Por Luci Cavallero y Verónica Gago
Un paro feminista contra la deuda
En estos últimos años, el movimiento feminista transnacional ha tomado como bandera la lucha contra la deuda como parte de la dinámica de la huelga. Hemos dicho aquí y allá ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! (Argentina), ¡Nosotras contra la deuda! (Puerto Rico), ¡Nos deben una vida! (Chile), ¡No debemos, no pagamos! (España). Es algo histórico: que el movimiento feminista politice, a escala de masas, la cuestión financiera. Y, además, que una lectura feminista de la deuda permita repensar las violencias económicas en su vínculo con las violencias machistas. La huelga feminista, al denunciar la deuda del Fondo Monetario Internacional y la de los acreedores privados y su impacto en las deudas domésticas, no para de hacer aparecer otras deudas. De visibilizarlas y reclamarlas. Al mismo tiempo que los bonistas y fondos de inversión presionan por cobrar el total de sus inversiones, en la calle se pone en evidencia que las acreedoras somos nosotres.
Esto no se ha logrado de cualquier manera. Se ha puesto en escena una inversión fundamental, demostrando en los lugares de trabajo y en las casas, frente a los bancos y contra las trasnacionales, que no debemos nada. Sabemos que la deuda es un mecanismo capitalista histórico para expoliar, explotar y privatizar los bienes comunes que creamos y recreamos. También para incrementar la explotación del trabajo en momentos de crisis. Es más conocido cómo la deuda pública condiciona a los estados. Se trata de una escena cíclica de los países en América Latina. Si en los años 80 el endeudamiento disciplinó las transiciones democráticas en la región como vía de salida de las dictaduras, luego en la década del 90 el “Consenso de Washington” de las reformas neoliberales impuso nuevos umbrales de deuda y, desde los últimos años, asistimos a un nuevo relanzamiento de la colonización financiera de nuestro continente.
Es más reciente, sin embargo, haber trazado políticamente los circuitos que conectan esa deuda pública con sus efectos en la vida cotidiana. Esto se ha logrado porque las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries resistimos y le pusimos palabras a qué implica ser sobreexplotadas simultáneamente como trabajadoras en el mercado de trabajo, como trabajadoras domésticas, como consumidoras y, ahora también, como endeudadas.
Conectar deuda, violencia y trabajo ha sido un logro de las huelgas feministas. En esta cuarta convocatoria al paro internacional, en nuestro país la discusión de la deuda estará en distintos territorios enlazando el paro productivo y reproductivo de doble jornada: 8 y 9 de marzo. Pero además se expresa en la consigna principal: “La deuda es con nosotras y nosotres, ni con el FMI ni con las iglesias”, señalando un diagnóstico preciso tanto de coyuntura como de horizonte largo del movimiento. Decir que “desendeudadas nos queremos” en la villa y en el sindicato, en la calle y en la universidad, es un método de análisis y de acción: ir de las finanzas a los cuerpos.
Pero discutir la deuda no es sólo hablar de deuda. La deuda se conecta directamente con los recortes presupuestarios de servicios públicos, con la baja de salarios, con el reconocimiento del trabajo doméstico y con la obligación de endeudarnos para abortar. No nos endeudamos sin que antes nos hayan dejado sin otros recursos. La deuda sólo viene a “salvarnos” una vez que hemos sido empobrecidas a la fuerza, llevadas a una precariedad inducida. La deuda deviene impagable porque primero hubo saqueo.
Hablar de deuda desde el feminismo pone en evidencia de qué se nutren los flujos globales del capital financiero, que buscan quedarse con jubilaciones, salarios y toda una enorme masa de trabajo gratuito y precarizado que hoy es el que mueve al mundo, el que empuja despojos extractivistas, el que permite rentabilidades extraordinarias de las multinacionales y el que hemos señalado y denunciado por su vínculo directo con el aumento de las violencias laborales, institucionales, racistas y sexistas.
Las geografías del capital financiero
Pongamos un ejemplo práctico de una geografía financiera que se visibiliza con este paro feminista: el fondo de inversión BlackRock, uno de los mayores tenedores de deuda argentina con legislación extranjera, es el mismo fondo que tiene inversiones gigantescas en los fondos de pensión mexicanos y que está exigiendo un ajuste en su sistema previsional. La premisa que conecta especulación financiera, suba de edad jubilatoria y no reconocimiento del trabajo de mujeres, lesbianas, travestis y trans necesita evidenciarse: las ganancias de los fondos de inversión se garantizan extendiendo los años de sobreexplotación de esos trabajos. Pero, además, los activos de esos fondos de inversión (el dinero que captura de jubiladxs que pagan más y durante más tiempo) sirven para comprar empresas públicas y privatizarlas. El combo es completo: en un mismo movimiento esas trabajadoras quedan obligadas a trabajar más tiempo, despojadas de servicios públicos y, por tanto, devaluados también sus ingresos (tienen que pagar por servicios que antes eran públicos y gratuitos).
No es imposible entonces enlazar con esta dinámica de despojos, que se acumulan a favor de la violencia contra ciertos cuerpos y territorios, la razón de por qué hoy en México el llamado a paro ha prendido más fuerte que en otros años. En ese país se habla de un récord de 10 femicidios por día según organismos oficiales. La viralización de la convocatoria al paro 8 y 9M -con consignas diversas: #el9nadiesemueve, #undiasinnosotras-, expresa un acumulado organizativo, de “despliegue de ira”, como explican varias activistas. Ya se han sumado las zapatistas, colectivas feministas, universitarias, artistas de todos los estados, también trabajadoras de las maquilas reclamando contra una de las patronales más duras del continente.
Sin dudas, lo que se teje cada vez con más contundencia es el vínculo entre violencia sexual y violencia política y económica.
Ese mismo fondo de inversión que aterriza en Argentina y en México aspirando riqueza social es el que denuncian lxs chalecos amarillos en Francia: lo señalan como cómplice de la revisión del sistema de jubilaciones impulsada por el presidente Emmanuel Macron que dio origen a las masivas manifestaciones recientes. La huelga de más de cuarenta días en ese país -que involucró desde las bailarinas de la ópera nacional a lxs trabajadorxs ferroviarixs- fue otra escena contundente de los efectos de la expropiación financiera de los salarios y jubilaciones.
Por eso, el modo de funcionamiento de los fondos de inversión (actores fundamentales de la renegociación de la deuda) es inexplicable al interior de una frontera nacional: se nutren con fondos jubilatorios de un país que usan para comprar deuda pública de otro con necesidades de financiamiento, a la vez que pueden invertir en otros lugares re comprando deudas hipotecarias, o inversiones en el área de energía. Así también lo ha evidenciado la Plataforma de Afectadxs por la Hipoteca (PAH), que en diversos puntos de España viene denunciando desalojos a manos de las burbujas financieras. En el 2018, la PAH llevó ante la justicia al fondo buitre Blackstone por provocar una inflación en los precios de la vivienda.
Desde entonces esta denuncia ha sido parte de la movilización feminista y migrante y, en particular, ha permitido vincular la huelga feminista del 8M con las acciones contra los desalojos y por el derecho a la vivienda. La sindicalización de inquilinxs agita la consigna “stop deshaucios”, poniendo nombres propios (#GiselliSeQueda), y defiende casa a casa a sus inquilinxs. “Desde el primer momento la práctica feminista estuvo en la PAH porque desde el primer momento este activismo estuvo compuesto por amas de casa, por mujeres mayores y por mujeres migrantes especialmente de América del Sur.
Las crisis de parejas tradicionales tienen mucho que ver con entrar en impago de la vivienda, y en general son las mujeres las que quedan en las casas y con la deuda” dice Lotta Meri Pirita Tenhunen, activista de ese movimiento en el barrio de Vallekas de Madrid. Para este 8M han escrito: “Somos quienes enfrentamos la estafa inmobiliaria. Nos negamos a pagar alquileres abusivos. Nos negamos a quedarnos en la calle. La lucha por la vivienda es una lucha feminista. Muchas hemos vivido la violencia machista en nuestra casa, también en la calle y en el trabajo. Invitamos a más compas feministas a sumarse al movimiento por la vivienda, codo con codo, a parar desahucios, recuperar casas, pelear con bancos y fondos buitre, exigir derechos, llevarlos a la práctica a través de apoyo mutuo y luchar para que la vida esté en el centro”.
En esta huelga feminista podemos trazar la geografía de despojos y expropiaciones de las que se aprovechan las llamadas “lluvias de inversiones”. La demanda de vivienda, de reconocimiento salarial, de jubilaciones, están en un mismo programa de desobediencia financiera.
Aquí las jubilaciones también han sido un punto clave de la movilización feminista reciente. Cuando en julio pasado se inició un conflicto por el fin de las denominadas “jubilaciones de amas de casa”, se debía a que el gobierno de Mauricio Macri a pedido del FMI daba de baja las moratorias previsionales que posibilitaban pagar en cuotas los aportes que las mujeres ya sea por trabajar en el ámbito doméstico o por trabajar informalmente, no tienen para jubilarse en cantidad necesaria. La alianza entre sindicalismo y feminismo permitió que el movimiento sindical proponga, bajo la consigna #NiUnaJubiladaMenos, el reconocimiento del trabajo doméstico como prioridad de la agenda laboral. Todos los sindicatos se movilizaron en rechazo a esa medida diciendo, entre otras consignas, “Los aportes que me faltan los tiene el patriarcado”.
La huelga feminista de los próximos días tiene a la coordinación intersindical como una de sus protagonistas, ya que ha construido en todos estos años un vínculo estrecho entre demandas del ámbito “reproductivo” y del ámbito “productivo”, evidenciando y denunciando su relación jerarquizada. Del mismo modo, esta trayectoria se expresa en un nuevo estatuto de las trabajadoras de la economía popular que han sido actrices clave de la discusión sobre el trabajo no reconocido ni remunerado en los territorios. La presentación en plena calle, hoy mismo, de la Secretaría de la Mujer y la Diversidad de la UTEP (Unión de Trabajadorxs de la Economía Popular) se inscribe en esa línea de alianzas que empezaron con el primer paro de mujeres de 2016.
La complicidad de acciones y lenguajes sindicales y feministas ha sido fundamental porque, bajo la consigna #TrabajadorasSomosTodas, permitió problematizar el trabajo en sus múltiples formas. La experimentación con formas de sindicalismo social que mixtura la cuestión del alquiler y del trabajo, de las pensiones y de la economía popular, de denuncia de abusos sexuales y violencia laboral, tiene en el feminismo su matriz. No es casual que hoy en varios sindicatos esté pintada la consigna “No es amor, es trabajo no pago”. Al invertirse la jerarquía del reconocimiento del trabajo no-pago, se invierte también la carga de la deuda. La deuda es del Estado, los patrones y los patriarcas por haberse beneficiado de ese trabajo históricamente obligado y gratuito.
La deuda es con nosotras y nosotres en cada territorio
Este paro internacional feminista que dirá en las calles que la deuda es con nosotras y nosotres, también se propone dar cuenta en cada territorio de qué es lo nos deben. Este 8M habrá asambleas, festivales y actividades en varios puntos de la ciudad y del país, desplegando esa consigna. En la Villa 31 y 31 bis de la ciudad de Buenos Aires, un territorio donde el gobierno local propagandiza un modelo de “integración urbana” que consiste en la instalación de multinacionales como MacDonald´s y el banco Santander mientras lxs vecinxs denuncian la falta de agua y de luz en el barrio, la asamblea feminista organizará una acción en la feria que se encuentra frente al banco. La consigna de convocatoria es clara: “¿cuáles son las tareas que hacemos, que ocupan nuestro tiempo, y nadie nos las paga?”. Cintia Cuevas, de Mala Junta-Poder Feminista, dice: “Desde la asamblea queremos visibilizar los trabajos de cuidado, los trabajos de la economía popular y participar del paro productivo y reproductivo internacional porque lo que muchos llaman amor es trabajo no pago”.
La Asamblea Popular Feminista del barrio de Boedo proyectará sobre un supermercado la imagen de un corazón-territorio en memoria del femicidio de una trabajadora de ese establecimiento. En Bajo Flores, la Red de docentes, familias y organizaciones harán una Caravana #8M, con el lema “¡Ni encerradas ni desaparecidas, con vida y derechos todas las pibas!”.
La consigna “la deuda es con nosotras y nosotres” produce una investigación práctica en la vida cotidiana sobre qué es lo que se nos debe, denunciando al mismo tiempo la explotación laboral y financiera sobre cada territorio. En el mismo sentido, no es casual la proliferación de colectivas feministas agrupadas en relación a las diferentes formas del trabajo no reconocido y precarizado y, por tanto, vinculados a la obligatoriedad del endeudamiento para la reproducción social.
Este año durante la preparación asamblearia de la jornadas del 8M y 9M se presentó el flamante sindicato de cuidadoras domiciliarias. También la Asamblea por la salud integral Travesti Trans y No binarie contó en ese mismo espacio la lucha que están llevando adelante por la falta de disponibilidad de hormonas de testosterona. Ese Montenegro, activista trans masculino explica: “Desde el año pasado desde el Estado nacional se han suspendido la compra para los tratamientos hormonales y al día de la fecha eso sigue pendiente. Hoy los varones trans, las masculinidades trans, las personas no binaries pero que deciden hormonarse con testosterona no estamos teniendo acceso a la salud”. Se multiplican así los sentidos de lo que significa que la deuda sea con nosotres. El 9M esa consigna será bandera en el paro y la movilización al Congreso.
#NosotrasParamos porque ¡la huelga feminista va!
La huelga feminista no para de acumular fuerzas, de combinar temporalidades, de construir programa. Se convoca también en Colombia y en Ecuador, donde la ebullición del paro de octubre y noviembre respectivamente está presente. Hay que recordar que aquellos paros fueron también en respuesta a medidas económicas impulsadas por planes de ajuste derivados del endeudamiento externo. Habrá paro en Paraguay, en Bolivia, en Uruguay y en casi todos los estados de Brasil.
En Chile donde la huelga general feminista de este 2020 tiene sobre sus espaldas una movilización que no ha cesado ni un día desde octubre se juega el desafío más contundente al neoliberalismo en el país predilecto del experimento de los Chicago Boys y donde la deuda ha estallado en toda su complejidad.
La cuestión de la deuda estudiantil y de la privatización de las jubilaciones en fondos privados de inversión en particular y, de modo más amplio, la deuda como modo de vida es una de las claves de la huelga general feminista contra la precarización de la vida y el terrorismo de Estado. Las voceras de las Coordinadora 8M Alondra Carrillo Vidal y Javiera Manzi Araneda argumentan: “El rechazo a las condiciones precarias del presente y la incertidumbre general ante un futuro sostenido en deudas y créditos fue parte de este primer impulso de la irrupción”.
Las formas de evasión, de denuncia de la feminización de la pobreza y de los despojos generalizados, de la precariedad laboral y de cada existencia, tejen interrogantes. Preguntando ¿cómo se hace huelga a las finanzas y contra las finanzas?, preguntamos también de qué están hechas nuestras deudas y quiénes reclaman tener derecho sobre nuestras existencias.
Los femicidios y travesticidios no son ajenos a esta geografía del capital que impone, acá y allá, formas cada vez más violentas de despojo y explotación. Decir “la deuda es con nosotras y con nosotres” como consigna del paro internacional feminista invierte la carga de la deuda: nos reconoce como acreedoras y hace que la investigación de la deuda empiece en las casas y en las calles.
Fuente: Página 12
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