la cara brutal de las fuerzas de la inseguridad, del gatillo fácil. Cascos y garrotes, gas pimienta e hidrantes, balas de goma y más garrotes.

El saldo es conocido: menos futuro y más represión para los de abajo. La Gendarmería rodea las villas. Dicen que para proteger a los laburantes. A los pibes les requisan las mochilas. Los curas villeros ponen el grito en el cielo. La Iglesia con mayúsculas no pierde la compostura y afirma que le duelen los jubilados. Cambiemos promete un futuro venturoso, pero no da garantías. En tanto, la realidad aplasta y espanta. El desempleo no baja, el subempleo crece, la inflación galopa, la deuda pública se dispara, el déficit fiscal no cede y el salario real se bate en retirada.

Para los de arriba, blanqueo fiscal y menos impuestos. Evasores y fugadores seriales tienen su premio. “Ya no tenemos que ocultarnos”, dice el presidente. No identifica a sus interlocutores, pero el círculo rojo festeja. No tienen que rendir cuentas. Las pagarán otros, como ocurrió siempre. Por si alguno duda, el recurso del chantaje pide pista. El periodista pregunta, el presidente se relaja, se acomoda y contesta… Dice que hay una bomba de tiempo. Apela el terror: somos nosotros o el caos. Insiste en que el problema son los otros. Se entiende: los que deberían viajar a la luna. Es la herencia recibida, repite. La perversidad y la extorsión, a la orden del día.

Sequía y represión

Fin de semana por medio, los escuadrones de Gendarmería, pertrechados para dar batalla a un enemigo externo y poderoso, dejaron paso a la Policía Federal. Nada cambió. Centenares de uniformados, sin contar el sinnúmero de servicios de inteligencia, volvieron a dibujar un escenario intimidatorio. En el aire, otra vez la pólvora, el humo, el gas picante. El gobierno se reitera: la militarización tiene carácter preventivo. Como en el sur del país para enfrentar la insurgencia mapuche. Sin embargo, decenas de columnas de agrupaciones políticas, sindicales, barriales y estudiantiles, además de ciudadanos movilizados por las suyas, regresaron a la Plaza de los dos Congresos. La represión, al igual que la semana pasado, no tardó en llegar.

La jornada finalmente se diluyó. Ya tarde, mientras la sesión en Diputados continuaba su largo viaje hacia la mañana, los medios hegemónicos hacían su tarea. Recortaban sin piedad. La Nación web titulaba: “Jornada de violencia en la Ciudad, 44 policías resultaron heridos durante los incidentes”. En la bajada aclaraba: “60 manifestantes debieron recibir atención médica”. Las fotos reforzaban el título: un puñado de enfurecidos arrojando piedras, otro puñado atacando a un policía caído. Las mismas imágenes reproducía clarin.com. Ambos hablaron de un día de furia. De las causas de la protesta poco y nada. La multitud pacífica que rodeó el Congreso fue ninguneada. Difícil no caer en la trampa. Muchos, pocos, quién sabe cuántos, eludiendo el cepo informativo volvieron al Congreso ya de madrugada.

El gobierno, en tanto, insiste en que la represión de hoy será la paz del mañana. Los diputados de Cambiemos hicieron y harán malabarismo para defender el saqueo a los jubilados. El cielo, insiste el oficialismo, está a la vuelta de la esquina. Repiten que solo hace falta una lluvia de inversiones. Por ahora, todo es sequía y represión.

(*) Fuente: So-compa

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