Por Luis Eduardo Swim
Realidad virtual e Identidad Nacional: lo que dejó el G20
(Por Luis Eduardo Swim (Especial para Motor Económico)) “Tenemos un país único, como le mostramos a los líderes que nos visitaron en el G20, un país con paisajes y escenarios fabulosos que mostrar y compartir (...) queremos que lo visiten porque así nos darán oportunidad de trabajar”.
Las palabras del presidente Macri pronunciadas estos días en una recepción a los ministros de Turismo de los países del G20 y a autoridades de entidades internacionales presentes en Buenos Aires para participar del foro anual más importante de la industria del sector a nivel mundial, repite la misma línea de pensamiento ya manifestada por el mismo durante la reunión central de mandatarios, 2 semanas atrás.
Algunos de los episodios vividos entonces (particularmente durante la velada de Gala), nos dejan algunas lecciones que no solo condensan el enfoque y la apreciación que hace el Gobierno sobre los resultados de la reunión (como la expresión anterior), sino que nos muestran al desnudo cómo éste encara su vinculación con los poderes políticos y económicos internacionales.
Lo que debiera servirnos, a la vez, para encontrar y reconstruír nuestra propia identidad.
Un aspecto emblemático de aquel encuentro tuvo que ver con la velada de gala realizada en el Teatro Colón en presencia de todos los jefes de Estado. Evento que el gobierno intentó manipular (particularmente el presidente y algunos miembros clave de su gabinete) como una especie de estandarte del supuesto éxito obtenido en la reunión.
Ese espectáculo despertó en los invitados, incluido el anfitrión principal, pero también en millones de televidentes, una serie de emociones y de reacciones que nos permiten reflexionar sobre la visión que del país tiene su Gobierno y también, lamentablemente, una parte significativa de nuestra sociedad.
Realidad Virtual e Identidad Nacional
La dinámica del espectáculo cuidadosamente presentado en la Gala seduce inicialmente con su impacto visual y auditivo, y rápidamente impacta con su inducción de pertenencia geográfica y musical. Por un rato nos sentimos envueltos, desde la pantalla, por sensaciones auditivas y visuales agradables y algunas emociones fuertes.
Sin embargo, a poco de analizar (y ver un par de veces) el resumen del deslumbrante espectáculo de luces y sonido comenzamos a descubrir alguna textura extraña en el óleo, algún color modificado ó quizás una pátina incompleta en ese cuadro imaginario que nos presentan.
El primer detalle que salta a la vista es el del ballet: estamos en el Teatro Colón, pero el cuerpo de baile no es el del Colón.
Desconozco el detalle de los motivos para ello, por lo cual no arriesgaré ninguna especulación personal. Pero, por su representatividad y su entidad profesional, no quiero dejar de transcribir algunos pasajes del texto escrito, días después, por el Primer Bailarín del cuerpo de ballet de dicho Teatro, Federico Fernández:
“(...) un Teatro que tiene todos sus cuerpos artisticos, produccion propia, orquestas, técnicos, músicos y bailarines, en donde no se necesita pagar un solo peso extra (...) Despropósito (...) ó - mejor dicho- todo fue bien pensado y los que participaron fueron cómplices (sin darse cuenta) de la demostración de flexibilización laboral, la quita de derechos y de salarios, al haber sido obligados a firmar contrato un mes después de ensayar, sin viáticos, sin almuerzos, sin absolutamente nada (...) Las autoridades del Colón desean eso de sus trabajadores estables, flexibilización laboral, resignar derechos ganados con juicios como el del Piso Flotante (que hoy estos 80 bailarines no usaron) calidad de ensayos, salario, dignidad...hoy hemos podido ver nuestro futuro.”
Las actividades culturales y los colectivos geográficos representados virtualmente en el espectáculo están hoy en situación de carencia por las políticas de este gobierno en la vida real. Así como muchas escuelas de Arte y los clubes de barrio cierran sus puertas, también los músicos populares deben sobrevivir, muchas veces penosamente, en un país vaciado de mercado interno.
Como bien describe en otra nota José Catriel:”se presenta un país sin himno, con una fugaz bandera trémula, enormes extensiones geográficas despobladas, un exhuberante muestrario de generosos recursos naturales, vírgenes, prestos a ser explotados (quizás en una amable invitación para que más riquezas y más territorio pasen a manos extranjeras?)”
Se habla de una Patagonia salvaje, vacía, sin referencia alguna a los pueblos originarios que la habitan, mientras casi simultáneamente en esos mismos días se cerraba el caso Santiago Maldonado.
Se dejan entrever los recursos naturales pero poco se visualiza sobre el desarrollo energético del país, mientras, en el altar de la supuesta modernidad y tolerancia con el medio ambiente, el Gobierno sacrifica una industria nuclear soberana, con 60 años de historia y muchísimos logros a nivel internacional.
No se exhibe un solo cuadro relativo a la Industria Nacional, salvo para mostrar una coreografía de jóvenes bien parecidos en mamelucos azules que parecieran representar una clase trabajadora (¿blue-collars?) también “virtual”, que exhibe bienestar y felicidad a pesar del castigo real de la desocupación, del abandono social y educativo, de la represión de sus reclamos.
Cuando llega el final, el Presidente se estremece y acompaña su emoción al grito de “Argentina, Argentina” , emoción seguramente compartida genuinamente por muchos conciudadanos impactados por el frenesí músical, por la belleza estética, por la identificación geográfica, y quizás estimulados por una visión casi utópica –en esos términos virtuales– de la esperanza.
Es imposible saberlo con total certeza, pero, luego de 3 años de acciones concretas del gobierno que él preside, en el imaginario de esa Argentina vivada a coro al final del espectáculo, muy probablemente la emoción del presidente no contemple un sólo pensamiento sobre los miles de desocupados, ni sobre las empresas cerradas, ni por los sueños truncos, ni por los medicamentos inalcanzables, ni por las escuelas sin clase, ni por la gente sin techo, ni por las hornallas sin gas, ni por un país a la deriva que él ha entregado a las garras de las finanzas mundiales.
Y hoy, casi 1 mes después, el propio presidente se expresa nuevamente en esa línea de pensamiento.
Entonces, mientras contemplamos azorados tanta banalidad acompañada con una dosis letal de cinismo y crueldad de parte de nuestros funcionarios, acechados por las múltiples contradicciones que este G20, y esa Gala en particular, activaron en nuestra sociedad una serie de preguntas inquietantes se disparan al interior del colectivo, y de su identidad.
¿Cómo entendemos los argentinos la nacionalidad? ¿Cómo nos reconocemos como Nación, como colectivo, como pueblo?
¿Cómo es que nos emociona la observación de las mismas cosas, aparentemente en común, cuando, antes y después, nuestras acciones concretas y nuestras conductas sociales son tan divergentes?
¿Por qué nos emocionamos con símbolos, canciones, geografías, danzas, vestimentas y, sin embargo, nos cuesta tanto definir los términos de una identidad propia?
De la estética del cuadro fijo a la película real
El encontrar una respuesta a esas preguntas y el sentido de un valor común para defender y para identificarnos es una tarea tan difícil como imperiosa. Es, a la vez, una necesidad y un compromiso con nuestro futuro y con quienes hoy sufren tantas injusticias.
La Argentina puede referirse a sí misma como una República, así gusta hacerlo frecuentemente la oligarquía, en el sentido de una forma del Estado en la cual es precisamente este sector el que hoy ocupa efectivamente el poder.
Pero esto no significa que conceptos tales como Patria y Nación estén debidamente asumidos o reconocidos.
Tanto el sentido de pertenencia afectiva, cultural e histórica a nuestro “hogar” geográfico (la Patria), como el concepto socio-ideológico de una comunidad con características culturales comunes, dotada a la vez de un sentido ético-político (la Nación), están frecuentemente ausentes en la sociedad argentina de hoy.
Como se vio en la gala del Colón, hay un cierto sentido de “familiaridad” paisajística, de identidad musical, pero está despojado casi completamente de relaciones interpersonales, hecho fielmente representado en ese conjunto de habitats despoblados al cual hacíamos referencia más arriba.
Y, por cierto, hay un cierto “orgullo de ser argentinos” que se expresa en ese coro del final. Pero que para muchos, demasiados, en nuestra sociedad, esconde también el orgullo “de formar parte de los argentinos bien”. Otra vez la exclusión que viene a explicar, en parte, la contradicción en la visión del presidente y de sus pares con sus acciones de gobierno.
Por si aún no viéramos esto suficientemente claro, pensemos por un instante en aquella maravillosa frase,“La Patria es el otro”, que expresa (a mi manera de ver) el sentido más amplio y solidario de la comprensión de una Identidad Nacional. Y que tanta negación, odio, rechazo alcanzó para una parte (demasiado) importante de la población argentina.
Una visión personal orientada a comprender emociones tan contradictorias es entender la percepción de lo exhibido en esa función, como la diferencia que uno percibe al contemplar una filmación o simplemente enfocarse en un único cuadro de la misma, una foto congelada de la película.
Porque cuando observamos unos pocos cuadros como los mostrados en el espectáculo, estéticamente perfectos, ello nos despierta cierta simpatía, emoción, euforia y todo nos conmueve. Posiblemente, incluso, haya generado también una cierta emoción en “los de afuera”, los mandatarios que quizás también admiraron “la foto”.
Pero todo eso no nos dice, en realidad, de dónde venimos ó hacia adónde vamos (ó hacia adónde queremos ir como sociedad). No contempla, ni describe, cómo nos insertamos como colectivo en la película completa.
Es necesario que podamos componer nosotros, como comunidad organizada, esa filmación, tener la capacidad y la voluntad de diseñar y escribir el guión, de dirigir la película. De lo contrario corremos el riesgo de nunca volvamos a ver nuevamente esos cuadros que tanto nos gustan.
Para ello es preciso que tengamos claros conceptos fundamentales de nuestra reacción cultural, de cómo posicionarnos y relacionarnos frente al poder internacional, justamente con esos ilustres invitados.
Entender que insertarnos en el mundo y, en especial, vincularnos con ese grupo selecto de naciones, nunca debe confundirse con “complacer”. Que entender, escuchar, tolerar no es (siempre) necesariamente “converger”.
Son conceptos muy elementales, pero su comprensión es esencial para nuestro futuro, si queremos preservar una mínima noción de nacionalidad, tanto en lo geográfico, como en lo cultural y en lo administrativo.
Para terminar, y como ejemplo ilustrativo frente a las reflexiones del presidente sobre “este país con fabulosos paisajes para ofrecer..” quiero recordar aquí y ahora estas memorables frases que Albert Einstein pronunciara en 1940:
“(…) solamente serán exitosos los pueblos que entiendan cómo generar conocimientos y cómo protegerlos, cómo buscar jóvenes que tengan capacidad de hacerlo y asegurarse de que se queden en el país¨.
“(...) Los demás países se quedarán con litorales hermosos, con iglesias, minas, con una historia fantástica; pero probablemente no se quedarán ni con las mismas banderas, ni con las mismas fronteras, ni mucho menos con un éxito económico.”
Pensemos en ello cuando recordemos la estética del cuadro único y las emociones experimentadas en el Teatro Colón el pasado 30 de noviembre.
Es preciso que cada vez que coreamos el “Argentina, Argentina” tengamos presente estos conceptos. Si no lo entendemos así, muy probablemente alguna vez encontraremos que eso que coreamos ya no existe más, que sea sólo un cuadro vacío, un óleo rasgado en pedazos.
- Especialista en energía nuclear, autonomía y soberanía tecnológica.
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