Política nacional

Por Carlos Leyba/ Especial para Motor Económico

La fábrica

( Carlos Leyba ) El que hoy, tal vez, es el más leído de los comentaristas de la vida política argentina reconoció, este lunes, un hecho incontestable que muchos, lejanos de las voces audibles, definimos y alertamos hace años sin lograr atención: nuestro país es una fábrica de pobres. Este es “el punto”: ¿a qué está asociada la construcción de una fábrica de pobres? Los que cargamos muchas décadas bien sabemos que “la fábrica de pobreza”, tiene causa y fecha de instalación. No es obra de la casualidad. Sencillamente estas legiones de pobreza no estaban aquí hasta pasada la mitad de los 70. Hechos y estadísticas.

¿Cuándo y cómo empezó a funcionar la fábrica? Recuerdo el tímido surgimiento de las villas miserias a fines de los 50. No tengo memoria de lo anterior. Entonces eran villas de tránsito hacia un trabajo que permitiera la instalación incluyente. Es cierto que el migrante interior, dejando detrás la modernización rural, no fue tratado, por el Estado, tan generosamente como lo fueron en su tiempo los inmigrantes europeos. Pero su viaje que era a la búsqueda de trabajo, porque trabajo se ofrecía, rápidamente lo encontraba.

No existía esa densidad que conforma una cultura de la villa: el pasaje era transitorio. En aquellos tiempos los curas progresistas y socialmente comprometidos, eran curas obreros: se misionaba en el trabajo, no en la desocupación.

Puedo afirmar que esta pobreza tiene fecha estadística: 1975. No considerarlo no permite discernir. ¿Fue después de 1925? Es decir ¿1925 marca un punto de quiebre social y económico?. No. Escuchemos a los testigos: “El vigoroso desarrollo de la manufactura absorbió no solamente la población desocupada en 1931, sino también el aumento natural de la población en edad de trabajar, de los años 1931 a 1939” Alejandro Bunge (Rev. Eco. Arg.Nº237p.82)

El habla después de la crisis del 29, su impacto en la Argentina y la salida vigorosa de entonces. Y después la Guerra. Entre 1944 y 1974 el PBI por habitante de la Argentina creció al mismo ritmo que Estados Unidos.

La era de la divergencia entre ambas tasas de crecimiento ocurrió también a partir de 1975. Y , lo más importante, al compás de la desindustrialización programada y del endeudamiento externo que la acompañó.

Ambos procesos fueron propuestos, expuestos, programados. Se predicaba la necesidad de detener el proceso industrial y el bálsamo era la deuda: que comenzó con el reciclaje de los petrodólares y la explosión occidental del negocio financiero y sus fundamentos doctrinarios: la ideología. El endeudamiento que financió la sustitución de la producción nacional por productos importados, sin expansión exportadora, también permitió la fuga de capitales que desfinanció la inversión. La desindustrialización es idénticamente igual a la desinversión reproductiva urbana: la doctrina de la primarización.

Una anomalía asociada a la fábrica de pobres instalada. El fundamento de una economía de consumidores que no produce lo que consume. No se lo llama así, pero esa metodología es la cumbre del populismo: “generar consumo sobre la base de deuda externa”. Cómo olvidar el “deme dos” de J.A. Martínez de Hoz, que se repite con D. Cavallo y por qué no, cómo no sumar al jolgorio de CFK con la misma canción, deme dos y fuga.

La decadencia económica está asociada a la decadencia de la moral política. Simple, 20 millones de pobres y 300/400 mil millones de dólares de residentes argentinos fuera del sistema. La inmoralidad de la política es desconocer que el incremento de la pobreza tiene como origen el mismo fenómeno que el incremento de la fuga y ambos procesos se retroalimentan. Decadencia.

El concepto de decadencia requiere progreso previo (Alexander Gescherkron). El exitosísimo proceso de industrialización, que se inició en los 30 y se continuo con el Estado de Bienestar hasta 1975, fue el período de progreso económico con inclusión social, sin pobreza y con distribución primaria del ingreso, que produjo el sistema capitalista de la Argentina del SXX.

Todos los números lo avalan y no hay un solo número que lo pueda refutar. Estadísticas. No ideología o furias.

Es ideología, o furia - en muchos casos con la incapacidad de aceptar el propio pasado - porque muchos ex comunistas, ex montoneros – que como es obvio militaron contra el sistema y lo hicieron cuando la pobreza no era un problema trágico por su dimensión y complejidad - están siendo hoy los adalides de los que niegan aquél progreso extraordinario liquidado expresamente en 1975.

Ellos mismos también han sido parte de los gobiernos que han generado, con sus decisiones, la decadencia que sufrimos.

La virulencia, el fuego de sus militancias juveniles, lo aplican hoy, con la misma pasión ideológica que niega los hechos, para defender su obra de liberalismo flor de ceibo que ha sumido a la Argentina en la decadencia.

Sin embargo Federico Sturzenegger, un liberal de pura cepa, sostiene que nuestro PBI por habitante fue 75 % del de Australia desde 1900 hasta 1975, momento en que se derrumbó hasta nuestros días. En las décadas de progreso, que medido por la industria y el empleo, van de 1930 a 1974, conservadores, militares, peronistas, radicales construyeron con matices, con entornes externos diferentes, esa estructura de progreso.

En las décadas de la decadencia de 1975 a la fecha, ocurre exactamente lo mismo: sus protagonistas tienen todas las coloraturas políticas.

No son las diferencias de partidos o discursos, las palabras, las que predominan, sino el sistema, la estrategia y su diseño que en esta época se puso en marcha. ¿Cómo? En la etapa de progreso es clarísima la coincidencia en las políticas básicas. En las de la decadencia también.

Es que los procesos de política económica de larga duración se identifican por lo central, los hechos, que tienen en común.

De los 30 al 74 lo común fue producción, industria, empleo, bienestar social.

Desde el 75 hasta hoy, lo común es la destrucción de la industria, el desprecio por la producción, el desempleo o el empleo improductivo y el malestar que produce el dogma de “no hay alternativa”. Las décadas de progreso fueron gobernadas por el reconocimiento de la realidad y las de la decadencia lo son por el predominio de la ideología que, aunque distintas, tiene en común la fuga de la realidad. Podemos afirmar que, por ejemplo, un joven argentino en los 60 vio, por primera vez, una legión de personas pidiendo limosna en una avenida principal de una ciudad. Fue, por ejemplo, en Madrid, no en Buenos Aires.

En aquél entonces nuestro PBI por habitante – en dólares –era el doble del de Japón y aquí, por ejemplo, se juntaba dinero para las misiones jesuitas en aquel país.

En los 70 y hasta 1975, en Buenos Aires, los Bancos privados vendían departamentos en Belgrano, Caballito y Palermo, a 12 años de plazo en pesos y en cuotas; los campos se vendían en pesos y a tres años

En aquella economía argentina de pleno empleo, un objetivo de la política, con cientos de miles de empresas pymes que abastecían industrias y a la automotriz que exportaba y que era la mayor de América del Sur, la pobreza era 4 % -menos de 1 millón de personas - y los Coeficientes de Gini tenían nivel nórdico. Importan los hechos. Todo lo demás son comentarios.

Justamente los comentarios posteriores a la citada intervención periodística, con que empezó esta nota, se han mantenido en la misma línea de superficie del problema sin preguntarse qué es lo que la empuja y lo que genera la multiplicación de la pobreza.

Oficialistas y opositores ignoran que la fábrica de pobres es una construcción deliberada. Lo que hoy nos escandaliza y nos paraliza, no es obra de la naturaleza. Es un programa aplicado a la espera de una reacción imposible.

En esa construcción, pergeñada a detalle, sus autores (de todas las fuerzas políticas) tal vez no hayan siquiera imaginado el resultado de esa ingeniería. Pueden haber imaginado que decretar el fracaso y el consiguiente desmontaje de la industrialización por sustitución de importaciones, resultaría en una nueva fábrica de bienestar colectivo sin exclusiones. No ocurrió. Lo dicen los números.

La obra fue el resultado de la ideología, de la mala traducción y de un enorme desprecio por la realidad. Traducir un libro de texto de recomendación universal es lógico y conveniente para organizar la formación académica. Pero para el policy maker que aspira a obtener los mismos resultados de las economías y sociedades que admira, lo que se espera es que observe en el terreno las políticas que en rigor se aplican y que – a su vez – las adapte a las condiciones que rigen donde las va a aplicar. Las experiencias de los países que crecieron y se desarrollaron en las décadas del 30 al 74, fueron adaptadas y replicadas en la Argentina de entonces.

Del 75 a la fecha las políticas aplicadas en la Argentina, en el mejor de los casos, fueron la copia de “los manuales” y se divorciaron de manera inexplicable de las políticas de los países que crecieron en esos mismos años. De Brasil a Corea del Sur o peor aún, de los Estados federales de Estados Unidos o de la Comunidad Europea o de la China.

Nos faltó y nos está faltando una generación capaz de observar lo que hicieron y hacen, los que tienen éxito y que abandone la molicie de repetir lo que dicen y de no imitar lo que hacen. Lo más insólito, que es habitual, es que los comentaristas repitan una y otra vez que imitemos a los países desarrollados. Coincidimos. Pero primero observen lo que hacen. No lo que dicen que hay que hacer.
El daño de esta infame fábrica de pobres se mide en términos de futuro. “Mas de dos millones de chicos sufren hambre en la Argentina” (La Nación, 11/10) En la misma página del diario algunos economistas son citados. Uno “quizá la solución sea dolarizar”, Otro afirmó “tenemos que hacer reformas que impliquen un costo político”, otro “el origen es un gasto del 42% del producto y una recaudación del 38%”

La pregunta a los ponentes citados por La Nación, ese mismo día en esa misma página, sería ¿la dolarización o esas reformas dan de comer o la baja del gasto ayuda y es posible? No hay conexión. Porque las reflexiones macro nunca van al fondo de la cuestión que es ¿por qué la fábrica de pobres que desequilibra al fisco, que destruye la moneda, que traba el sistema productivo, nunca entra en el debate?

La mayor parte de los pobres son jóvenes; y los pobres son la mayor parte de los jóvenes. Si calificamos la potencia de los jóvenes en términos de las carencias en las que se han formado por nuestra responsabilidad; lo que resulta es una gigantesca “hipoteca demográfica”. Justamente es espantoso que sea la pobreza el territorio, el ambiente, en el que crecen la mayoría de los jóvenes. Es a tal punto tan alejada de la realidad mucha reflexión de nuestros colegas, que se reitera la existencia de un Bono Demográfico en función de la estructura etaria de nuestra demografía. Es lo que dicen las estadísticas mudas.

Pero si se las hace hablar es evidente que tener mas jóvenes que viejos aquí, lejos de ser un Bono es una hipoteca con fecha de vencimiento. Nunca la vamos a cancelar si gran parte de los colegas siguen mirando lo que se cuenta, es decir las estadísticas mudas, en lugar de contar lo que se ve: la realidad inapelable. Nuestra fábrica de pobres fue construida con los materiales de la demolición intencional del tejido industrial de la era en que en Argentina no había pobres. Lo nuestro es mega. Pero la idea ha castigado a gran parte del planeta.

Patrick Artus, economista jefe de la Banca Natixis, decía en 2011 “la desindustrialización es parte del deslizamiento progresivo de la sociedad francesa hacia una sociedad más frágil y más inigualitaria”. Emanuel Macron con la pandemia se propuso la reindustrialización y la programación a largo plazo para reparar los costos del abandono de los grandes objetivos.

Nuestra desindustrialización fue implacable desde 1975.

Picos en la Dictadura, el menemismo y Mauricio Macri. Las otras gestiones contribuyeron con pasividad o con desorden, eludiendo el análisis causal y dedicándose sólo a cuidar las consecuencias “de primera generación”: unos pesos para sobrevivir. Pero no las consecuencias derivadas, la perdida del sentido de la vida, la ausencia de futuro, el domino de la droga, la trama del delito. La exclusión explotó. Fronteras vitales se desarrollaron año tras año y se aceleraron en este Siglo. Ingresamos al SXXI con la mayoría de los jóvenes ¿sobreviviendo en qué siglo?

Desde 1975 se abandonaron las políticas de industrialización con programas de largo plazo y consensos sobre la arquitectura legal, políticas de incentivos para instalar el capital con alta productividad competitiva, apoyo tecnológico y compromiso público – privado.

Todos los países que han logrado estándares de productividad capaces de brindar calidad de vida a la inmensa mayoría, se basaron en esa arquitectura estratégica que es el mejor y más sólido fundamento de un proceso redistributivo de la distribución primaria, el pago por el trabajo, y no el montaje reparador de sistemas de transferencia.

Es fuerte pero es la mas estricta verdad: no hay derechos sustentables sin la acumulación que los sostenga. No es compatible una política de derechos sin acumulación. Para poner un ejemplo dónde seguramente Ud. no lo espera ¿cómo otorgar el derecho de consumir primer mundo, importando, si el sistema en el que vivimos no alcanza a sostener la acumulación necesaria para acumular sanamente la moneda de pago, los dólares, de esos consumos?

Sin duda que todo sería peor si además se hubieran desatendido, como dijimos, las consecuencias primarias. Pero a pesar de ese empeño o 2 millones de niños han tenido hambre. Y ha sido así porque la estructura, la fábrica de pobreza no se ha detenido y nada desaparece hasta que se lo reemplaza: las fábricas de trabajo productivo siguen sin estar instaladas o en proyecto.

Al comentario periodístico citado le siguió el debate sobre la pobreza en programas televisivos. Las voces opositoras en términos de denuncia del presente – bien ciertas – en general, tienden a ocultar el alud de piedras desencadenado años atrás en el que, de una manera u otra, han participado: su peso es lo que nos sepulta. Ignorar al peso de la desindustrialización asusta; e ignorar que desde hace 46 años continua el proceso de cierre es muy desesperante.

El oficialismo, tratando de tapar el cielo con un harnero, dice a coro “Néstor y Cristina bajaron la pobreza”. Se sorprenderían de saber que lo mismo podría decirse de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Ellos la redujeron de 47,3 % con Raúl Alfonsín –hiperinflación – a 26,7% en 1999. Pero allí la estancaron y la implosión de la convertibilidad la llevó en mayo de nuevo en 2003 a 51,7%. Ellos no estaban. Pero lo habían sembrado. Con Néstor bajó. Pero en 2014 la pobreza alcanzó a 32,4% y en 2015, 30,1%. La pobreza, con Cristina, comenzó a subir desde 2013. Quién puede olvidar las declaraciones del ministro de economía Axel Kicillof gritando que “medir la pobreza” es estigmatizante, quién puede olvidar a Aníbal Fernández afirmando que Alemania tenía más pobres que Argentina, quién puede olvidar, será ignorancia o si pasa pasa, de Cristina Fernández cuando dijo en la FAO “el índice de pobreza está por debajo del 5% y la indigencia en 1,27%” 7/6/2015. ¿No deberían los simpatizantes de Cristina hacer humilde silencio sobre su pasado? Macri también la bajó a 25,7 pero en 2017 terminó con 35,5% y hoy ya estamos en 40,9%

¿Usted cree que ninguno de ellos puso semillas para que esto nos pase?. Históricamente hay un piso de pobreza que no baja: lo garantiza el desempleo, la falta de creación de trabajo, la huelga de inversiones y lo sube, la baja de salarios y la desigualdad – la concentración – lo amplifican; y los golpes de inflación la empujan. La fábrica funciona a ritmo y se acelera. Cada retracción es temporaria porque la base es la desindustrialización. La fábrica de pobres – y eso lo que es –se instaló en el país hace 46 años cuando empezaron a cerrarse las fábricas de bienes, cuando se destruyó la estructura industrial de manera consciente. No fue un accidente. y este es el origen de la cuestión.

Desde 1975, bien medido, el número de personas pobres creció a la increíble tasa acumulativa del 7% anual. Mientras la población se duplicó, la pobreza se multiplicó por 20. El crecimiento de la población entre 1974 y la fecha, es igual al número de personas pobres en la Argentina. Éramos entonces 22 millones en aquellos años y hoy 45 millones: de los 23 que se han sumado, 20 son pobres. Un escándalo.
No es necesario comparar con ningún otro país: en términos absolutos es una tragedia autogenerada. Tragedia que haya ocurrido y que la política y el poder no la hayan advertido a tiempo para detener el proceso. Tragedia que el diagnóstico más acudido, sea ridículo acerca de las causas. Para un diagnóstico erróneo no hay remedio que pueda resultar, ni cuerpo que lo pueda resistir. La causa real de la pobreza no es “la inflación”: más bien “esta inflación” es su consecuencia. Una pobreza sin trabajo, una pobreza de exclusión. Recuerde que, en los años de la estabilidad menemista, la pobreza llegó al 27,1% que es el piso que esta montado en los escombros de las industrias destruidas. De las consecuencias la más dolorosa, la más grave, la más urgente es la pobreza y por encima de todo, la de los jóvenes que es el pasaporte a su exclusión definitiva.

En esta Argentina, como señala Francisco, como advirtió Z Bauman, el drama es la exclusión, la frontera, la grieta que, en todo caso, la pasión política solo la ha hecho crecer y crecer. Pero no es la única consecuencia de la desindustrialización. La pobreza deriva en impactos de elevadísima complejidad. Atender las consecuencias primarias, de una manera u otra, ha explotado el Gasto Público y ha pervertido la estructura tributaria.

**Todo para reflexionar honestamente. Sirve parafrasear a Joan Robinson que decía “la inversión genera el ahorro” y nos habilita a pensar que si “nuestra pobreza” genera los déficits gemelos, entonces, el escandaloso grado de la desindustrialización termina por condenarnos a reproducir la pobreza para evitar los déficit. La conclusión es una: la política única es reemplazar la fábrica de pobres por las fábricas que producen trabajo, tributos y superávit externo ¿ será tan difícil?.

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