Opinión

Antonio Muñiz

Tácticas y estrategias para el proyecto nacional

(Por Antonio Muñiz) En octubre de 2017 el macrismo volvía a triunfar en las urnas. La derrota en la provincia de Buenos aires de CFK, pareció consolidar el poder del Pro y la profundización de sus políticas de reformas estructurales regresivas.

Así lo creyó Macri y su equipo y además los creyeron sectores de la oposición y de la intelectualidad “progre” que parecieron rendirse ante el avance arrollador de esta nueva derecha. Sin embargo el pueblo le dio un cachetazo a esta falaz realidad. Cuando el macrismo avanzó en las reformas laborales y previsionales el pueblo se movilizó ante las puertas del Congreso. Y pesar de la fuerte represión y la cobertura cómplice mediática, el gobierno fue derrotado, iniciándose una crisis económica y política que perdura hasta hoy.

Solo el acuerdo entre gallos y medianoche con el FMI salvo la gestión de Macri, que enredado y en retroceso por los conflictos, que el mismo había generado se iba construyendo una salida en “helicóptero”.

La entrega de pies y manos del gobierno al FMI y los intereses del país a los grupos concentrados internacionales, logró estabilizar la situación económica y financiera, dando aire político al gobierno; que ahora apela y se agarra con fuerza a la reelección de las principales figuras del gobierno en las próximas elecciones de este año. Sin embargo esto parece ser una ilusión difícil, ya que todo el 2018 se vio marcado por las luchas en la calle de los sectores populares en contra de las políticas del gobierno. Si bien la falta de políticas claras de las conducciones políticas y gremiales, las decisiones medrosas y en algunos casos cómplices de parte de esta dirigencia, entorpeció y puso límites a las acciones de los distintos grupos y sectores movilizados y dio algo más de aire al gobierno macrista.

La falta de una conducción coordinada de la oposición, clara y confrontativa contra el modelo terminó favoreciendo la perduración del gobierno y de sus acciones, dejando para el futuro una herencia de una complejidad difícil de sobrellevar. El endeudamiento externo, la inflación galopante, las política de ajuste permanente, la desindustrialización y su secuela de desocupación y miseria, tarifazos y traspaso de recursos de los sectores populares hacia los grupos económicos “amigos del presidente”, un país atado a los intereses del FMI y los fondos buitres. Estamos ante un proceso de destrucción sistemática del país, de saqueo de sus recursos, de formateo de nuestra cultura, nuestra historia y nuestro sentido común. Estamos sometidos a una guerra psicológica y cultural muy fuerte por parte de los medios concentrados que no solo tabican la realidad, ocultan la verdad de este gobierno e instalan un discurso único, el neo liberalismo como único camino.

Ante este escenario, lamentablemente, la dispersión en el campo popular es grande. Las derrotas y retrocesos de los movimientos populares que gobernaron la región en las últimas décadas han dejado sus secuelas.

El ejemplo más contundente de este proceso fue el derrocamiento, en un golpe palaciego, de Dilma Roussef, la prisión y proscripción de Lula, y el triunfo de Bolsonaro, un militar fascistoide, que es la cara más dura y patética del modelo neoliberal en la región. Mientras el PT se derrumbaba en pedazos, los sectores populares, muchos de ellos beneficiarios de la gestión, miraban el fenómeno por tv o peor acompañaron con su voto al bolsonarismo. Si bien Brasil y el PT no tienen la capacidad de lucha callejera, que si tienen otros países de la región, su lastimosa caída, muestra la debilidad de construcción petista. En varios `países de la región hubo procesos similares de avance de políticas neoliberales, prohijadas por el Departamento de Estado de EEUU y las oligarquías locales. Como castillos de naipes fueron cayendo los distintos gobiernos populares, desde Lugo en Paraguay hasta CFK en Argentina. Cada proceso fue distinto, pero en todos los casos fue sintomático como la derecha recuperó el poder y avanzó rápidamente sobre las conquistas populares, obtenidas en las últimas décadas. Casi sin resistencia y en muchos casos con el apoyo de sectores que acompañaron el proceso reformista y que luego en una vuelta de tuerca se aliaron con el nuevo poder. EL ejemplo más patético de este travestismo es Lenin Moreno, que no solo traicionó a su antecesor, sino que además con sus políticas intenta destruir todo lo logrado por el gobierno anterior. Lo mismo puede decirse de Argentina, donde muchos ex funcionarios, legisladores y gobernadores pertenecientes al gobierno kirchnerista, acompañaron y dieron gobernabilidad amuchas de las medidas del nuevo gobierno en cuanto a endeudamiento y destrucción de los logros anteriores. Además de permitir por acción u omisión la persecución judicial de muchos ex funcionarios y de la misma Cristina Kirchner.

La única explicación posible es la debilidad ideológica de esos gobiernos, la falta de una vocación de construcción de poder popular para iniciar un camino de reformas profundas en las ya arcaicas instituciones políticas latinoamericanas. Un “progresismo” vacío, un reformismo tibio, que ante el menor conflicto se arrojóa las manos de la derecha neo liberal, como es el caso de Dilma, que entrego el manejo de la economía a la ortodoxia económica, lo que la alejo de sus bases populares y así aislada fue un fácil trofeo para las intrigas palaciegas.

Hay dos ejemplos de donde abrevar, Venezuela, que más allá de sus errores y contradicciones, fue y es un régimen político que apostó a la movilización y a la organización popular: puede así resistir el embate de EEUU y de todos los países latinoamericanos. Aislada y bloqueada, Venezuela resiste por voluntad de su pueblo. El otro ejemplo es Bolivia, donde también una conducción clara apuesta a la organización de poder popular en una férrea defensa de los intereses bolivianos.

Frente electoral o movimiento nacional

La política tradicional se apresta a la construcción de un frente anti Macri. Un “todos contra Macri”. Es cierto que es necesario pensarlo y afrontarlo, pero no se puede subordinar toda la construcción política a una estrategia electoral.

Esa lógica de esperar el 2019, no generar demasiados conflictos, tener miedo a la calle, al desborde y la violencia que pudiera gestarse en las luchas callejeras. No empujar a este gobierno a una salida prematura y mostrar una oposición “seria y responsable” es una falacia que solo permite al gobierno profundizar sus políticas de daño y destrucción. Además ha debilitado las luchas populares, que fracturadas y aisladas del conjunto no alcanzaron en ningún momento la envergadura opositora ni el nivel esperado. Por ejemplo las luchas de los gremios docentes, una causa justa que alcanzo su clímax con la muerte de dos docentes en Moreno, mostró el camino, la unidad de los docentes, con el resto de la comunidad local en una sola lucha por la educación y las condiciones como esta se lleva a cabo. Sin embargo la rica experiencia de Moreno quedo aislada, ya que no pudo superar el localismo y nacionalizar el conflicto.

Además la lógica de construcción basado en lo electoral no tiene potencia, esperar y creer que un modelo de neo colonialismo como el que sufre toda América latina puede ser vencido en las urnas, en un proceso democrático liberal es no conocer la historia de fraude y violencia que han sufrido nuestros pueblos cuando priman las políticas del imperio y sus oligarquías locales. Solo hay que ver la historia de nuestros paísespara ver cómo actúa la derecha, su falta de escrúpulos y de límites. La derecha entiende el poder y lo usa.

Por ello apostar a la construcciónpolítica con un objetivo puramente electoral está destinado al fracaso.

La posibilidad concreta de una victoria del macrismo en las próximas elecciones, cuando es un gobierno que no puede mostrar un solo logro, cuando todos los números de la economía le dan pesimamente mal y cuando amplios sectores populares y medios son permanentemente agredidos, muestra más que la fortaleza del gobierno, la debilidad de las fuerzas opositoras. La construcción de una gran fuerza opositora debe hacerse sobre la base de la lucha en todos los terrenos, sobre todo en la calle. Es necesario un proceso de unidad del campo popular que sume a todos los sectores sociales agredidos por el modelo, pero sobre todo a los trabajadores, en una nueva síntesis movimientista.

En necesario también generar un programa de gobierno serio y sustentable, que permita sostener un accionar planificado para no solo ganar una elección sino sobre todo gobernar y modificar las estructuras políticas y económicas que dieron sustento a este modelo. No avanzar en las causas profundas, intentar contener y administrar la crisis que vamos a heredar solo nos garantizara el fracaso. La crisis puede devorar a cualquier gobierno puramente reformista.

Es necesario pensar la construcción política desde el fortalecimiento de las organizaciones populares, una construcción de abajo hacia arriba. Una construcción abierta y participativa, que genere a su vez una nueva dirigencia, más ligada a la gente y a sus necesidades; menos políticos profesionales y más militancia política y gremial, menos marketing y más política, una dirigencia surgida desde la lucha diaria; una nueva dirigencia que “mande obedeciendo”, al decir del Sub comandante Marcos. Una dirigencia al servicio de su gente, y no una burocracia al servicio de sí mismas.

Construir el movimiento nacional, con unidad, solidaridad y organización, llevando adelante un programa de liberación nacional y social, levantando su grito en las calles, con presencia en cada conflicto, acompañando cada movida popular, es el camino. Si se logra eso el 2019 es un camino llano, ya que el modelo macrista debe ser derrotado antes, las calles y en la mente de cada argentino bien nacido.

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