Por Daniel Rosso
Vidal: la lucha contra el demonio
Comentarios al libro “Mi camino” de María Eugenia Vidal.
Daniel Rosso leyó el libro de María Eugenia Vidal y escribió esta nota en donde sostiene que Vidal, en su camino hacia la construcción de un perfil de gestión basado en la sensibilidad y la bondad, avanza ensamblando tradiciones discursivas, se diferencia, pone a disposición su cuerpo dolorido, sufriente, mediatiza su culpabilidad y remoraliza la política en su lucha contra el demonio populista.
La bondad incalculable
El camino de María Eugenia Vidal es un camino hacia adentro de ella misma. Lo que sintió durante la gestión, como la vivió, los miedos y las frustraciones que atravesó. Pero ese viaje endoscópico por su organismo es selectivo: porque se detiene en aquellas zonas de su interior que detentan un prestigio humano o sirven como envase de la bondad y de la sensibilidad, por ejemplo, el alma y el corazón. El objeto de interés de María Eugenia Vidal son los buenos sentimientos de María Eugenia Vidal.
El sostenimiento de la bondad, para los integrantes del sistema político bonaerense, es un acto de resistencia: los buenos son aquellos pocos que logran no ser absorbidos por las mafias. Por eso, la bondad está siempre en tránsito hacia la maldad. El viaje al corazón de un dirigente bonaerense es un viaje al corazón de las tinieblas. Ese sistema político siniestro y sus prácticas mafiosas invaden a sus integrantes aun cuando estos no lo perciban. Por lo cual, el monstruo está presente aún en muchos que originariamente lo combatieron.
¿Qué es lo que Vidal va a hacer adentro suyo? Va a explorar los daños que ese sistema mafioso puede haberle infligido. Va a buscar los escombros de sí misma en su mundo interior. El sistema político bonaerense absorbe, aleja, empeora y destruye. Entonces, ella conduce a sus lectores por ese viaje introspectivo para hacer juntos un inventario de los destrozos que esa incursión en la política bonaerense le pudo haber producido. Del otro lado de la General Paz funciona una maquinaria implacable de inoculación de maldad. Esa franja extensa de asfalto es, al mismo tiempo, una frontera moral: de un lado está la bondad y del otro la maldad.
Vidal es alguien que proviene de afuera de la política bonaerense y que ingresó en ella para cambiarla. Luego de un recorrido de cuatro años por el campo de batalla, se pregunta si logró transformar a ese sistema siniestro o si ese sistema siniestro la transformó a ella. Si sucedió lo segundo, entonces, el zoom endoscópico al que se ha sometido le mostrará el rosto del vampiro: en esos años, sin que pudiera impedirlo, ha mezclado su sangre con la de los integrantes de ese sistema mafioso y caduco, y ahora es alguien distinta a la que era. “El temor a que eso también me pasara a mí, el miedo a dejar de ser yo misma incluso sin darme cuenta, fue el sentimiento que más me atravesó siendo gobernadora (…) El mandato era claro, porque las mafias ponen a quienes gobiernan ante una opción inevitable: enfrentarlas o ser cómplices, y el que no hace nada también es cómplice”.
Por eso, cuando María Eugenia Vidal cruzó la General Paz hacia el otro lado donde gobiernan las mafias, la acompañó un pequeño batallón de dirigentes buenos. Más aún: la cantidad de bondad que ella tenía en su alma y en su corazón fue la medida para elegir los integrantes de su equipo de gobierno. Ellos han pasado por un casting donde mostraron el volumen de sus sentimientos nobles. Son buenas personas que, a la vez, traen a sus equipos buenas personas. La bondad es un atributo acumulable: los buenos traen a los buenos y, entre todos, llevan adelante un gobierno lleno de bondad.
La operación tiene su complejidad: María Eugenia Vidal, la representante de la gran ciudad civilizada en el conurbano mafioso, lleva con ella su discurso moral. Con él intentará producir en escala personas buenas que se impongan a las malas. Dice Vidal: “las buenas personas son honestas, entienden que el objetivo común es más importante que las metas individuales, son confiables y comprometidas y suelen llevar buenas personas a sus propios equipos. En mi equipo eran todos buenas personas, y eso se notó en los cuatro años”. El hada buena lidera una operación de conversión de herejes.
¿Un frepasismo de derecha?
Por supuesto, de ese modo traslada el conflicto político al campo de la moral: todo tiende a reducirse a una lucha entre los buenos y los malos. Hay una convicción fuerte en la ex gobernadora: si no lográs cambiar el sistema mafioso, éste te cambia a vos. En ese camino, la política, el instrumento de transformación, pasa a ser un objeto a transformar: más que cambiar la realidad a través de ella hay que cambiarla a ella para cambiar la realidad. Por ello, la propuesta de transformación se traslada desde la economía a la política. En ese proceso, se desplaza el lugar donde se ubica el privilegio: pasa de la primera a la segunda.
No hay neoliberalismo sin apropiaciones discursivas: éste necesita aparecer siempre bajo el rostro de otra identidad. De lo contrario, no ganaría elecciones. Los nuevos ensamblajes de discursos que propone Vidal tienen esa serie de desplazamientos: desde la política a la moral y de la transformación de la economía al cambio del sistema político y la erradicación de las mafias. Se parece mucho a un frepasismo de derecha.
Hay en el neoliberalismo lo que podríamos llamar una plusvalía discursiva: es decir, la incorporación como propios de discursos que no son propios a través de desplazamientos no visibles. Son las dos características de la plusvalía: apropiación privada e invisibilidad del procedimiento. Además de anexar atributos morales e incorporar tradiciones tales como un frepasismo reformulado, hay en Vidal otras plusvalías discursivas.
“Dios te dio un descanso”
La ex gobernadora es, sobre todo, una madre. Dice: “Esas mujeres que yo había encontrado tantas veces durante mis recorridas por la provincia en 2013 y 2014, y otra vez en la campaña de 2015, esperaban algo diferente de mí. Esperaban que yo enfrentara al narcotráfico, al juego ilegal, a los barras y que me ocupara de sus hijos, que los cuidara (…) yo perdí la elección de 2019, pero el acuerdo de cuidar a nuestros hijos se sostuvo”.
La frase es contundente: suena a un intento de intervenir la palabra “madre”, para llevarla de un lugar a otro del campo de la economía y de la política. Un deslizamiento implícito desde las madres de Plaza de mayo a las madres del conurbano. Por supuesto, estas últimas no son las que buscan a sus hijos desaparecidos sino las que intentan salvarlos de las mafias. No son las que confrontaron con el poder militar y con el poder empresarial concentrado, sino las que defienden a sus hijos de la economía ilegal del narcotráfico. Es decir: por un lado, Vidal pone en un primer plano a esa economía clandestina de las mafias y en un segundo plano a la del capital concentrado, trasnacional y “legal”; por otro, intenta construir un sujeto político comunicacional para esa economía marginal visibilizada: ellas son las madres del conurbano, que defienden legítimamente la vida de sus hijos, pero dejando por fuera de la confrontación al gran empresariado concentrado.
En el medio de esa operación, parece querer incursionar, aunque en clave conservadora, en el espacio abierto por los discursos feministas. Es decir: incorporarse a ese campo discursivo invirtiendo sus sentidos.
Vidal expresa, además, una especie de populismo al revés: en sus recorridos por la provincia no es ella la que distribuye o la que da sino, por el contrario, ella es la que recibe. “Mucha gente, sobre todo mujeres”, dice, le dan miles de rosarios y estampitas. La ex gobernadora obtiene, de parte del pueblo, protección sacra: la convierten en una superhéroe blindada por la plegaria popular en la lucha contra el demonio. Ella misma lo dice: «Un día se lo conté a Jorge Fernández Díaz, y él me dio una explicación que me movilizó: “Te dan rosarios porque saben que estás enfrentando al mal absoluto”».
Por esa vía, hay una construcción religiosa y conservadora del poder femenino: esas mujeres le transfieren la protección de Dios en su combate contra el mal. Cuando perdió la elección en el 2019, Lilita se le acercó, cuenta Vidal, y le dijo: “Dios te dio un descanso”. Ese mundo de bondad acumulada y de desinterés por sí misma, de vocación absoluta por el otro, es un mundo con presencia divina: su mejor amigo de la Facultad y confidente es alguien que se ordenó sacerdote, las miles de mujeres que le dan rosarios y estampitas están allí protegiéndola y, finalmente, se produce la intervención directa de la máxima divinidad, dándole un descanso.
La mediatización de la culpa
Quizás por eso, ella dice que no hay que echarle la culpa a los otros. Por el contrario, prefiere echarse la culpa a sí misma. Esa autoculpabilización es como un laboratorio político: es un medio de reconstrucción de su identidad partidaria. A través de ella dice lo que no va a volver a hacer o lo que va a hacer de otra manera.
En una línea similar, el cuerpo de Vidal es un cuerpo del dolor: le duelen sus errores, le duelen las crisis, le duelen la pobreza y la marginación. Es un cuerpo sufriente. Es, además, un cuerpo insomne: Vidal dice que no durmió durante mucho tiempo mientras gobernaba. En síntesis: es un cuerpo cristiano en el que se pone a funcionar públicamente la culpa. Buena parte del libro es la mediatización de su culpabilidad. Es la descripción de un cuerpo martirizado.
Vidal avanza en su camino: ensambla tradiciones discursivas, se diferencia, pone a disposición su cuerpo dolorido, sufriente, insomne, martirizado, mediatiza su culpabilidad y remoraliza la política en su lucha contra el demonio populista.
Por Daniel Rosso. Sociólogo, docente y especialista en Comunicación. Ex Subsecretario de Medios de la Nación.
Fuente: La Tecl@ Eñe
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