Opinión

Lic. Alejandro Marcó del Pont

¿Una repentina pérdida de confianza?

(Por Lic. Alejandro Marcó del Pont) El realismo mágico es una invención latinoamericana, por eso en estos costados del mundo nadie puede asombrarse si los muertos aparecen lo más campantes y profetizan los números que saldrán en el casino, como Vadinho en Doña Flor. Pero la economía, ¡ah!, esa miscelánea si que reúne un conjunto perfecto de escritores imaginativos, narradores excepcionales y un auditorio de miserables.

Resulta que, desde hace algunas semanas, hasta los periódicos americanos batallan entre embarcarse en la tesis del león Melquíades (“Huyamos hacia la derecha”) o la repentina perdida de confianza de los operadores en el país de la soja.

Los primeros advirtieron que sería conveniente desarmar las posiciones especulativas de Argentina con argumentos poco claros. Obviamente lo hicieron; se llevaron unos U$S 9.000 millones desde enero de este año, unos U$S 5.000 en las últimas semanas y después ilustraron, en sus sensatos y técnicamente dotados medios, que los inversionistas deberían tener en cuenta la seria posibilidad de desaparecer lo evaporado.

Lo de la confianza es un poco más extraño, porque fue repentino, inesperado, un anuncio divino, casi un presagio del más allá, digno de Vadinho. Salió de la nada, de repente, no había un dato, una señal que alertara algún evento extraordinario. Nadie lo vio venir.

Sólo Diego, el cartonero, orfebre de los números, un iluminado de los enredos económicos, escuchó, mientras levantaba dos cajas que antes contenían fideos a las afueras del supermercado chino, a los empresarios oficialistas, repasando el error del protocolo de negocios, llamado modelo económico.

El más efusivo intentaba encontrar en el cielo alguna respuesta a sus preguntas, en voz alta y a su entender, sobre el diseño del plan de negocios más perfecto y eficiente de los últimos 50 años.

Para traer los dólares que nos habíamos llevado en otros decenios liberamos el mercado cambiario, le pagamos a los fondos buitres para que no molestaran (también teníamos alguna participación ahí) y para tener el pasaporte de salida en caso de problemas, le pedimos a los bancos amigos unos dólares para afianzar las reservas.

Devaluamos para que lo que íbamos a traer en unos meses valiera ‘sólo’ un 66% más. Y les hicimos creer el cuento del mal diagnóstico inflacionario, y que la devaluación, que se esperaba tuviera un “pase a precios” bajo (o nulo), demostró muy rápidamente ser una hipótesis incorrecta.

Redujimos algunos impuestos: eliminamos o bajamos alícuotas de los derechos de exportación a los productos de la minería, el sector agropecuario y otros, redujimos el impuesto a las ganancias y el impuesto a los bienes personales. Al mismo tiempo, organizamos un “sinceramiento fiscal”, una maravilla, expusimos lo que teníamos en negro, nadie nos preguntó de donde lo sacamos, y pagamos módica multa. Lavamos el dinero, blanqueamos los bienes, o los reingresamos al circuito de negocios; hoy es dinero genuino y brillante.

Esta cuenta entre los impuestos que eliminamos y las multas del blanqueo nos generó una pequeña deferencia: la quita impositiva fue de $ 117.200 millones contra el ingreso, por una sola vez, de $ 103.500 provenientes del blanqueo, es decir, agregamos unos U$S 1.000 millones al 5.9% de resultado financiero con blanqueo. Lo bueno de esto es que también realizamos un apagón estadístico y modificamos la metodología de las cuentas públicas, de manera que nadie puede comparar nada con nada.

Si el 2016 venía medio negro, en 2017 justificamos los desbalances de las empresas de servicios y metimos una seguidilla de aumentos que pasaron el 1.000% y nos modificaron los balances, dolarizamos las tarifas y las acciones subieron más de un 500%, beneficios por todos los wines.

Como no pudimos bajar mucho el déficit primario, el resultado financiero se volvió una carga. Lo que ahorramos de subsidios a los servicios públicos lo empezamos a utilizar para pagar los intereses de la deuda. Habíamos ocultado bien las estadísticas fiscales: todos se concentraban en los niveles del gasto, en el déficit primario y nadie miraba los intereses de la deuda, pero U$S 10.000 millones de intereses y otros U$S 11.000 de Lebac y la cosa se ponía un poco difícil.

Durante 2017 el gobierno nacional realizó emisiones de deuda por un total de U$D 94.682 millones. Las emisiones totales en moneda extranjeras fueron: U$S 60.339 millones del Estado nacional, U$S 5.186 de las provincias y U$S 6.015 de los privados. Todo bien, hasta le sacamos unos $ 100.000 millones para tirar el 2018 a los jubilados, un problemitas de cuentas resultado de la movilidad jubilatoria heredada del gobierno anterior. Ni cuenta se dieron, el último aumento fue el mayor desde que se diseñó dicha movilidad. Ahora, en el 2018, con la nueva cuentita, naaaá.

El segundo semestre del 2017 hasta parecía una bomba por el retraso de la economía, con estas cuentas de los jubilados. Las cláusulas gatillo de las paritarias sirvieron para que el PBI subiera y hasta repuntara el consumo. Es cierto que la balanza comercial dio uno U$S 8.500 millones de déficit. La gente seguía comprando dólares a un ritmo conocido, unos U$S 1.500 millones al mes; el turismo otros U$S 8.500 millones, más los intereses y la fuga de capitales. Y entonces la cosa se empezó a poner fea.

Estos americanos y sus locuras de subir la tasa para revaluar el dólar. Esa broma terminó con el financiamiento; los amigos, esos lo de la J. P. Morgan, desaparecieron primero. Se dieron cuenta de la jugada y ahora no tenemos financiamiento, necesitamos, qué, unos U$S 30.000 o U$S 50.000 millones al año. Ahora se nos va el negocio de las Participación Público Privada, las obras que íbamos a hacer sin licitar y con nuestras empresas, un bombón, chau, eso ya se fue.

En este momento hay que disparar. Y para eso no hay nada mejor que exista el FMI, unos gauchos, dicen que nos dan unos U$S 30.000 millones para que tengamos los dólares para irnos, los dólares que trajimos, pero a mi me parece que es poco, necesitamos unos U$S 50.000 millones. Lo bueno es que hacemos todos los ajustes echándoles la culpa a ellos. La economía tiene que estar más fría que un témpano de hielo, si no la tranquilizamos no podemos llevarnos los dólares, hay que ganar tiempo.

Diego escuchó y entendió todo clarito. No había duda, estos están preparando las valijas. Se lo explicó a su esposa, no durante mucho tiempo, la vela se estaba terminando, la esposa no lo escuchaba mucho y tenía que revisar los números de la quiniela. ¿Y ganar tiempo para que, se quedó pensando?

(*) Fuente: El Tábano Economista

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