Tecnología

Ciencia y Tecnología para la Economía Popular

(Por Estefanía Cendón) El Instituto Tecnológico Social Oscar Varsavsky está integrado por jóvenes profesionales y técnicos de la Ingeniería, Ciencias Sociales y Ciencias Exactas, entre otras áreas. El desafío que proponen es “cambiar la lógica con la que se relacionan el mundo del conocimiento y la economía popular”, por lo que su aporte al sector consiste en brindar asesoramiento, identificar necesidades, mejorar tareas y fomentar nuevas potencialidades. Tal es el caso de la fábrica recuperada “Mielcitas".

Quienes conforman este grupo interdisciplinario consideran que en materia de desarrollo científico-tecnológico la Economía Popular es un terreno donde hay mucho por hacer. Los moviliza romper con cierto “esquema cientificista”, que los científicos salgan del laboratorio para entrar en contacto con los problemas que aquejan a nuestra sociedad. Thomas Viscovich, miembro del Instituto, sostuvo al respecto: “La mayoría nos formamos en instituciones tecnológicas nacionales y participamos en desarrollos locales que fueron motivadores. Hoy vemos cada vez más excluidos que buscan alternativas para organizarse y sobrevivir”.

En contraposición a la lógica actual del sistema tecnológico dominante, que prioriza el patentamiento y la confidencialidad, estos jóvenes abogan por sociabilizar conocimientos y crear una suerte de “código abierto” desde de la economía popular. “Apostamos al crecimiento de este sector ya que, más allá de que la economía popular ocupe hoy el lugar de economía de subsistencia, también permite sentar bases que vemos en los emprendimientos existentes. Se crean nuevas lógicas de producción y distribución que marcan la diferencia, porque ponderan el beneficio social más que el beneficio mercantil”, explicó Viscovich.

Experiencia “Mielcitas”

La intervención del Instituto Varsavsky en el ámbito alimentario nació con la recuperación de la fábrica Mielcitas de La Matanza. Entre sus productos más reconocidos, además de las tiras de Mielcitas, se encuentran los jugos Naranjú y las Pipas de girasol. Esta fábrica quebró en 2019 luego de sobrevivir a varias crisis. Ante el inminente vaciamiento de las instalaciones, los trabajadores iniciaron un proceso de resistencia para lograr recuperarla.

Desde el Instituto Varsavsky Franco Amelotti, ingeniero químico especializado en el tratamiento de superficies y electroquímica, acompañó este proceso. Fue así como brindaron asesoramiento respecto a políticas de calidad y acondicionamiento de las líneas de producción que permitieron su adaptación a las nuevas demandas. “Estos proyectos de carácter alimentario son primordiales en nuestra agenda y objetivos. Hablar de soberanía tecnológica implica, sin lugar a dudas, hablar de soberanía alimentaria. No debemos perder de vista que para poder disfrutar de los avances tecnológicos primero tenemos que cubrir las necesidades básicas”, sostiene Amelotti.

Algunas de las tareas de colaboración con la fábrica Mielcitas incluyen ajustar variables de proceso, re-diseñar el depósito de almacenamiento de materia prima, mejorar el ambiente para producir y envasar a humedad reducida (para que dicha atmósfera se conserve dentro del envase y el producto no se degrade), automatizar procesos de la planta de purificación de agua, optimizar las instalaciones de mantenimiento y saneamiento, tratamiento de efluentes, lograr un sistema de calidad alcanzable y aplicable, implementar la capacitación del personal, entre otras.

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Producción al alcance de todos

Por ser una empresa de tipo alimenticia Mielcitas debe cumplir la normativa del Código Alimentario Argentino (CAA) dentro de un marco de habilitación de establecimiento y productos regulados por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). Este código dispone de reglas generales y particulares que deben ser cumplimentadas con lo que se denominan Buenas Prácticas de Manufactura (BPM).

Las BPM son herramientas para la obtención de productos inocuos y eficaces para el consumo humano. Éstas incluyen tanto higiene y manipulación de alimentos, como el correcto diseño y funcionamiento de los establecimientos, hasta aspectos referidos a la documentación y registro. Muchas de estas cuestiones estaban resueltas en el caso de Mielcitas, pero quedaban pendientes algunas mejoras de adaptación a la normativa para retomar la producción con los mejores estándares de calidad.

“Es cierto que el cumplimiento de estas reglamentaciones es imprescindible, pero debemos considerar que, cuanto más estrictas se vuelven, las empresas con menos recursos son las que tienen mayor dificultad para su adecuación. Esta situación se repite con el cumplimiento de leyes ambientales, donde quienes tienen la capacidad de adecuar su tecnología a la normativa son las grandes compañías dejando fuera de carrera a actores más pequeños”, explicó quien está a cargo del ámbito de ingeniería y coordinación en la fábrica Mielcitas.

Soberanía Alimentaria

En el Instituto Varsavsky consideran que, además de asistir a las empresas recuperadas para que retomen su actividad, es posible generar nuevos productos alimenticios aptos para durar más tiempo frescos, como los superalimentos. Esto mejora la cadena de distribución, optimiza el almacenamiento y, a nivel nutricional, permite cubrir varias de las deficiencias que padece nuestra población. Tal es el caso del proyecto en el que colaboran activamente para desarrollar un pan multivitamínico de larga duración, sin conservantes, que sea fundamentalmente accesible a los sectores más vulnerables.

Martina Cántaro, integrante del Varsavsky y especialista en Ciencia de Datos y Software, refuerza este concepto: “La soberanía alimentaria es la respuesta desde la economía popular a la comercialización neoliberal de los alimentos que sigue los intereses y las prioridades del capital y no de los seres humanos o la ecología. El saber tecnológico puede contribuir no sólo a la industria de alimentos, sino a una perspectiva popular de la alimentación donde se salde la deuda enorme que tiene el país con aquellos que no acceden a una alimentación básica saludable”.

Como sostiene Cántaro “soberanía alimentaria también implica soberanía ecológica”, por lo que la actualización de políticas de protección y propiedad de la tierra junto a la producción de alimentos nutritivos y aptos para amplios sectores de la población se convierten en prioridad. Así lo confirman los profesionales que reúne el Instituto Varsavsky: “Debemos contemplar todos los recursos que disponemos a nivel nacional y regional para lograr, en principio, la soberanía alimentaria que es tan necesaria como impostergable para que nuestro país se desarrolle”.

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