Política nacional

Por Marcos Doño

PATRICIA BULLRICH Y LAS UVAS... DE LA IRA.

(Por Marcos Doño) Patricia Bullrich hace terrorismo verbal y lo sabe. Su fanatismo le sirve de fermento para la unidad de la derecha neoliberal y conservadora de la Argentina. Toda ella es un producto de la política local que se entronca a intereses allende nuestra frontera. Como otras voces, la ex Ministra de Represión de Macri actúa como una de las cajas de resonancia ideológica de la internacional financiera que en una especie de gobierno global innominado reúne a las mayores fortunas del planeta, alrededor del cual orbitan las personalidades y corrientes extremas del pensamiento político de las derechas, que en la Argentina está representada por el PRO.

La instalación en los sistemas democráticos de la falacia y la confusión del sentido está entre los objetivos prioritarios de este poder, alrededor del cual orbitan y son voceros los supremacistas blancos liderados por nombres como los de Steve Bannon y Lana Lokteff, conocida como la "abeja reina" de las mujeres de extrema derecha en Estados Unidos, las ONGes liberales autoproclamadas como la garantía del pensamiento republicano y las libertades civiles, y en el plano religioso, las distintas logias protestantes puritanas y los movimientos evangelistas, cuya mayor preeminencia se nota en Latinoamérica, en países como Brasil, Bolivia, Perú, y en ascenso en la Argentina. Todos ríos de distinto origen pero que confluyen en un mismo océano ideológico: la ortodoxia economicista neoliberal que deja el campo orégano para la concentración extrema de la riqueza en pocas manos.

En este sentido, la actividad central que se proponen estas fundaciones y partidos es la de ser la cara potable y el vehículo legitimador de este poder omnímodo dentro de los sistemas republicanos. De no ser así, saber que somos gobernados, como de hecho sucede en gran medida, por una élite de multitrillonarios conformada por el 1% más rico del mundo, cuyo patrimonio es el mismo que el de 4 mil millones de personas, se volvería moralmente insoportable.

La estructuración de este aparato ideológico de legitimación se vuelve entonces vital para un modelo de concentración tan despiadado. Y el voto ciudadano en el vehículo regio para su presencia en los parlamentos, los gobiernos y las distintas instituciones que conforman las repúblicas democráticas. Asentados sobre esta falacia descomunal es como se ha generado una de las mayores paradojas políticas de la historia: lograr que vastos sectores de las clases trabajadoras bajas y medias votaran para ser gobernados por sus propios verdugos y en nombre de la libertad.

Así se pudo poner en marcha durante cuatro décadas el mayor sistema de latrocinio internacional de la historia, coartando cualquier intento de instalar un estado de Bienestar. Un deliberado aprovechamiento de la puja de intereses entre los populismos de izquierda y de derecha, como a Steve Bannon le gusta definir la actual política mundial, sirvió para fomentar esta degradación y la anomia de las instituciones de una república, entre ellas el poder judicial.

Esta pesadilla opresiva, de la que despertar se está volviendo una tarea cada vez más compleja y peligrosa, tiene como su aliado cultural más eficiente al caramelo tecnológico de la informática y la telefonía celular. Acaso la mayor distracción anestésica en contra de cualquier despertar movilizador de las distintas sociedades.

Una prueba de esta pesadilla son los partidos de extrema derecha que ya tienen sus asientos en distintas democracias del mundo: Estados Unidos, Latinoamérica, y en cinco gobiernos y 22 parlamentos de la Unión Europea. Una ola que avanza y trae consigo un mensaje fundamentalista que se cocina y difunde por las corporaciones mediáticas, los ámbitos académicos afines y la militancia de aquellos intelectuales reunidos en ONGes que se presentan como los legítimos representantes del pensamiento democrático, tal el caso de la Fundación Internacional para la Liberad, cuyo liderazgo de mayor peso simbólico es el del escritor peruano Mario Vargas Llosa.

Con el apoyo incondicional y subrepticio de los capitales de la internacional financiera y las corporaciones ligadas a este modelo, la crisis social y económica derivada de la pandemia es aprovechada para confundir y promover alertas mundiales ante situaciones incomprobables. Titulares como: “la crisis no debe enfrentarse sacrificando derechos”, o: “hay un aumento del autoritarismo en la pandemia”, son usados para enmarañar cualquier debate y acusar a todos aquellos gobiernos que buscan paliar la desigualdad social aplicando políticas en pos del estado de bienestar, como el caso del actual gobierno argentino.

EL CAOS DEL SENTIDO COMO ESTRATEGIA

Nos preguntamos entonces de qué manera se hace jugar este fundamentalismo verbal en el escenario político nacional. Básicamente a través de una idea rectora que recoge el discurso de Patricia Bullrich, la presidenta del PRO y vocera directa del ex presidente Mauricio Macri, y que han adoptado también el ex candidato a vicepresidente por este partido, Miguel Ángel Pichetto, y los parlamentarios Waldo Wolff y Frenando Iglesias, entre otros. Me refiero a la estructura discursiva pergeñada por el que fuera jefe de la propaganda nazi Joseph Goebbels. Sólo basta con recorrer algunos de estos principios para entender cómo se conforman sus ideas huracanadas. Destacamos algunas de ellas y los ejemplos vernáculos.

El titular; “A las masas no se las convence con argumentos sino con slogans”; slogans que al convertirse en los titulares de tapa de los diarios corporativos y los zócalos de la televisión, producen un efecto cultural-social difícil de contrarrestar, aunque se descubra que están basados en falacias. De la campaña a la presidencia de Mauricio Macri: “Sí se puede.” “Se robaron todo” Titular del diario La Nación: “Coronavirus: en la Argentina se vive una infectadura"

Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al más primario de los individuos a los que va dirigida”. Entrevista del diario Perfil a Waldo Wolff, diputado Juntos por el Cambio por la Provincia de Buenos Aires: “Los peronistas son unos sinvergüenzas, una banda”. “No les creo nada. “Los kirchneristas son “una banda de asquerosos."

Principio de simplificación: “Adoptar una única idea e individualizar al adversario en un único enemigo”. Declaración del diputado Fernando-Iglesias al diario El Cronista: "La sociedad argentina es adicta y el Peronismo es la droga"; Entrevista del diario La Nación: "El pacto del peronismo es la impunidad".

Principio de la exageración: “Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en una amenaza grave.” Declaración de Patricia Bullrich al diario La Nación: "Se enfrenta el problema o tenemos cuarentena tres meses más y el país se va a la miércoles".

Estas declaraciones se vuelven en la materia prima que inspirarán los carteles y las banderas de los manifestantes conocidos como “los anticuarentena”: ¡Libres!; ¡Respeten la Constitución! ¡Váyanse! ¡Dejen de usar la pandemia como pretexto para dominarnos!, ¡Viva la democracia! Mientras que frente a las cámaras de televisión vociferan calificaciones racistas, amenazas golpistas y de muerte, y se pregona la segregación como la mejor forma de “limpieza” social, todo en medio de un clima de violencia física, con empellones, escupitajos a periodistas y rotura de móviles, con toda impunidad. Lo más parecido al estilo de las hordas mussolinianas y nacionalsocialistas alemanas.

Pero, ¿hasta dónde puede llegar la decapitación de la verdad y el sinsentido de las palabras? El sustrato ideológico y cultural como la base de un odio social enceguecedor, logra efectos singularísimos. Un ejemplo taxativo de esto es el de la Alemania nazi, donde científicos de renombre, miembros de la Academia Prusiana de las Ciencias, llegaron a verter el disparate de que había una “física aria” y otra “física judía”. Hecho que decidió por fin la emigración definitiva de Albert Einstein de ese país, al que llegó a definir como una “cuartel lleno de locos”.

En el mismo camino de la falacia, tenemos el ejemplo del tirano nicaragüense Anastasio “Tachito” Somoza, a quien le gustaba hablar de libertad y democracia, lo que el poeta Ernesto Cardenal sintetizó en esta frase: “Nos roban hasta las palabras”. O lo que el dictador Jorge Rafael Videla dijo en su primer discurso por cadena nacional, a horas de asestar el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, pronunció la falacia: “Para nosotros, el respeto de los Derechos humanos no nace sólo del mandato de la ley ni de las declaraciones internacionales, sino que es la resultante de nuestra cristiana y profunda convicción acerca de la preeminente dignidad del hombre como valor fundamental.”

Hoy, la siembra de la confusión y la falacia se ha vuelto peligrosísima para el normal desenvolvimiento de la democracia plena. El utilitarismo del significado es una de las armas más efectivas. No olvidemos que para el neoliberalismo, la política es la continuación de los negocios. Y bajo esta premisa, todo es factible. Es pueril, por tanto, combatir a la ex ministra en el plano moral, porque lo que exhibe es justamente lo que pretende se destaque de ella: ser el referente reaccionario y violento de una argentina entroncada con lo más oscuro de nuestra historia.

Y en su derrotero, Patricia Bullrich nos regala otra sorpresa. Hablamos de la fe del converso. Un proceso de mutación que ha ejercido con especialísimo esmero, sobre todo desde que se mudó (o retornó) al hogar ideológico que le representa el PRO. Pero siempre original, es también un raro caso de doble conversión, ya que por los años 70 dio su primer salto de fe cuando campeaba la JP y Montoneros, con quienes se paró en la vereda de enfrente de su apellido tradicional. Apellido que no es cualquiera ni sólo el del suntuoso shopping de Recoleta. Alcanza con rascar en nuestra historia para toparnos con las andanzas de esta familia, enriquecida con el robo a los fusilazos de las tierras de los pueblos originarios, que luego escrituraron como propiedades en nombre de la civilización.

De ahí viene la ex ministra. Y allí volvió. Finalmente a los tiempos y a la escuela de aquellos altivos, que son también estos tiempos, los de un modelo de explotación inhumano que hace de la acumulación extrema de la riqueza el látigo de una nueva esclavitud tecnocrática. No hay dudas que ese impase en su vida que la tuvo al lado del pueblo, fue sólo un juego pasional de juventud. La verdadera Patricia es ésta, la que se ha confesado ante la historia como una Bullrich de la oligarquía. Es la Bullrich de la represión a los obreros y a los jubilados, la del asesinato a Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, que es la misma que la del apellido de la represión a los campesinos de la Patagonia lanera y del poder que reprimió a las clases trabajadoras en la Semana Trágica, en los años 30 del siglo pasado. Y a no confundirse que su borrachera verbal no le viene de una botella sino del olor a bosta estanciera, ese aroma que siente como natural del poder, que la marea como un poderoso opiáceo. Es aquí donde se siente cómoda, en el allí de la tradición terrateniente. Y si hubo un tiempo no muy lejano en el que algún prurito todavía le agobiaba el discurso, ya está definitivamente enterrado. Por fin, se ha animado a asumirse como tal, como una Bullrich de pura cepa, que agravia y se apodera de las palabras y de la verdad como su familia se apoderó de cuerpos y tierras ajenas. Después de todo, ¿qué otra cosa podría esperarse de alguien tan afecta a las uvas… de la ira?

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